Por: María Camila Wandurraga Mora
El maltrato animal en Colombia es una de esas heridas abiertas y ocultas. Una que, aunque a veces parezca invisible, nos habla de lo que somos y de lo que aún no hemos sido capaces de cambiar como personas y como sociedad.
Hablar de maltrato animal no es solo hablar de perros o gatos golpeados, ni de caballos explotados hasta el agotamiento. Es hablar de un país donde la violencia ha llegado al máximo, que incluso hemos perdido la capacidad de reconocer el dolor del otro, aunque ese otro no tenga voz ni lenguaje verbal para pedir ayuda.
El día que Ángel nos habló de su historia

Ángel era un perro criollo, uno más de muchos animales que andan buscando sombra, agua, y si hay suerte una caricia. Pero a Ángel le tocó encontrarse con la peor cara del ser humano. En 2021, en Saboyá (Boyacá), fue víctima de una agresión que aún hoy resulta difícil de contar sin un nudo en la garganta, a Ángel le arrancaron parte de su piel con un machete, lo dejaron agonizando, como si su vida no valiera nada. Pero Ángel sobrevivió. No gracias a su agresor, sino a las manos de voluntarios y rescatistas que lucharon por él. Lo cuidaron, lo alimentaron, lo acariciaron. Por primera vez, tal vez, conoció lo que era ser querido. Su historia nos sacudió como país. Y no porque fuera la primera vez que un animal era maltratado, sino porque por fin tuvimos que mirar de frente una verdad incómoda que, en Colombia, la vida de los animales todavía se desprecia y no se respeta como debería ser.
La Ley Ángel: una respuesta a la justicia

La historia de Ángel fue tan poderosa que inspiró un cambio. En su nombre, nació la Ley Ángel, una reforma al Código Penal y a la Ley 1774 que endurece las penas para quienes maltraten animales. Con esta ley se busca que casos como el de Ángel no queden impunes: que haya cárcel real para los agresores, que se creen rutas de atenciones efectivas y que el Estado empiece a tratar el bienestar animal como una política pública seria, no como un asunto sin importancia. Pero esta ley no es un acto de venganza, es un acto de justicia, de memoria y de humanidad. Es la forma en que Colombia, con todas sus contradicciones, intenta decir: “Lo sentimos, Ángel. Esto no debió pasar”.
Una violencia que debe ser reconocida

El caso de Ángel es uno entre miles. Basta salir a caminar por cualquier ciudad para encontrarse con perros y gatos atropellados, caballos con costillas al aire tirando de carretas. El maltrato animal en Colombia no es un hecho aislado, es una rutina. Y eso es lo más alarmante, que nos hemos acostumbrado a ver el sufrimiento sin inmutarnos o ayudarlos de alguna manera, hemos ignorado por completo el dolor animal de aquellos seres que no pueden hablar por sí mismos.
Las cifras lo confirman: entre 2016 y 2024 hubo más de 14.000 denuncias por maltrato animal en el país. ¿Cuántas terminaron en una condena? Apenas unas 200. Es decir, en Colombia es más fácil salir impune después de torturar a un animal, que después de robar un celular. Esa impunidad no solo nos deja mal parados como sistema de justicia: nos deja mal parados como sociedad y como personas.
El respeto por la vida

No se trata solo de amar a los animales. Se trata de entender que el respeto por la vida empieza por lo más frágil, por lo más indefenso. Un país que permite que se abuse de un animal, difícilmente protegerá a un niño, a una mujer o a un adulto mayor. La violencia no se fragmenta, se conecta. Y lo que normalizamos en la calle, se reproduce en el hogar y en la política y en nuestra vida personal, en quienes como y qué aportaremos para las nuevas generaciones. Por eso, cada vez que protegemos a un animal, también estamos dando un paso hacia una sociedad más empática, más justa, más humana.
¿Qué podemos hacer?

No necesitamos ser empáticos radicales ni tener una fundación para empezar a cambiar las cosas. Podemos empezar con gestos sencillos: adoptar en vez de comprar, esterilizar a nuestras mascotas, denunciar cuando veamos maltrato, enseñar a nuestros hijos a respetar a los animales. Incluso compartir la historia de Ángel, hablar de ella, mantenerla viva es una forma de honrarla. Pero también debemos exigir al Estado más veterinarios públicos, más fiscalías especializadas, más campañas educativas, más control sobre quienes tienen animales como propiedad y no como compañeros de vida, no como parte de la familia. Entender que los animales también sienten y merecen el trato igual que los demás seres.
Una memoria viva, un compromiso de todos

Ángel murió en febrero de 2025. Se fue sin ver a su agresor tras las rejas. Pero su historia no terminó con su muerte. Hoy vive en una ley que lleva su nombre, en las personas que lo cuidaron, en quienes lloraron por él sin conocerlo y, sobre todo, en quienes entendieron que su sufrimiento no fue en vano.
Que su nombre nos recuerde que los animales no son cosas. Que sienten, que sufren, que aman, lo cual está comprobado por la ciencia en varias ocasiones reiterándonos el derecho a una vida digna, que nosotros, como seres humanos, tenemos la responsabilidad moral, social y de corazón.