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[Crítica] Amor, mentiras y sangre (Love Lies Bleeding): una película que propone una locura diseñada para las audiencias actuales

En algún lugar de Nuevo México, en plena época de los ochentas, Lou (Kristen Stewart), la solitaria gerente de un gimnasio se enamora perdidamente de Jackie (Katy O’Brian), una ambiciosa culturista que desea ir a Las Vegas para cumplir sus sueños. Sin embargo, su amor se ve arrastrado por los secretos del mundo violento de Lou y su familia.

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Tal vez por eso la directora británica Rose Glass inicia su película mirando un horizonte lleno de estrellas a donde escapar, que parece la premisa de la cinta Amor, mentiras y sangre. Además de ser una película de venganza con estética de cine Indie, A24 sigue tomando ese tipo de estética como propia e impulsa películas con este ADN.

Glass escribió el guion en compañía de la también directora Weronika Tofilska, una salvaje extravagancia llena de chicas, pistolas, sexo y cosas que explotan. La narración lineal que se torna interesante con tonos de cine neo noir explora pasajes que muestran las oscuridades humanas que con ayuda de esteroides se hacen más grandes cada vez, como los músculos de Jackie.

En una historia que en ocasiones pierde potencia, el papá de Lou (Ed Harris) se acopla de la mejor manera, que simboliza la fuerza y que emerge como el Villano, lo que en realidad no resulta cierto, aunque sus deseos son el mayor activador de la cinta.

Como lo planteé, esta cinta habla de escapar, a dónde escapar y cómo estos lugares comunes se convierten en amor, mentiras y sangre. Mientras las consecuencias de estas tres premisas humanas son cada vez peores, Lou exterioriza sus temores, que mientras avanza la película se convierten en venganzas de las que nadie está a salvo, ni ella misma, que termina deshumanizada por no estar sola.

Este aspecto lleva a otro punto que aborda la película: la soledad, que tiene muchas caras y que está expuesta en todos sus personajes de diferentes maneras, como mentirse a sí mismo cuando hay maltrato por acceder a una compañía, como el personaje de Beth (Jena Malone), la hermana de Lou, que acepta una vida de maltratos y malas maneras por mantener una idea falsa sobre una familia.

Cuando estos tópicos se condensan y alcanzan las motivaciones de los personajes y sus desenlaces, se desata el artefacto del marketing del nuevo Hollywood en donde la falta de ideas y los cierres que no compaginan con líneas argumentales sólidas, simplemente no existen: es como si el espectador entrara a una galería de arte donde estuvieran Andy Warhol y Roy Lichtenstein juntos en los setentas, sacándose un conejo del sombrero a modo de conclusión, para simplemente agrandar las cosas sin sentido para no perder la atención.

Existen películas con puntos de giro memorables en sus cierres como 12 monos (1995), Memento (2000), El Club de la pelea (1999), o la interesante A Scanner Darkly (2006) entre otras, cuyos metrajes construyen el sentido, pero no lo dejan al azar, como en Amor, mentiras y sangre, donde por tener el sello de A24 parece que todo vale. Juzguen ustedes.

| Nota del editor *

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