Escucha nuestras emisoras: 🔊 AUDIO EN VIVO |

Escucha nuestras emisoras: 🔈 BOGOTÁ 1430 AM | 🔈 CUNDINAMARCA 1580 AM | 🔈 TOLIMA 870 AM | 🔈 SOACHA | 🔈 NEIVA | 🔈 SOLO MÚSICA

Un hombre que vestía honor

Por: Laura Daniela Porras Lagos

Me pidieron escribir sobre alguna historia, algo que me hubiera marcado o que me apasionara. Siempre he amado contar esas historias, por eso le pedí a María que me contara la suya.

- Patrocinado -


Ese día fue muy triste, esa imagen quedó grabada en mi memoria. Tenía cuatro años cuando mis papás se separaron; ella decidió partir porque conoció a otro hombre en el trabajo. Una tarde llegó con él y traían una zorra, un carro halado por un caballo. Con toda la indiferencia se llevó todas las cosas que teníamos en nuestra humilde casa. Vivíamos en un lugar humilde, un rancho en un lote que mi padre había comprado y construido como pudo; como pudo y de a poco levantó las habitaciones y arregló los pisos y las paredes. Mi mamá se llevó camas, muebles y a mis dos hermanos, lo más importante, de quienes no me pude despedir. Nunca comprendí por qué a mis hermanos y a mí no, que era la menor.

Incluso nos dejó sin luz, aunque por fortuna el vecino tenía energía, que amablemente decidió compartírnosla; recuerdo que funcionaba por medio de unos cables que debían conectarse de modo artesanal, y que ella había cortado por rencor con mi padre: no le importó dejar a sus otros hijos ahí en la oscuridad, sin nada en la casa, y así como así, se fue sin darnos alguna explicación.

Ese día mi padre llegó más tarde de lo normal del trabajo, y apenas nos vio ahí sentados, en un rincón de la casa comenzó a llorar. Afortunadamente, él siempre fue muy creativo y muy echao pa’lante, y con velas iluminamos nuestro hogar, y con unos rodillos improvisamos nuestras camas durante mucho tiempo. Eso era un poco incómodo y doloroso por tan duras, recuerda María riendo.

Siempre estaré agradecida con mis dos hermanos mayores, William y Carlos, siempre fuimos los tres y ellos se convirtieron en esa madre que no tuve. Mi padre, que cumplió como madre y padre, hacía lo que podía; definitivamente como él, ninguno. Trabajaba de lunes a sábado en la Universidad Nacional como personal de seguridad. Mis hermanos me alimentaban; eso sí, la comida nunca nos faltó, o bueno, de pequeña así lo sentía. Podría haber un pedazo de rellena, o algo similar, y mi padre optaba por dárnoslo a nosotros, así él no comiera: primero éramos nosotros.

Él procuró, dentro de sus capacidades, y más allá, brindarnos una buena vida. Yo Sabía que no éramos ricos, pero lo sentía de esa manera. Ahora que lo pienso, con un pensamiento más maduro quizá, sé que para él debió ser tan difícil enfrentarse solo a esa vida, y por eso tiene mi admiración y agradecimiento, más cuando recuerdo los sacrificios que hacía, porque, en mi inocencia, mi pensamiento de niña me hacía preguntarle dónde se encontraba mi madre, por qué se había ido, por qué nos había dejado, y él apenas se ponía triste, sufría sin saber qué responderme, recuerda María mirando al piso con lágrimas en los ojos y la voz entrecortada.

Mi padre hacía diseños en madera, le encantaba trabajarla como una pasión extra, además de que así nos ayudaba con algunos recursos económicos. Resulta que él sacaba las piezas que hacía afuera de la casa, las ubicaba bonito y se sentaba a esperar a ver QUÉ vendía; la gente pasaba y miraba las sillas que hacía. Recuerdo tanto sus palabras: “¿Pero ¿por qué nadie me compra si mis sillitas están bonitas?”, rememora María, mientras saca un pañuelo de su bolsillo para limpiarse las lágrimas.

Le dije que podíamos detenernos hasta que se sintiera más calmada para continuar su historia. Luego de dos minutos retomó.

Recogiendo el dinero que él rebuscaba nos alcanzaba para volver a Bucaramanga de vez en cuando, ciudad de donde éramos oriundos y donde vivíamos antes de venir a la Capital. Nos íbamos en unas chivas, y claro, al llegar el ambiente era otro. En una de esas navidades, casi cuatro años después de irnos de Bucaramanga, un día escuché a lo lejos que nos llamaban a mis hermanos y a mí: “¡Ahí está su mamá!, ¡Ahí está doña Aurora!”. Ella nos llamaba y nos fuimos hasta donde estaba; nos dio unos regalos y nuevamente se volvió a ir. No volvimos a saber de ella hasta que yo tenía por ahí unos dieciocho años. Imagínate, uno de niño y recibir tantos regalos: estábamos emocionados y jugábamos con ellos con un orgullo grande, recuerda María riendo.

Cuando llegamos a la casa mi padre estaba trabajando en una biblioteca que le habían encargado, porque la gente sabía de su talento, y cuando lo veían le demostraban gran respeto por su cumplimiento y responsabilidad. En esas, nos observó emocionado por los regalos que nos habían dado. Nos preguntó por el origen de los juguetes. Le respondimos que había sido nuestra mamá. De inmediato cambió el semblante y nos dijo: “¡Ustedes devuelven esos juguetes, y se acuestan ya!”. Eran como las diez de la noche y decidimos acostarnos. En ese entonces no entendimos la posición de nuestro padre, pues se nos hizo algo tan simple recibir esos regalos. Pobrecito porque para él eso fue una ofensa, sumado al dolor que debió haber sentido. Recuerdo que él ni siquiera aceptaba que nombráramos a mi madre, porque lo que más lo ofendía era el hecho que nos hubiera abandonado tan pequeños, y esa enorme indiferencia.

Mi hermana Marta, luego de dos años de la separación, optó por volver con nosotros. Recuerdo que mi padre se arrodilló feliz y le agradecía a Dios porque su otra hija estaba nuevamente con él. La recibió, le dio estudio, fue un hombre de verdad como pocos. Sin embargo, a ella como a mis demás hermanos, esta situación nos marcó, porque a pesar de tener a mi padre en todo momento, es una historia muy dura que claramente nos dejó un vacío enorme.

Mi hermana Marta y mi hermano Gonzalo, que se quedó toda la vida con mi mamá, cambiaron a tal grado que no se hallaban en ningún lugar, y en el estudio sentían que no entendían nada. Mi hermano Carlos lastimosamente siguió los pasos de mi padre en el alcohol. Mi padre tomaba, sí, pero era responsable con todo, y siempre priorizaba a sus hijos

Así que cada uno, considero yo, buscaba refugio en algo para llenar ese vacío; mi hermano William, dice María con la voz nuevamente entre cortada, se volvió introvertido, pero eso sí, era muy juicioso; luego se unió al ejército y todos comenzamos a tomar nuestro rumbo en la vida. Yo me refugié en mi padre, en el amor que me brindaba, dice María soltando las lágrimas.

| Nota del editor *

Si usted tiene algo para decir sobre esta publicación, escriba un correo a: radio@uniminuto.edu

Otros contenidos

Contenidos populares