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Los bogotanos que viven entre moscas, ratas, balones y lápices

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Por Jeisson Posada Prieto

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Son las nueve de la mañana. Brandon Moreno, un niño de nueve años que habita en Mochuelo Alto y que cursa el grado quinto, está en recreo con sus amigos. No son tiempos buenos; una vez más, el relleno Sanitario “Doña Juana” está “alborotado”, como dice Brandon. Vestidos con un buzo azul, un pantalón negro y zapatos llenos de barro por las rocosas calles que tienen que cruzar para llegar al colegio, Brandon y sus amigos juegan fútbol en una cancha donde los arcos son dos piedras y las maletas de todos aquellos que tienen el privilegio de tener una. Moscas hay en todo el patio; cuando los niños corren a celebrar un gol, es inevitable que tengan que sacudir su cara para alejar a los insectos, que solo están ahí por la falta de planeación por parte de la Alcaldía de Bogotá con el tratamiento del relleno sanitario.

La jornada escolar termina a las 12:30. Brandon llega corriendo y feliz a su casa, una pequeña vivienda prefabricada de un solo piso, ubicada al frente de un potrero gigante donde se ven más ratones que pasto. Él abraza a su mamá, quien le prepara su almuerzo a él y a sus otros dos hermanos. “Me da miedo cuando estoy haciendo el almuerzo y veo tantas moscas. Me da miedo porque sé que les pueden meter enfermedades en la comida a mis hijos. Pero qué más puedo hacer, porque si no cocino, no comemos”, dice Doña Olga, mamá de Brandon, quien además tiene una pequeña hija de un año y un niño de cinco que no puede ir al colegio hace una semana por una rinofaringitis. “En el centro de salud nos dijeron que todo estaba bien. Es algo que se cura rápido; solo debe guardar reposo y tomarse todas las medicinas. Pero esto es muy normal, todos los hijos de mis amigas se han enfermado alguna vez por culpa de la vecina”, dice Doña Olga refiriéndose a Doña Juana, mientras ríe irónicamente.

Un poco de arroz, un huevo en tortilla y papa frita es el plato del día. Brandon y sus hermanos están felices. Se sientan en una pequeña mesa de madera que se tambalea con cada movimiento de los niños; la última en llegar a la mesa es la mamá. Comienzan a dar gracias a Dios por los alimentos, los hermanos se levantan sus tapabocas, que se quitan muy pocas veces en el día, según Brandon para que Doña Olga no los regañe. Luego del almuerzo, Brandon decide dormir un poco luego de un exhaustivo día de estudio; en su cama hay más de diez moscas que Brandon espanta, pero solo es cuestión de minutos para que se vuelvan a posar en Brandon mientras descansa.

Doña Olga sale a la casa de un vecino para llevarle un pantalón, que le había cosido para ganarse unos pesos para la casa. “Yo antes tenía un puesto de arepas en la esquina, pero la gente dejó de comprarme. Por culpa de las moscas y los ratones, ya nadie compra cosas de la calle, y por eso me toca rebuscármela arreglándoles la ropa a los vecinos”.

Cuando ella vuelve a casa, sus hijos están tranquilos descansando. Con la preocupación que caracteriza a una buena madre, Doña Olga se sienta al lado de la cama de Esteban, su hijo de 5 años, y le da el medicamento para que pronto pueda volver al colegio. Hoy Brandon no tiene tareas, por lo que su mamá lo deja salir a jugar con sus amigos hasta las siete, pero dejándole claro que no vaya a jugar en el potrero porque está infestado de ratones. Mientras Brandon juega escondidas con sus amigos en frente de la casa, su mamá y una vecina hablan de lo abandonados que los tiene la Alcaldía, pero que no es un tema del actual mandato, sino que desde el momento en que ellas llegaron al barrio, hace ocho años. Nadie les ha dado solución y aprendieron a convivir con las enfermedades, los insectos y los roedores.

Enrique Peñalosa, alcalde de Bogotá, aseguró en un debate sobre el relleno sanitario: “No es cierto que exista evidencia sobre los problemas de salud en el Mochuelo Alto, distintos a los que hay en otras partes de la ciudad. Obviamente, quisiéramos que Doña Juana no existiera, pero no es cierto que genera problemas de salud en las comunidades aledañas. No hay indicio que haya alguna variación. El gran problema es la proliferación de malos olores y por esto entendemos la molestia de la comunidad, pero estamos trabajando en brindarle una mejor calidad de aire a los habitantes del mochuelo y Ciudad Bolívar en general”.

Doña Juana recibe diariamente entre seis mil y siete mil toneladas de basura, excepto en diciembre; en ese mes, los residuos alcanzan las 10 mil toneladas, de las cuales solo se recicla el 15 por ciento. Su predio oscila las 592 hectáreas, cien más de las que constituyen la localidad de Antonio Nariño, donde actualmente viven más de 115 mil personas. Comparándolo con otras localidades, el relleno sanitario triplica la extensión de La Candelaria. Es la mitad de localidades como Barrios Unidos, Tunjuelito y Rafael Uribe Uribe. Ocupa una tercera parte de la extensión de Puente Aranda, y una quinta de Bosa.

Al escuchar las palabras del alcalde de Bogotá, Doña Olga solo sonríe y dice: “Es lo mismo de siempre. Se acordará de mí cuando Peñalosa termine su alcaldía y nosotros sigamos viviendo como ratas”.

Brandon llega cuando ya ha oscurecido; se ve sudoroso y sediento por la divertida tarde que pasó con sus amigos. Su mamá le sirve un poco de agua, que hierve todas las mañanas porque así se lo aconsejaron en las campañas de salubridad que pocas veces llegan al barrio. Él se sienta en la mesa de madera, deja su balón en el piso y alista su uniforme para el próximo día. No le gusta ir al lavadero a fregar sus zapatos, porque es el lugar donde encuentra más moscas, a las cuales se acostumbró a ver, pero aun así les sigue teniendo un poco de asco y miedo.

Luego de un día más donde la familia Moreno pasa su vida, esquivando las enfermedades, la pobreza y la indiferencia del Estado, se sientan a compartir su última comida del día; un vaso con agua de panela y un trozo de pan, que le brinda la suficiente energía a Brandon para levantarse al otro día a las seis de la mañana, sacar las mejores notas del salón, celebrar muchos goles con sus amigos y, principalmente, para hacer feliz a su mamá y a sus hermanos con sus ocurrencias. Como él dice, “yo ya me acostumbré a vivir entre ratas, moscas y mi balón”.

| Nota del editor *

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