
Por César Ruiz de La Torre
Esta frase, pronunciada por Gabriel García Márquez en 1950, sale del corazón del reportero que transitó por los vericuetos de una sala de redacción dejando historias como salidas del cubilete de un mago, pero que mostraban la verdad de un país cuyas paradojas son la partera del llamado “realismo mágico”.
Para quienes transitamos por el camino de la profesión que se parece al boxeo, y que pertenecemos a la generación que vio salir a las calles “Crónica de una muerte anunciada”, García Márquez no sólo ha sido uno de los mejores escritores del mundo, sino un maestro de la redacción que sentó cátedra de cómo hacer un buen periodismo, escribiendo bien y sin dejarse atropellar por los cambios del idioma que se imponen por la presión de la inmediatez, la degradación de la semántica por su olvido o condena al ostracismo, y por la era cibernética que obliga al ahorro de las palabras, para que un pajarito azul llamado twiter trine a su gusto.
Pero lo que es bueno prevalecerá. Y la obra literaria y periodística de “Gabo”, como también se conoció a García Márquez, es más que buena, es exquisita para el lector, refrescante para el redactor y lucrativa para el editor.
Sin lugar a dudas, será referente obligado en los colegios y en las facultades de periodismo, al igual que para los intelectuales, como lo ha venido siendo hasta el momento, también para los políticos y para los lectores que buscan el estímulo de un buen libro.
Se hará memoria de sus anécdotas, recordando aquellos años del tropel, que le marcó su exilió, en donde pensar, escribir y hablar libremente era considerado subversivo. Sí, porque palabras como Cuba, socialismo, sindicato, libertad, oposición, derechos humanos, y demás, al ser pronunciadas eran dignas de ser allanadas por el establecimiento
Esa misma memoria hará volar las mariposas amarrillas, que acompañaron a Gabo hasta el día de su muerte, recordando que la realidad colombiana y latinoamericana, muchas veces supera la imaginación y que a pesar de que todo cambia, aún sigue sumergida en “cien años de soledad”