De los géneros con más adeptos alrededor del mundo, es el terror, que demuestra una consistente audiencia, que, con presupuestos modestos alcanza grandes ganancias, como la rentable saga Terrifier, iniciada en 2016, que no tuvo mayor profundidad; también hay buenas sorpresas como Inmaculada (2024); o Abigail (2024); o una joya como La primera profecía (2024), demuestran que el cine de terror sigue sólido y con ganas de estar presente.

Desde las franquicias, las casas productoras intentan sacarles el mayor provecho A estas marcas consolidadas como El Conjuro (2013), que con la dirección de James Wan, lanzó una película de terror sobrenatural con un público consolidado con 3 entregas e historias que se derivan directamente como Annabelle (2014), y La Monja (2018), que ahora regresa con esta cuarta entrega que cierra un ciclo con la dirección del polémico Michael Chaves.

Los iconos de las investigaciones paranormales, Ed y Lorraine Warren, se enfrentan a un último caso aterrador en el que están implicadas entidades misteriosas ligadas a sus pasados y presentes, a las que deben enfrentarse o encontrarse.
Ed Warren (Patrick Wilson) y Lorraine Warren (Vera Farmiga) son el centro de la película, impulsados por una amenaza que pretende lastimar a su familia, en especial a su hija Judy (Mia Tomlinson), con una generosa introducción de personajes y profundizando en sus arcos narrativos más que en las otras películas, para ir fabricando la intención central de la cinta: la familia y su unión.

Chaves regresa a la fórmula de la primera entrega, pero algo desdibujada, ya que tarda en arrancar, y más, para el tipo de audiencia de este género, con una narrativa que se estanque y se enfoca en los lazos afectivos de sus personajes, formando una rampa para lanzar a quien tomará la batuta en la intención de continuar la franquicia con Judy y Tony (Ben Hardy), que seguramente podrá convertirse en una serie antes de consolidar un largometraje.
El Conjuro: últimos ritos, para ser la culminación de una era, se torna monótona y torpe a la hora de crear momentos de expectativas, impulsados por la tensión de buenos sobresaltos que diviertan o que generen la atención necesaria para este tipo de espectadores, y en varias ocasiones no lo logra.

Aunque tiene varias atmósferas que pueden ser atractivas, más una muy buena dirección de arte que recrea la época, cae en los recursos conocidos de la franquicia y en la desesperada aparición de sus personajes más reconocibles, que no le aportan nada a la historia y que resultan olvidables.
De los aspectos más valiosos de la franquicia de El Conjuro, es el desarrollo de líneas duraderas de tensión que le daban un impacto a las secuencias, con buenos sobresaltos que causaban temor sobre lo que podría pasar en pantalla, que en esta entrega están ausentes, y que, por pasajes, parecieran relacionarse con un mensaje religioso que deshace la intención de alguna tensión.

Si bien logra momentos buenos que hacen brincar del asiento, y la química de sus dos protagonistas es indudable, el corazón de la cinta, El Conjuro: últimos ritos, para mí, es un puente para darle continuidad a una franquicia ya desgastada que descuidó una historia, que habría podido acabar mejor, con un poco de emoción épica sobre la familia Warren. Juzguen ustedes.