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Profe, ¿y usted qué aprendió?

¿Qué tan importante es saber realmente lo que se aprende en el aula? ¿Estamos abiertos a recopilar los aprendizajes que nos dejan los estudiantes?

Por Hans Vargas Pardo (*)

El docente terminó su clase. Fueron 135 minutos de un intenso y acucioso encuentro de saberes entre los 20 asistentes. Al final, y luego de conocer las dudas y apreciaciones de los estudiantes, Juanita, la misma que siempre se ubica en la parte más alejada del tablero, levantó la mano para pedir la palabra. Una vez tuvo la oportunidad preguntó: Profe, ¿y usted qué aprendió?

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La respuesta del docente estaba a punto de salir disparada como cohete. Frases como “Claro que he aprendido de sus experiencias” o  “Por supuesto ustedes me  aportan mucho”… estaban en la mente del profe. Sin embargo, en esta oportunidad se tomó su tiempo para pensarlo bien. Y es que en realidad había que estimarlo… con calma, respirando pausadamente y tal vez trayendo a su memoria vivencias pasadas.

Ahora bien, ¿qué tan importante es saber realmente lo que se aprende en el aula? ¿Estamos abiertos a recopilar los aprendizajes que nos dejan los estudiantes? La respuesta puede ser Sí. Y está muy bien. Pero lo realmente valioso es sacarlo a luz, fomentar su uso y manifestarlo de manera abierta, con el fin de crear nuevos saberes.

Pero no crea usted que me he olvidado de la respuesta del docente protagonista de esta historia. Es más, la palabra que saltó en su cabeza, como una pelota de goma en un salón vacío fue: NADA. Sí, NADA. NADA. Y así se lo dijo a Juanita: NADA.

Los ojos de la estudiante se abrieron de tal manera a medida que un gran murmullo se retumbaba con más fuerza en el salón de 5 metros cuadrados. Pero esas cuatro letras: NADA, no eran ofensivas. Eran, mejor, un atentado a su propia consciencia. Y así lo relató.

“Miré señorita, le voy a explicar el porqué de mi respuesta. Yo me considero un buen docente: informado, innovador, con propuestas nuevas, culto y siempre responsable. Ustedes son testigos que aprendieron mucho, incluso más de lo que pide este nivel. Eso está claro. Sin embargo, nunca abrí mis ojos para ver más allá, para valorar lo que ustedes me daban, y no me refiero a sus respuestas en los parciales o los temas que estaban en relación a esta asignatura, me refiero a lo que decían sus ojos, lo que gritaban sus comportamientos o lo que dejaban entrever sus movimientos corporales…“.

La clase se extendió 60 minutos más, 3.600 segundos en los que el profesor tuvo la oportunidad de enterarse de lo que se ha perdido, de las maravillosas experiencias juveniles, de los más locos pensamientos, de los sueños, miedos y esperanzas…

Ese día aprendió más que todos los años de maestrías, doctorados, libros y ensayos apilados en su mente. Desde ese día, su vida no fue la misma y en su tumba hoy se lee el siguiente mensaje. “Lo más importante de ser profe no es enseñar, sino recibir”.

(*) Comunicador Social- Periodista. Docente coordinador del programa de Comunicación Social UNIMINUTO- Cali

| Nota del editor *

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