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Pasajeros en la vía. Cuando la carretera cuenta historias del territorio

Recorremos algunas carreteras de América, hasta llegar a Colombia y conocer un poco de lo que nos relatan sus rutas nacionales, en la voz de un conductor de tráiler.

Por: Gustavo Campo Menco. UNIMINUTO RADIO Tolima.

Para encontrar una carretera que cuente historias en Colombia, puede ser cosa de llegar a una terminal de buses en lo que llaman ciudades intermedias. De día son un hervidero de pasajeros y vendedores. De noche parecen un galpón vacío donde flotan olores a humanidad, gasolina y manteca. Una vez allí, se cumple un ritual que inicia con la compra del tiquete, contiene un diálogo en la taquilla, y una espera hasta la hora de abordaje. Hay un tiempo muerto en la entrega de equipajes que van en la bodega. Y luego entrar al bus, atravesar aromas a ambientador y llegar al asiento.

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Cuando es en la terminal de una ciudad capital, de día es el mismo huracán de gente a trompicones. Pero de noche, ese galpón parece un dormitorio fragmentado, como si fuese una de esas cajas chinas rompecabezas, llenas de compartimientos absurdos. En las columnas y bancas del corredor, es posible ver arrumes de hombres con la cabeza metida entre sus abrigos, mujeres envueltas en mantas de colores, y montículos de gente en el piso, enroscada entre maletas. A lo largo de los corredores se abren mostradores con vitrinas repletas de empanadas, buñuelos y pollo frito o asado, y panes amorfos en bolsas colgadas encima.

El escenario siguiente es la carretera. Asfalto que se extiende y se curva en el horizonte. Recordemos el tramo de vía más memorable al que hayamos desembocado, quizá porque se nos helaban los huesos o el calor derretía el aire, quizá porque había un barranco al lado o las curvas eran trampas suicidas, donde si se intentaba adelantar a algún vehículo, en el giro retumbaba el bramido de un tráiler con carga de toneladas.

La carretera, en cualquier rincón del planeta, puede ser esa que contaba el escritor estadounidense y Premio Nobel de Literatura en 1962, John Ernst Steinbeck, en la novela “Las uvas de la ira”, publicada en 1939. Steinbeck dedicó un capítulo a describir la emigración dramática de los granjeros arruinados de Oklahoma hacia California, por la Ruta 66 en Estados Unidos. Steinbeck se refería a la Ruta 66 como “Mother Road” o la Carretera Madre, un apodo que todavía conserva. “Las uvas de la ira” ganó un premio Pulitzer en 1940 y convirtió a la carretera en un escenario y en una ruta famosa. La novela tuvo problemas de censura, por la crítica que planteaba al sistema capitalista del Gobierno de la época y su lectura se prohibió temporalmente en algunas escuelas. John Ford dirigió su adaptación al cine en 1940 y fue un éxito en taquillas, con una nominación a Premio Oscar.

La misma Ruta 66 vuelve a ser escenario en la novela “En la carretera”, del escritor estadounidense Jack Kerouac, publicada en 1957. Kerouac narra cuatro viajes que realizó entre 1947 y 1949. Esta novela retrata la pasión por los viajes, mientras más imprevisibles y retorcidos sean, compartidos por Kerouac y sus amigos. En esta historia no hay una atención directa a la ruta, lo importante es el relato de cómo les suceden esas experiencias a los personajes, jóvenes que pertenecen a una generación conocida como Beat Generation, quienes vieron en la novela un manifiesto y la Ruta 66 jugó un escenario fundamental en esta declaración. La Ruta 66 se llenó de “hipsters”, como se hacían llamar estos jóvenes, quienes la recorrían haciendo autostop o se lanzaban sin rumbo a la vía en vehículos destartalados, durmiendo en hoteles ruinosos y conviviendo en bares decadentes. Proclamaban un aprendizaje del verdadero significado de las cosas, de la gente y la naturaleza, con la contemplación de la vida americana y una búsqueda de identidad nacional. Muchos integrantes de esta generación convirtieron su modo de vida en la conicida Época Hippie.

Esta búsqueda de carreteras que narren historias en su trayecto necesita voces, y que el léxico de sus historias esté puesto en la boca de sus personajes. Como las que tiene la novela mexicana “Tiempo de alacranes”, del escritor mexicano Bernardo Fernández, publicada en 2005. Es una historia sobre una persecución desenfrenada de gente que atraviesa un país entero, de frontera a frontera entre carreteras, y pueblo tras pueblo. Alberto Ramírez, sicario que trabaja para un narcotraficante mexicano, recibe el encargo de eliminar a un testigo protegido, un soplón. El sicario alias el Güero, apodado así por la ferocidad de los alacranes de ese color, vive una crisis depresiva: siente que envejece y sabe que su retiro está cerca. Acepta el encargo y con ello quiere cerrar una vida de crímenes. Entonces desencadena una serie de eventos que van desde las carreteras de la frontera en Coahuila, hasta un ghetto para inmigrantes de Toronto, y desde los deshuesaderos de carros en Monterrey, hasta un prostíbulo en Ciudad Lerdo. Esta novela ganó el Premio Nacional de Novela de México Una vuelta de tuerca en 2005, y el Premio Memorial Silverio Cañada del 2006, en la Semana Negra de Gijón, a la mejor primer novela negra de un autor.

Este aspecto de la historia: la carretera como personaje y escenario al mismo tiempo; con gentes que las atraviesan, que huyen o persiguen, nos lleva a otro autor con una historia cuyo punto de quiebre es un viaje en tráiler a través de las profundidades de las carreteras del norte de México. La novela “Conducir un tráiler”, del escritor mexicano Rogelio Guedea, publicada en 2009, refleja una situación latente en los últimos años de un país en donde el crimen, el narcotráfico, y la violencia sexual, cada día unta de sangre la tierra. La novela es una historia de venganzas en donde acompañamos a Abel Corona, un muchacho que escapa de su casa en Colima y viaja de pueblo en pueblo, para atravesar el norte de México, detrás de una mujer, y luego lo vemos regresar para hacerse agente de la Procuraduría de Justicia. Es una historia con un lenguaje que explora la forma y el estilo narrativo, con regionalismos del norte, refranes, y mucha ironía con humor ácido. Esta novela también ganó el Premio Memorial Silverio Cañada, en 2009.

En este viaje por las carreteras de la América profunda en las páginas de las novelas, un día encontró testimonios de viajeros en la realidad. Entonces apareció el dato de un trailero que, en su trabajo de recorrer las carreteras de Colombia, hacía videos de sus trayectos. Carlos Eduardo Giraldo Vergara, nacido y criado en Ibagué, hijo y nieto de traileros, conductor de tráiler y youtuber, en una entrevista con UNIMINUTO RADIO Tolima, para el programa La calle del libro, nos contó historias de su vida, de cómo y cuándo se hizo trailero y de cómo se convirtió en youtuber.

Carlos Giraldo: Siempre en la vida he tenido dos sueños. El primer sueño era ser futbolista profesional, y el segundo era ser camionero en Colombia. Gracias a Dios jugué futbol profesional a los 19 años en Nicaragua, pero pues, no se me dieron muy bien las cosas. Sin embargo, yo ya sabía manejar tractomula, porque pues mi papá está en el gremio desde que yo tenía 16 años. Entonces pues, siempre era como la curiosidad de decirle que me enseñara así fuera a moverla, y pues, él me enseñó. Entonces pues, ahí empezó todo. Sin embargo, en mi juventud siempre estuve más metido en el tema del futbol. Al no dárseme las cosas en Nicaragua, pues yo me devolví para Colombia.

Yo llegué aquí a Colombia en mayo del 2019. Y cuando yo llegué aquí a Colombia, mi papá me dijo: “Yo necesito que usted se ponga a estudiar, usted ya tiene 19 años. O busque lo que quiera hacer.” Entonces yo le dije: “No, pa. Yo, la verdad, yo me veo más como camionero que como estudiante. Entonces él me dijo: “Ah, bueno. Listo. Entonces, arregle su maleta y mañana empieza.” Y así, la demora fue llegar aquí a Colombia, bajarme del avión y montarme a la mula. Entonces, pues ahí empecé. Y pues, usted sabe que uno a los 19 años, siempre quiere grabar todo. A mí me gustaba mucho grabar las carreteras, los paisajes, grabar con alguna música y que viera de fondo la carretera. Eso me gustaba mucho.

Entonces un día se me pasó por la mente hacer un video y ese video era en la ruta Bogotá – Villavicencio. Entonces, pues, yo dije; bueno, voy a hacer el video y empecé a grabar ahí. Y yo no sabía ni grabar, porque pues, uno para subir video a Youtube tiene que grabar con el celular a lo ancho y yo grababa con el celular parado, pero siempre trataba de, digamos, de decir cosas coherentes y de decir cosas de las que yo estaba haciendo; por dónde iba y qué se ve por ahí por la ciudad, o qué es la comida típica, o que si a los camiones les gusta parar ahí. Todas esas cosas. Entonces pues, yo después de haber grabado, edité el video y lo subí a Youtube. Entonces cuando yo subí el video a Youtube, al otro día miré y ya tenía el video como seiscientas reproducciones y como doscientos suscriptores. Entonces yo dije, vea, esto como que se ve bueno, como que a la gente le gusta. Y ahí empecé.

Después hice un video subiendo La Línea y me fui guiando y me empezó a gustar bastante, digamos, en querer uno enseñarle a la gente como el tema de la manejada de las mulas. También yo hablo mucho de, digamos, de la cultura de las regiones, de todo eso, ¿sí me entiende? Y también lo hago porque hay mucha gente, digamos, en otros países que viven enamorados de Colombia y no lo pueden disfrutar aquí, por su trabajo en el exterior. Entonces, pues, también esas personas son muy felices viendo los videos. Y ahí vamos. Gracias a Dios, ahí vamos. La idea es seguir creciendo de la mejor manera.”

Esto nos contaron las carreteras que recorrimos, desde las páginas de las novelas, hasta el asfalto duro, para encontrar historias que narren el territorio. Colombia también se escribe en las vías que la atraviesan. Escuchemos sus voces y sus sonidos en las rutas. También eso hace parte de nuestra historia.

| Nota del editor *

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