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La nueva anormalidad

En la última columna sobre el tema de las distopías en el tiempo de coronavirus, me referí a la real y actual distopía en la que se ha convertido mi país por causa del totalitarismo y autoritarismo del régimen imperante y cómo algunos efectos se han dado por la pandemia. Esta vez, este tema será un poco menos aterrizado a una determinada realidad y un poco más hipotético.

Por Aura Isabel Mora*

Durante las cuarentenas de esta pandemia, ya mucho se ha hablado sobre la “nueva normalidad” y, quizás, no haya una normalidad; de repente, se vengan tiempos en que no quede mucho de la “antigua normalidad” y todo lo nuevo sea anormal. Tal vez la costumbre o la regularidad de los tiempos previos a la pandemia no regrese.

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Nada de lo que ahora tenemos que hacer durante el tiempo de aislamiento es nuevo, ni siquiera lo que no hacíamos de manera virtual y que ahora sí; ya desde hace un tiempo se viene hablando y realizando el teletrabajo, la educación hace mucho que la hay virtual y a distancia, el entretenimiento que pareciera que el Internet nació con él, hace rato infantes y adolecentes están inmersos en estas formas de diversión; las compras y las ventas fueron una de las primeras cosas que se valieron de la red, las noticias se fueron del papel impreso dejando en estado comatoso a los diarios y periódicos, el pago de las cuentas de los servicios domiciliarios y las transacciones bancarias se hacían on line, y ni qué hablar del sexo, la vida social en buena parte se desarrollaba tanto en redes que las madres se quejaban porque en las visitas de sus hijos no tenían tanta atención, hasta se delinquía por internet lo que permitió la creación de la ciberseguridad, lo que ya, de por sí, no era normal.

Tal vez ocurra nuevamente lo que pasó cuando llegó la televisión en los años cincuenta  y sesenta instalándose en el centro de la sala, que se pensó que acabaría con la radio, o la desplazaría, que había sido el medio familiar por excelencia, escuchar las radionovelas que eran unos verdaderos espectáculos sonoros, tanto que eran una de las actividades preferidas en la niñez de los abuelos, pero la radio siguió su camino por otros senderos y ahí sigue; o cuando llegó el cine, se pensó que acabaría con los libros, o cuando llegó la red de internet se pensó que acabaría con los periódicos, pero al contrario, la red tomó todos los lenguajes, el visual, el sonoro y el escrito y los instaló en nuestras pantallas. En conclusión, lo que ha pasado es que se aumentaron los aparatos tecnológicos, pensamos menos, nos entrenemos más, aun estando en el encierro. 

Pero lo que sí es cierto es que el mundo se ha convertido en un laboratorio y la pandemia, independientemente de cómo haya sucedido, está siendo un experimento. Nunca antes las calles de casi todas las ciudades en todo el mundo habían estado tan desiertas, los hogares tan habitados y las personas tan encerradas.

La que hasta ahora se ha denominado como crisis sanitaria, por lo menos, ha dejado ciertos efectos favorables para el planeta, tales como el retorno de muchos animales silvestres a hábitats de los que habían sido desterrados, y de cuyos avistamientos ya nos habíamos referido anteriormente, y la reducción en el consumo de combustibles fósiles, lo cual nos presenta la primera paradoja en el experimento; uno de los grandes sectores de la economía se está viendo afectado y el petróleo, mercancía fundamental del actual sistema capitalista, generadora de la mayoría de las actuales guerras, ha disminuido su precio.

No obstante, otro sector de los grandes de la economía encuentra el escenario propicio para su auge: la informática. Las actividades que antes realizábamos eventualmente en la red y frente a la pantalla de un computador, ahora podrían no ser eventualmente, y las que realizábamos indefectiblemente sin la mediación del Internet, podrían también seguir el mismo camino de pasar a ser realizadas sí o sí de manera virtual…

Estamos en el momento y circunstancia precisos para que quienes, hasta ahora han sido los dueños y mandantes del mundo, se empoderen más de lo que ya están. Microsoft, Mac, Google, Facebook, WhatsApp, Twitter y demás, junto con sus respetivos dueños, serán imprescindibles en la vida de casi cualquier persona y los datos, se convertirán en la nueva riqueza que revitaliza el sistema, el nuevo oro del mundo, por los que muchos estarán dispuestos a librar guerras horrendas con tal de obtenerlo.

Un mundo en el que todo lo que hacemos, lo podamos y tengamos que hacer sin salir de casa, no solamente trabajar, estudiar, informarse, entretenerse, manejar la cuenta bancaria…, sino también, acudir a citas médicas, entrenar como en el gimnasio y hasta reunirse con la familia o los amigos. Como el trabajador ya no tendrá que salir a la calle para ir a la empresa, y tampoco al banco, no podrá ser asaltado y robado, y el atracador no podrá hurtar; tampoco veremos tanto a los vecinos, las riñas y peleas ya no serán callejeras, los riesgos de morir violentamente serán mínimos y los delincuentes no serán criminales sangrientos y agresivos, las cárceles bajarán su hacinamiento y se deshabitarán, los detectives de hurtos y homicidios desaparecerán y la policía será informática y privada, pues los nuevos delincuentes también serán informáticos que estafarán y extorsionarán vía internet, que cuando sean capturados por la policía informática, serán enviados a la casa, que también será cárcel.

Así que presos y libres vivirán exactamente en el mismo sitio: en la casa. Pero, entonces ¿qué gracia tendrá estar libre?, pues, que a los delincuentes se les quitará todo dispositivo y aplicación de conectividad que no sea indispensable para la simple y mera existencia. El concepto de libertad será equiparado al de conectividad, de lo cual surgirá una nueva paradoja: estará más vigilada la persona libre que el preso.

Y un mundo, también, en el que cosas que damos por descontado desaparezcan, el beso, el abrazo y hasta el simple estrechón de manos al saludar, dejaran de existir y se les considerará como usanzas atávicas de un rito obsoleto. Los jóvenes no irán a la escuela, ya no tendrán la oportunidad de tener romances primaverales, el cortejo no existirá, no habrá cines ni centros comerciales (malls o shoppings), todos serán virtuales, donde invitar al novio o novia a pasear, ver una “peli” y comer un helado. Al igual que en los más adultos que, en las pocas oportunidades que habrán de interactuar y socializar, tendrán puesta una mascarilla, barbijo o tapabocas, que terminará con las posibilidades de atracción al sexo opuesto, además que el contacto físico será mal visto al punto de ser tabú; así que la reproducción tendrá que ser reinventada, muy seguramente la persona interesada en procrear tenga que acceder a los servicios correspondiente que se encuentren en la red con un alto grado de peligro, desde donde le provean un dispositivo para la inseminación y le den la debida asesoría de uso de manera on line, así e igualmente como cuando se enferme y deba acudir al médico; mientras que para la cuestión meramente hedonista, el sexo será realizado sexting y las y los webcam models reemplazarán a lo análogamente convencional; y las noches de copas con los amigos serán con cada quien en su casa, con una botella de licor y una copa, mirando la pantalla hasta que amanezca.

Las películas serán vistas en la sala de televisión, en la de estar o en el dormitorio de la casa, los actores serán animaciones computarizadas, al igual que las locaciones. El teatro resurgirá, pues los actores que queden posiblemente tengan que mutar a una televisión casera y de reality show, como en The Truman Show, lo que sería la nueva versión de esta arte escénica.

El dinero tal como lo conocemos, en su formato billetes y monedas, también desaparecerá. El empleado realiza su teletrabajo, él y su jefe tienen cuentas bancarias, el salario es pagado on line, y es gastado por el trabajador de la misma forma, on line, la ropa que compre ya no será como la actual, lo fashion también desaparecerá, y los intereses que imperan al momento de escoger la vestimenta serán acordes a la nueva realidad, que sea lo más adecuado para estar en casa, y los gritos de la moda se silenciarán ante los caprichos personales. Las vacaciones y los viajes de placer también pueden ver afectada su existencia, el transporte será estrictamente funcional, y el trabajo de los repartidores y domiciliarios será tan glamuroso como actualmente es el de los pilotos de aerolínea.

Como dije, pueda que esto nunca pase y todo esto sea lo que realmente parece: un conjunto de teorías más propias de un guion de película que las hipótesis a constatar en un futuro dentro del experimento social de una pandemia, pero de lo que, muy seguramente, sí vamos a tener que cuidarnos es de la vigilancia que se va a dar, nuestro estado de salud será el pretexto perfecto para el que el estado estructure una sociedad completa y virtualmente observada, ejerciendo una biopolítica en la que el monitoreo de nuestra salud y las redes sociales efectuarán una vigilancia tanto de nuestros cuerpos como de nuestras mentes y entonces el sistema estará de nuevo en máxima producción, por lo menos ese el sueño del hegemón.

Por lo menos, los bogotanos ya tuvieron la oportunidad de experimentar la vigilancia por parte del estado, aunque tan sólo fue simplemente la oportunidad, con la aplicación del Registro de Movilidad Segura de la plataforma Bogotá Ciudad Cuidadora que fue impuesta mediante decreto distrital el lunes de esta semana, publicada el martes y derogada el miércoles, pero que imponía la obligación de registrar cualquier traslado o movilización de las personas, indicando, además de la identificación del ciudadano,  el medio de locomoción empleado, el motivo, el punto y la hora de inicio, el destino y la hora de llegada del trayecto, obviamente dentro del marco de medidas sanitarias de cuarentena y confinamiento por la crisis de la pandemia de coronavirus.

Pero no todo queda allí, los grupos críticos, los ambientalistas, las feministas, los estudiantes, los profesores, los sindicatos, los indígenas, los pueblos afros y, en general, toda la gente en acción y los movimientos sociales encontrarán nuevas formas de resistencia y de re-existencia, mucho más creativas e insospechadas que darán la cara al nuevo sistema autoritario. 

*Sobre la autora, Aura Isabel Mora es profesora de la Maestría en Comunicación, Educación en la Cultura de UNIMINUTO

| Nota del editor *

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