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Fernándo Vallejo y su profundo gusto por el insulto

El antioqueño presentó su más reciente libro en el que su personaje principal encarna a una persona tirana y despreciable que abusa de su posición poderosa.

Sin lugar a dudas Corferias es, por estos días, el epicentro de la literatura en Colombia. Personas en solitario o en compañía, deambulan entre callejones y avenidas con estanterías que exhiben publicaciones de todos los tiempos junto a otras que apenas se estrenan, a ver si pasan a la historia y así inmortalizar a sus creadores.

El turno de ayer sábado, para pasar a la historia o confirmar que ya es parte de ella, fue para el antioqueño Fernado Vallejo, quien se caracteriza por criticar las clases políticas del país y el mundo, al tiempo que ataca las instituciones que le gobiernan, por ejemplo la Iglesia.

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En su nuevo libro: ‘Memorias de un hijueputa’ (Alfaguara), Vallejo dibuja a un hombre (o quizás muchos hombres en un mismo cuerpo) que tiene el poder y cree que le corresponde seguir ahí por mandato divino, ese “tirano poderoso desprecia lo humano y solidario”, y todo aquello que se haya construido en esas orillas.

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En esta novela, el lector podría encontrar siluetas discursivas de cualquier expresidente colombiano como Pastrana, Gaviria, Uribe, Santos o de actuales mandatarios como Donald Trump y Nicolás Maduro.

Y digo siluetas porque en realidad hay de todo y de muchos que ostentan y han ostentado el poder.

En esta novela el escritor no deja ‘títere con cabeza‘, todos ahí son repudiables, “todos merecen la muerte porque quien habla es aquel que encarna el Estado y ejerce él solo los tres poderes: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. Yo, yo, yo. Yo soy el que ordena, yo soy el que manda, yo soy el que habla. (…) Con un solo poder basta. Con el mío, el de la triple corona, el del que aquí dice yo y lo ejerce desde esta alta tribuna que domina la catedral y el capitolio, antros de ladrones, ensotanados o no”, se lee en uno de las páginas del texto.

Alfaguara publicó el libro de Vallejo en el que nuevamente se burla de todo con el humor cáustico que le caracteriza.

A la carga el Vallejo de siempre… pero más cáustico

Muchos ya tienen el nuevo libro en sus manos y el aforo del Jose Asunción Silva en Corferias, más las decenas de personas que quedaron afuera, confirman que el escritor paisa de 76 años sigue atrayendo a multitudes que encuentran en sus obras personajes oscuros y dantescos que llevan la blasfemia a su máximo nivel.

En la sesión del lanzamiento de la novela, el periodista cultural Mario Jursich, intentó que Vallejo no se escabullera con respuestas en otro lugar: todo un reto para el también moderador, pues Vallejo es un zorro juguetón y astuto en la conversa.

De esa sesión quedaron frases que el escritor soltó como de que “la moral no existe” o que en la literatura “la blasfemia se eleva a categoría teológica”. Nada inusual en una conversación con el Vallejo de siempre quien encuentra una profunda belleza en el insulto.

La novela está prensada por la editorial Alfaguara y tiene un costo de 45 mil pesos en publicación física, y 32 mil 900 en versión digital.

UNIMINUTO Radio comparte un fragmento de la obra gracias al extracto que compartió la editorial:

Memorias de un Hijueputa (Fragmento)

Colombianos: atropelladores, paridores, carnívoros, cristianos, ¿hasta cuándo van a abusar de mi paciencia? ¿Piensan que van a seguir impunes como hasta ahora, de fiesta en fiesta sentados en sus culos viendo darle patadas a un balón?

Empecé como presidente, seguí como dictador y hoy ando de tirano superándome en mis hazañas. Idos son los tiempos en que fusilaba. No bien asome mañana el astro rey su cabeza loca por entre el cendal de nubes del amanecer de la sabana empiezo la decapitadera. Testas cabelludas son las que van a rodar en las plazas de Colombia, van a ver. El pavimento, el empedrado, el embaldosado, lo que sea, de esas malditas ágoras en que hierve el populacho cuando por a o por be o por ce se congrega a aclamar gentuza, se teñirá de rojo, y de la bandera tricolor, vuelta monocromática por mi voluntad soberana, desaparecerán el amarillo y el azul para dejar tan solo, ampliado a todo su ámbito, el refulgente color de la sangre. Convertidos mis fusiladeros en degolladeros aquí no va a quedar defensor de los derechos humanos ni títere de la Corte Penal Internacional de La Haya con cabeza. Adiós a la alcahueta Declaración de los Derechos del Hombre de la Revolución Francesa porque otra revolución, aun más decapitadora, los reemplazará por deberes. Así que ya saben, connacionales, adiós a las fiestas civiles y religiosas, a los puentes y superpuentes, a los partidos de fútbol y copas mundo y cuanta alcahuetería haya parido la mente putrefacta de los curas y los políticos que los han gobernado durante su miserable Historia. Muy mal acostumbraditos me los tenían, ¿eh? Los voy a enderezar, a levantar del culo hasta mi altura moral. ¡Y ojo con la gratitud para conmigo! Que no se traduzca en el abyecto «Dios se lo pague» de este país mendicante (¿y cuándo han visto a ese Puto Viejo Insolvente pagar un peso?). Ni en estatuas que cagan las palomas. Los agradecimientos a mí me sobran, hago el bien porque me lo dictan las pelotas. Las que me cuelgan, grandes como las de mi amigo Gabito, como huevos prehistóricos.

Palomitas, ejército alado del Espíritu Santo, el Paráclito: volad al parque de Bolívar que por la estatua a caballo de este granuja venezolano lo conoceréis. Cabalga en bronce sobre un pedestal de mármol y el caballo le queda chiquito porque así lo quiso el escultor por rastrero, para engrandecer al jinete, que casi toca el suelo con las patas. Obrad a gusto sobre él, bañadlo de porquería. Lo llaman «el Libertador», ¿pero de qué nos libertó? ¿De los curas y los burócratas? Ahí siguen, mamando, pero camino a mi tumbacabezas, de mecanismo digital y bajo control del GPS, muy superior a la guillotina de monsieur Guillotin, una máquina burda, improvisada, hecha al vapor antes del siglo del vapor. En medio de un hervidero sanguinolento de cabezas cercenadas nació la maldita revolución de los derechos; en medio de otro nace ahora la bendita revolución de los deberes.

Para salir de una vez por todas de este venezolano bellaco y no volverme a ocupar de él, dicen que cabalgó en pos de la Gloria por media América, y que de tanto cabalgar le salieron callos en las nalgas. ¿Pero cómo supieron? ¿Le bajaron los calzones? Ah con estos paisanos míos tan perezosos, no constatan lo que dicen y van soltando la lengua. Si afirman que a ese homúnculo le salieron callos donde dicen, digan quién lo dijo. Hagiógrafo riguroso de tres santos con los que llené veinte años del vacío de mi vida, a mí el «dicen» no me sirve. En cuanto diga de su biografiado el biógrafo tiene que citar sus fuentes. Así he procedido yo con los míos, y así procederán los míos conmigo. ¡Pobres! Nada descubrirán, buscarán en vano; el fantasma que tienen enfrente pero que no ven les ha borrado todas las huellas y embrollado todas las pistas. ¿Que Cristo resucitó al tercer día? ¿Y quién vio? ¿Las santas mujeres? No son creíbles. De santas nada tenían estas putas con las que andaba el Hijo de Dios, muy dado a sus Magdalenas. Cristo no resucitó, ningún muerto resucita. Lo enterraron de carrera y se lo comieron los gusanos. Ontológicamente hablando (que es como me gusta a mí, sobre todo cuando me dirijo a tan cultísimos lectores), la Muerte borra la resurrección. «Resurrección» sobra en el diccionario. Si el hippie Cristo se paró y ascendió al cielo, no estaba muerto. ¿Y en qué ascendió? Ah, eso sí ya a mí no me plantea problema: en cohete. Bolívar en cambio perseguía a su novia la Gloria en mula, en un humilde jamelgo que soltaba cada dos por tres ventosidades por el tubo de la cola. ¡Qué grotesco! Ha debido perseguirla en un brioso y taponado corcel.

Punto y aparte, Peñaranda, y no me dejes hacer párrafos largos que desorientan al lector. Pártelos por la mitad como con machete. Como con una de esas herramienticas desbrozadoras de rastrojos y cabezas que se estilaban en nuestro país antes de mi invento y con las que decapitamos a trescientos mil, o por ai, en la era de la Violencia con mayúscula, como la solían escribir nuestros cronistas dando cuenta del horror. ¡Pero la pronunciaban con minúscula! Nadie pronuncia con mayúscula. ¡No jodan más entonces con la ortografía! Ministro de Educación, Gabriel, o como te llames: me suprimes del pénsum escolar la ortografía, que los pobres niños de hoy viven ya de por sí muy angustiados viendo a ver con quién copulan.

¡Y somos un país cristiano consagrado al Corazón de Jesús! ¿Cómo quieren entonces que estemos? Basta ya de ese cabecilla de hipócritas, que en el diccionario de sinonimia española que estoy escribiendo para la RAE puse «cristiano» entre los sinónimos de «malo». El Corazón de Jesús es un perturbado mental que se sacó el corazón del pecho y se lo señala con el dedo todo lacrimoso como poniéndonos la queja: «Miren lo que me hicieron los judíos». ¡Qué te iban a hacer, marica! Si estos usureros exhibicionistas que se recortan la punta de la manguera para que digan que tienen mucho de donde cortar de veras te hubieran crucificado, estaríamos en deuda eterna con ellos. Pero no. No hay prueba alguna de la muerte tuya. Vos ni siquiera exististe, ¡cardiópata! 

Los quejumbrosos judíos, que piden compasión pero que no la tienen, de zarpazo en zarpazo les han quitado a los árabes de Palestina su territorio. Que dizque es de ellos. Que dizque del pueblo elegido. Que dizque desde que salieron de Egipto. Que dizque desde hace seis mil años cuando dizque cruzaron el mar Rojo, que dizque se abrió de par en par para que pasaran y se siguieran dizque por el desierto del Sinaí que dizque se gastaron cuarenta años en cruzar, tras de los cuales dizque por fin llegaron a la Tierra Prometida, dizque un jardín de leche y miel. ¡Cuál jardín de leche y miel semejante yermo! ¿De qué manga se sacaron semejantes conejos tan orejones? De la Historia no, de la arqueología tampoco. ¡Cuáles seis mil años! ¿Por qué mejor no le ponen diez mil? Ay, tan prehistóricos ellos… ¡Y cuál Egipto! Allá no estuvieron. ¡Y cuál cruce de ese mar y ese desierto! No los cruzaron. ¡Qué se iba a abrir el mar y se iban a gastar cuarenta años para cruzar lo que uno se cruza en camello en dos días, o en jeep en unas horas! ¿Y quién vio que Moisés separó con su varita mágica las aguas del mar Rojo para que pasaran? ¿Cecil B. DeMille? ¡Cuál varita mágica! Moisés no existió. ¡Y qué es ese cuento del pueblo elegido! ¿Quién lo eligió? ¿Yahvé, el Dios carnívoro que el único animal que no comía era el cerdo por miedo a la triquinosis? ¿Y entonces por qué los ha hecho sufrir tanto si los quería? ¿Por qué los dejó gasear de Hi-tler en Auschwitz, Treblinka, Sobibor, etcétera? ¡Ah con estos circuncidados! Tan buenos para la usura pero tan crédulos. Están pues como las beatas de la catedral de Manizales que madrugaban a rezarle al Señor hasta que una mañana, cansado de tanta adulación, el Viejo se sacudió la tierra como se sacude un perro las pulgas para quitárselas de encima. ¡Y las sepultó bajo el techo y las dos torres! Si les está yendo mal en la vida, colombianos, no le pidan a Dios que les va a ir peor. Dios no los quiere por desechables. Por eso andan tan zarrapastrosos. Al que le pide, Dios sí le da, ¡pero palo, por haragán y mendigo! Trabajen, ahorren, no beban, no pichen, no coman y verán.

¿Y en calidad de qué hablo? En calidad de quien encarna el Estado y ejerce él solo los tres poderes: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. Yo, yo, yo. Yo soy el que ordena, yo soy el que manda, yo soy el que habla. ¡Nada de ejecutar leyes! ¡A ejecutar delincuentes! Si Colombia delinque, que pague. Si delinque uno, paga uno; si delinquen dos, pagan dos; si delinquen todos, pagan todos, que es lo que iremos viendo, si sí o si no. No se necesitan los tres poderes de Montesquieu, espíritu enmarihuanado y confuso que los equiparó a la democracia. Lo suyo no es democracia sino triplicación de funciones, despilfarro. Con un solo poder basta. Con el mío, el de la triple corona, el del que aquí dice yo y lo ejerce desde esta alta tribuna que domina la catedral y el capitolio, antros de ladrones, ensotanados o no, que voy a reducir a cenizas no bien termine este párrafo.

¡Cuánto engaño el de los adoradores circuncisos de Yahvé! ¿Y de los árabes qué nos dice? ¿Se salvan o no se salvan? No se salvan. Muy rezanderos y circuncidados también ellos, excretan una o dos veces diarias pero rezan seis. ¡Carajo! El bípedo humano no se puede pasar la vida prosternado en tierra con el culo al aire rezándole a una entelequia que no existe, como no sea en el corazón podrido de sus clérigos. Alá es Yahvé, Yahvé es Dios, y Dios tuvo un Hijo, el Crucificado. ¡Ay, el Crucificado! Cristianos rastreros, adoradores de dos palos. Hoy por lo menos con las novelerías de los paturrientos tiempos que corren los han venido cambiando por tres: los de la portería de una cancha de fútbol.

—No son tres, Excelencia, son seis, porque en cada cancha hay dos porterías, cada una con su portero.

—Ah… Entonces vamos a hacer la cuenta en patas. Cada portero tiene dos patas y son dos porteros. Multiplicando las dos patas de los dos porteros por las dos porterías nos da ocho patas. Dos por dos cuatro y cuatro por dos ocho.

—Se equivoca, Excelencia, no son ocho sino cuarenta y cuatro patas porque son dos equipos, con once jugadores cada equipo, y cada jugador con sus dos patas. Once por dos y por dos, ¿cuánto da? Cuarenta y cuatro. Cuarenta y cuatro patas.

¡Las que sean! En todo caso, congratulaciones, excristianos, porque por más uñilargos que sean los de la FIFA, sustraen menos que los de la curia vaticana. Y el daño que le pueda hacer un balón inflado al ser humano se esfuma cuando se desinfla haciendo «pfffffrrr», como el tubo trasero de las mulas de Bolívar. En cambio el daño que le ha hecho el cristianismo al mundo durante dos milenios impidiéndole aparecer a la moral no tiene nombre. ¡Malditos los judíos y sus madres! ¿Por qué no remataron de un lanzazo al endemoniado Cristo cuando lo tenían inmovilizado en la cruz? La segunda oportunidad la veo calva.

Nunca he querido a esa gente. Trabajan y trabajan, acumulan y acumulan, ¿y total para qué? ¿Para qué si ni siquiera tienen cielo? Aprendan, judíos, de los musulmanes, que tienen montado allá arriba un paraíso donde Alá le da al que llega ochenta vírgenes para que se sacie en ellas como a bien le plazca. Ochenta esclavas sexuales que uno puede abrir, cerrar, doblar, desdoblar, oler, lamer, chupar y patasarribiar a su gusto, ¿qué más podría pedirle a su Dios un cristiano? Pásense al mahometismo, judíos y cristianos, que Alá da más.

¡Qué carajos! Mujeres es lo que hay de sobra en este mun-do y tengo un mensaje urgente para Colombia que me escucha, sintonizada en todos los canales y emisoras de la tele y de la radio de la red patriótica que yo controlo y que me está transmitiendo en este instante mismo en vivo, pero grabándome por si algún día les falto y me les muero: «Colombia, mala patria, hija de España, hija de puta, te voy a enderezar, ¡torcida!» En cuanto a la China, la India, el Japón, Birmania, Tailandia, etcétera, ya iremos viendo. A cada capillita le llega su fiestecita.

«Tengo hambre, tengo hambre, tengo hambre», claman los desechables de Colombia mirándome a mí en vez de entornar sus ojos hacia el cielo, el dispensador de maná para los hambreados. ¿Y qué culpa tengo yo de que tengan hambre? Si tienen hambre, coman; y si no tienen qué comer, aliméntense de smog, que es el actual maná de Yahvé, muy nutritivo y sustancioso por sus características celestiales. ¿No ven cómo reverdecen las plantas? ¿O han visto alguna vez a una planta quejándose por el smog? Al que se le ocurra darle una vez por despistado a uno de estos pordioseros váyase preparando para tener que darle cada vez que se lo encuentre, sin poder quitárselo jamás de encima, cargando de por vida esa cruz. Y ni se cambie de acera pues él también tiene patas y se cambia. Y si ya cargan ustedes con una cruz, o con cinco, o con diez, o con veinte, prepárense para cargar la veintiuna. He ahí el precio que tiene que pagar el buen colombiano por vivir en el jardín de las delicias. 

No se dejen arrastrar por la caridad cristiana que es alcahuetería. ¿Cuándo han visto pedir limosna al papa, colombianos? ¿O cuándo la dio Jesús? Me refiero al Jesús que se conoce con el alias de Cristo, no a Jesús Moncada, el trepador de montañas. Jamás dio limosna, Jesús, era avaro. O mejor dicho no tenía con qué porque no trabajaba, era un zángano. De muchacho haría algún ataúd o un par de camas en calidad de ayudante de su padre san José, que le enseñó carpintería. Después nada, no volvió a trabajar, se dedicó a vivir del cuento y de los peces que sacaban sus secuaces del agua. ¡Dizque los iba a hacer pescadores de almas! A un alma no la pesca ni el Putas, como dicen en Colombia. ¿No ven que es inmaterial? No vuelvan a dar, colombianos, que sumada a la carga demográfica el mundo padece hoy de la fatiga de los donantes.

Y no bien le dan ustedes a un desechable, ¿qué les dice? Les dice: «Que mi Dios lo bendiga» o «Que mi Dios se lo pague». ¡Con el «mi» posesivo, como si Dios fuera propiedad de ellos! ¿Y cómo va a bendecir Dios, siendo como es inmaterial y por lo tanto manco? ¿Acaso es papa? ¡Blasfemos! Por eso los frailes dominicos de la Santa Inquisición torturaban y quemaban en su nombre. ¡Qué se iba a ensuciar Dios tocando humanos! Y he ahí la razón de su insolvencia, la que le impide pagar. Como a mí. El dinero también a mí me asquea. Ni Él ni yo tocamos plata.

En todo caso Colombia ha sido más bien bondadosa con sus desechables: los metió en su nueva Constitución, que a nuestros constituyentes les salió maravillosa: ¡con doscientas veinte erratas! Por eso hoy disfrutamos de una constitución errática.

¿Y cómo despiden las mamás, en el país de las delicias, a sus hijitas cuando salen en la mañana para el colegio con su mochilita o fiambrera? «Que la Virgen me la acompañe, m’hija», les dicen. A una de estas niñas mochileras acompañada por la Virgen la violaron, ¿y de qué le sirvió a la nena la mamá de Dios? ¿Cómo puede confiar una madre colombiana, sabiendo dónde vive, en la que le puso los cuernos con el Espíritu Santo a san José, su legítimo esposo? «¿Y a mí qué me toca?» les preguntó la adúltera a los violadores, y uno de ellos, un rufián de cuchillo, mal encarado y con olor a pecueca, sin saber con quién estaba hablando le contestó: «Ve esta vieja marica…». Señoras madres: no les vuelvan a encargar a sus hijitas a la Virgen, que esta atolondrada mujer no sirve para un carajo. Mejor consíganles un guardaespaldas. O dos, para que cada uno vigile al otro. O tres, para que cada uno vigile a los otros dos. O mejor no tengan hijos, que aquí abajo ya no cabemos. Muéranse y se van p’al cielo a cantar en el coro de los angelitos.

Paso a Mahoma, el impostor, quien a diferencia de Cristo, que no existió, este sí, y fue esclavista, pederasta, contratador de esbirros y asaltante de caravanas. Cuando se tuvo que ir a estafar a Medina y los judíos de esta ciudad no lo reconocieron como profeta, cambió la quibla, o dirección hacia la que rezan los musulmanes, de Jerusalén a La Meca. Días hay en el año en que la temperatura de La Meca llega a los 50 grados a la sombra, sin que Alá les suavice el horno a sus adoradores con una brisita tan siquiera. Ni más ni menos como se comporta el Señor con los habitantes de Caucasia, Antioquia, que arden a la orilla del río Cauca, de donde les viene el gentilicio de «caucásicos». La suerte del hombre a Dios no le importa. Por eso en este valle de lágrimas todo es un continuo llorar.

Pero Mahoma da para un libro. Por lo pronto, pues me queda mucha tinta en el tintero para él, solo quiero recordarles a mis lectores de los cincuenta y dos países musulmanes que días después de que su profeta cambiara la quibla se lo encontraron sus secuaces excretando en un oasis con la cara vuelta hacia La Meca y el culo hacia Jerusalén. ¡Qué vengativos son los árabes! Por cualquier mísero reino de petróleo se matan entre sí padres e hijos, hermanos y hermanos. ¿Y para qué querrán petróleo en el paraíso, si allá les van a dar de a ochenta vírgenes por cabeza? A mí que Alá me dé también mis ochenta vírgenes aunque sean judías. O a falta de vírgenes hembras, sus hermanitos, aunque no estén vírgenes. En plato usado, si está limpio, también comemos los cristianos. Se lo tuve que explicar con detalle en una entrevista para la televisión a Margarita Vidal, una preguntona colombiana malintencionada que queriéndose pasar de lista me preguntó por mis gustos sexuales. No le contesté por mis gustos sino por mis aberraciones. Cuando acabé el detallado recuento dijo «Aaaaaaaah», con una a larga cargada de angustia, abriendo la boca como en El grito de Munch. Se había dado cuenta la pobre de lo que se perdió en la vida y yo no. Margarita, agua corrida, agua ida. Curate del vicio de preguntar.

El cristianismo adora a un loco que no existió, repartido en veinte engendros de la leyenda. Veinte Cristos, posteriores todos al año 100 y ninguno de antes, de los cuales el Nuevo Testamento refundió tres en uno, que es al que le rezan ustedes. En unas cuantas páginas de La puta de Babilonia, obra magistral si las hay, el mayúsculo embrollo de la existencia de Cristo ha quedado plenamente aclarado, y desenmascarada la más grande estafa a la humanidad. El autor ya murió, me quedé sin conocerlo. No la dejen de leer, la recomiendo. «Es más, Manuel, ministro, o Juan, o como te llames: a partir de hoy La puta de Babilonia se convierte en texto obligatorio del bachillerato colombiano. Y de paso me suprimes del pénsum las “humanidades”, que todo lo que huela a humano apesta».

Tras la batalla del puente Milvio una de la veintena de sectas cristianas, la que se llamó a sí misma «católica» que en griego significa «universal», se convirtió en concubina del emperador Constantino, el vencedor, y para afianzarse en el poder, y no tener competencia en la cama, exterminó a todas las religiones del Imperio Romano y a las demás sectas cristianas, de cuyos veinte Cristos dejó tres, que mezcló en uno, lo colgó de una cruz y echó a rodar por el mundo la calumnia de que lo habían crucificado los judíos. Y ese triple engendro unificado es el que ustedes han venido adorando hasta hoy, colombianos. No más. Suficiente. Se acabó. Voy a descruzar todas las cruces y a dejarlas en palos sueltos para hacer mangos de escoba.

Al paso que refundía los tres Cristos en uno, la concubina, la gran puta, la que mi autor llama «la puta de Babilonia», juntaba el Antiguo Testamento con el Nuevo en un solo mamotreto que llamó la «Biblia», del griego «libro», como si este adefesio inmoral y estúpido fuera el libro por excelencia del Homo sapiens y la palabra de Dios. Baturrillo de textos mal escritos y sin autor conocido, todos apócrifos, la Biblia está escrita con una sintaxis primitiva que no conoce la subordinación y une las frases con la conjunción copulativa, ¡que ojalá tuviera que ver, por Dios, esta boba con la cópula o enchufamiento sexual! No, no se ilusionen, que libraco más aburrido no conozco. Leí esa mierda tarde en la vida, después de haber andado mucho. De niño leía Doc Savage el hombre de bronce, que publicaba la Editorial Molino de Buenos Aires. Y me entregaba a soñar. Me veía desde mi base de operaciones en el piso 86 del Empire State dominando el mundo, dato importante para mis biógrafos, pues si bien no llegué a dominarlo, por lo menos sí a Colombia. ¡Metí en cintura a esta yegua arrecha!

¿Saben en qué está escrito el Nuevo Testamento? ¡Qué van a saber! En griego. ¿Y el Antiguo? ¡Tampoco! En hebreo. El griego es una lengua indoeuropea y el hebreo semítica. Y yo os pregunto, eminencias: ¿podéis mezclar el agua y el aceite? ¿Y es que Dios puede hablar en lengua humana? No porque Él es simultáneo, sin pasado ni futuro, y todo lenguaje es sucesivo. Si Dios hablara, su eternidad tendría un antes y un después y se lo arrastraría el río del Tiempo. Que es el que me lleva a mí de culos rumbo al negro abismo. Tengo noventa y cinco años, ¿qué más quieren? Acabo mi misión aquí abajo en la tierra y me reúno allá arriba en el cielo con el Padre Eterno.

Nos llevó mi padre terrenal, herrero de profesión, humilde pero honrado (o sea pendejo), a conocer el Ferrocarril de Antioquia, orgullo de la raza antioqueña que me vio nacer, pero que ya desmantelamos porque cuanto aquí construimos lo tumbamos. Subimos al monstruo humeante en medio de un gran estrépito. Por sobre los silbatos de la locomotora y los chirridos de las ruedas sacachispas, que echaron a rodar, nos gritó entonces desgañitándose el humilde herrero: «Vayan ir viendo a ver qué ven por ese lado, que yo voy ir viendo a ver qué veo por este otro». ¡Qué íbamos a ver! Rastrojos en las cercanías, montañas en las lejanías, y una que otra vaca. ¿Y qué querían que viéramos? ¿Cisnes en un laguito? ¡Nooo, si Colombia es fea! La queríamos, sí, pero no por bella sino por lo buena que era con nosotros. Nunca nos mató. ¡Qué va a ser Colombia mala! Lo que pasa es que hay que entender: fiesta sin muerto no es fiesta y aquí vivimos muy bueno.

Después de que Lutero tradujo el engendro bicéfalo del hebreo y el griego al alemán han venido proliferando las traducciones a los restantes idiomas. Con decirles que hasta a las lenguas de la Amazonia y Australia lo han traducido. ¡A las de unos aborígenes de la Edad de Piedra con taparrabo, o sin tapa, vernáculos! ¿La palabra de Dios traducida? No se puede, porque las traducciones son aproximaciones a lo traducido y Dios es absoluto, no es más o menos. Curas, pastores, popes, rabinos, ayatolas, se acabo el engaño al rebaño. Los voy a fusilar, a degollar, a quemar. O lo uno, o lo otro, o lo otro, o las tres medecinas juntas. ¡Clerigalla!

No bien tomé las riendas de la mula patria, ¿y qué hago? Que me fajo los panta …

| Nota del editor *

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