Luego de que esta franquicia tuviera su primera aparición formal en 2016, su protagonista Ryan Reynolds intenta sacarse de nuevo un conejo del sombrero con la tercera entrega del antihéroe más famoso e irreverente del cine.
Deadpool y Wolverine regresan para intentar salvar el UCM con una de las películas mejor vendidas del año, y no es para menos, con esta cinta que es un homenaje a los rezagados de varias batallas, series y películas que no produjeron el impacto suficiente para existir, y en otros casos, con personajes que merecían estar en la pantalla grande y nunca lo lograron.
Ese sentimiento de nostalgia es el ingrediente que más se utiliza en esta nueva entrega de Deadpool y Wolverine, que, desde el título, evoca al que me atrevería a decir es el personaje más querido y recordado de todos los que han sido llevados a la pantalla grande, luego de la espectacular Logan (2017) y la versión definitiva de Logan Noir estrenada ese año.
Wolverine, personificado por el inigualable actor, cantante y productor de cine australiano, el británico Hugh Jackman, es el otro gran ingrediente de esta entrega, que, en mi opinión, Deadpool 3 sería una película de plataforma si él no estuviera presente.
Deadpool y Wolverine se introduce de nuevo en el tema de los multiversos, encaminada por su anterior entrega, Deadpool 2 (2018), impulsada por la trama y los personajes de la serie Loki (2021), sumados a Mobius M, interpretado por el inglés Matthew Macfadyen, recordado por Succession (2018), una de las mejores series de la historia en la pantalla chica.
Con una historia sencilla y poco arriesgada, la película explota de nuevo el sarcasmo y el humor negro de sus personajes, continuamente impulsados por Wolverine, encontrando en su dolor personal, su mejor motivación en dos horas y siete minutos de duración.
Como se esperaba, y bajo la fórmula Marvel, la aparición de personajes antiguos no se hizo esperar, que sirvieron de trampolín, para continuar dándole ritmo a un guion falto de ideas y precipitadamente común.
Algo que vale resaltar, ya que más que un festival de cameos y un fanservice evidentes, se les ofreció un justo homenaje a personajes que quisieron ser estrellas en su época, pero que el público no se los permitió por las razones que sea, todo enmarcado con un constante humor al mejor estilo de Deadpool.
Deadpool y Wolverine sigue siendo fiel a su estilo irreverente, graciosamente grosero, con secuencias de acción tan violentas que caen en lo absurdo, que alimentan este humor, donde su protagonista se burla constantemente de sí mismo, de su franquicia, que deja claro durante la película que no desea ser nada más que Deadpool, jugando constantemente con la cuarta pared.
En mi opinión esta película podría haber logrado lo que hizo en su segunda entrega, que además de seguir la línea violenta, grosera, graciosa e irónica, fue entretenida, entrañable e interesante, pero esta no lo es. Solo resalta por la gran química de sus protagonistas y cómo pueden infringir dolor sobre el otro sin morir.
Wolverine y su inmortal personaje ya son parte de la historia del cine, al igual que Deadpool, pero ¿Qué tan necesario fue mostrar muchas versiones de Deadpool si no sumaron ni restaron nada? ¿Solo fue para vender juguetes?
El cine es un arte y tiene la capacidad de entretener con calidad, como las dos primeras entregas de esta franquicia, que, en esta ocasión en cambio solo tomó elementos que impactan y llenan la pantalla de cosas espectaculares, pero que luego que se prenden las luces, no dejan nada para llevarse a casa.