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[Opinión] El arte del olvido

Inspirado en las reflexiones de Jorge Luis Borges. En el olvido reside la posibilidad de reinventarnos, de ser otros, de empezar de nuevo; y  tal vez, en ese renacer, encontremos la verdadera esencia de la vida: la capacidad de dejar atrás lo que ya no somos, para abrazar lo que aún podemos ser.

Por Carlos Andrés Vidal Martínez

Dijo Borges que el olvido es una forma de la memoria, un arte sutil que permite navegar entre las sombras del pasado sin quedar atrapados en ellas. Olvidar no es negar lo que fue, sino elegir qué merece permanecer y qué debe desvanecerse, como un susurro que se pierde en el viento. Es un acto de discernimiento, una manera de filtrar las experiencias que nos han marcado, separando lo que nos construye de lo que nos destruye. El olvido, en este sentido, no es un vacío, sino una forma de ordenar el caos de nuestra historia personal.

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El tiempo, ese río infinito, arrastra consigo las horas, los días, los rostros que alguna vez creímos eternos. Y en su corriente, aprendemos que el olvido no es un fracaso, sino una liberación. Es el gesto de soltar lo que ya no nos define, de dejar ir lo que nos pesa, de abrir espacio para lo nuevo en el laberinto de nuestra mente. El tiempo nos enseña que no podemos cargar con todo, que hay momentos, personas y emociones que deben quedarse atrás, no porque carezcan de valor, sino porque su peso nos impide avanzar. El olvido, entonces, se convierte en una herramienta para seguir viviendo, para no quedarnos anclados en lo que ya no existe.

Pero olvidar no es fácil. Requiere valentía, porque a veces lo que más duele es también lo que más tememos perder. Hay recuerdos que se aferran a nosotros con una fuerza inexplicable, como si fueran parte de nuestra piel. Sin embargo, en ese acto de olvido, encontramos una extraña paz, como si al borrar una palabra de un libro, el universo entero se reescribiera a nuestro favor. Olvidar es, en cierta forma, un acto de creación: al dejar ir lo que ya no nos sirve, damos paso a nuevas posibilidades, a nuevas versiones de nosotros mismos.

Borges, maestro de laberintos y espejos, enseñó que el olvido es también una forma de sabiduría. En sus obras, el pasado y el presente se entrelazan de manera inextricable, pero siempre hay un gesto de desprendimiento, una aceptación de que no todo puede ser retenido. Para Borges, el olvido no era una derrota, sino una manera de enfrentar la fugacidad de la existencia. En su poesía y en sus cuentos, el olvido aparece como un tema recurrente, no como algo que deba ser temido, sino como algo que debe ser comprendido y, en cierta medida, dominado.

Porque en el olvido reside la posibilidad de reinventarnos, de ser otros, de empezar de nuevo; y  tal vez, en ese renacer, encontremos la verdadera esencia de la vida: la capacidad de dejar atrás lo que ya no somos, para abrazar lo que aún podemos ser. El olvido nos permite despojarnos de las máscaras que ya no nos representan, de las historias que ya no nos pertenecen. Es un acto de humildad, de reconocer que no somos dueños de nuestro pasado, sino apenas sus intérpretes.

Sin embargo, el olvido no es un proceso lineal ni sencillo. A veces, intentamos olvidar y, en el esfuerzo, terminamos recordando con más intensidad. Otras veces, creemos haber olvidado, hasta que un aroma, una melodía o una palabra nos devuelven de golpe a lo que queríamos dejar atrás. Es en esos momentos cuando entendemos que el olvido no es una tarea que se complete de una vez por todas, sino un ejercicio constante, un diálogo entre lo que fuimos y lo que queremos ser.

Borges también recordó que el olvido está íntimamente ligado a la memoria. No podemos olvidar lo que no hemos recordado primero. Por eso, el olvido no es una negación, sino una transformación. Es tomar lo que nos ha marcado, darle un último vistazo y luego dejarlo ir, no como un acto de desprecio, sino como un acto de respeto hacia nosotros mismos. Es entender que no todo merece ocupar un lugar en nuestro presente, que hay cosas que deben quedarse en el pasado para que podamos seguir avanzando.

En última instancia, el arte del olvido es un arte de supervivencia. Nos permite vivir sin el peso constante de lo que ya no tiene cabida en nuestras vidas. Nos enseña que no somos esclavos de nuestro pasado, sino arquitectos de nuestro futuro. Y, como bien lo supo Borges, nos recuerda que la vida es un laberinto en el que no todas las puertas deben ser abiertas, ni todos los caminos recorridos. A veces, la sabiduría está en saber cuándo cerrar una puerta y seguir adelante.

El olvido, entonces, no es un acto de cobardía, sino de valentía. Es enfrentar la verdad de que no podemos cargar con todo, de que hay cosas que deben quedarse atrás para que otras puedan florecer. Y en ese proceso, encontramos no solo la paz, sino también la libertad de ser quienes realmente somos, sin ataduras, sin cadenas, sin el peso innecesario de lo que ya no nos pertenece.

| Nota del editor *

Si usted tiene algo para decir sobre esta publicación, escriba un correo a: jorge.perez@uniminuto.edu

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