Hay muchas maneras de ver las cosas y muchos los caminos para llegar al mismo lugar. Así como unas personas llegan más rápido a un mismo sitio que otras, a veces el cine muestra caminos que se confunden con la ficción por estar en la gran pantalla, cuando lo que hace es poner en movimiento imágenes para mostrar la vida de muchas personas y su emoción, condensadas en unos minutos para sacar a flote sus sentimientos.
Por eso las películas son capaces de contraer en sus imágenes y en sus personajes tantas emociones como las vidas que las ven, atrapando un mundo que revela cosas en la oscuridad, para que cualquier persona pueda tener una conversación personal, y por qué no, hacerla parte de su vida. Es lo que hace Memorias de un Caracol (Memoir of a Snail), cinta de una hora y treinta y cuatro minutos que dice muchas cosas sin moralismo, sin tapujos, tan sincera que cada cruda verdad que revela conmueve hasta las lágrimas.

Memorias de un Caracol fue nominada a mejor película de animación en los Oscar 2025, al lado de grandes títulos como Robot Salvaje (2024); o Flow (2024), flamante ganadora. Pero esta película australiana tiene algo que no tienen las demás, porque toca temas demasiado adultos y de modo crudo para la Academia, como para ganar en su categoría, aunque de ninguna manera esto hace que pierda calidad y claridad en lo que quiere decir, temáticas que el director australiano Adam Elliot desarrolla con mucha sensibilidad y técnica, más cuando no es novato en este tipo de trabajos, que además ganó el Premio Oscar con su cortometraje de animación Harvie Krumpet (2004).
Cuenta la historia de Grace (Sarah Snook), una niña solitaria que se refugia en el amor por los caracoles y los libros. A edad temprana, cuando se separa de Gilbert, su hermano gemelo (Kodi Smit-McPhee), cae en una gran tristeza. A pesar de una serie de continuas dificultades, la inspiración y la esperanza surgen cuando entabla una duradera amistad con Pinky (Jacki Weaver), una anciana maravillosa, que le demuestra que la vida está llena de esperanza.

Entre las sorpresas de la cinta, gracias al tipo de animación en stop motion, que en su sentir rudimentario y artesanal de a poco se siente cercano al espectador, gracias a lo que sucede en pantalla, Memorias de un caracol se convierte en una experiencia más íntima mientras avanza, que atrapa continuamente la atención y las emociones de quien la vea con frases como: “no tenemos más remedio que seguir adelante”, uno de los pilares narrativos de la cinta, o: “la vida no se trata de mirar hacia atrás, debemos caminar hacia adelante”. También aparece el humor reflexivo, como cuando Grace dijo: “Mi papá siempre decía que la infancia es como estar borracho, Todos recuerdan lo que hiciste, menos tú”.
Las continuas reflexiones y el desarrollo de personajes aumenta la disposición del espectador hacia un encuentro consigo mismo, pues la película se embarca en hablar de cosas por nombre propio, sin espacio a la suposición y con claridad respecto de cómo el ser humano es capaz de transformarse en lo peor o en lo mejor, bien desde la religión, desde un radicalismo ideológico, o desde los fetiches de una sociedad hambrienta de saciar sus sensaciones que le cuesta mirar más lejos, dejando de lado la empatía, lastimando fragilidades en muchas personas que encuentran como solución refugiarse en sí mismas para no ser lastimados.

Otro punto destacable es cómo los personajes y la estructura de sus perfiles va moldeando a todos los demás, tanto que cada uno se convierte en una metáfora potente sobre la vida y cómo afrontarla, disfrutarla o evitarla. Memorias de un caracol toma acción en pantalla para nutrir un elaborado mensaje que cobra fuerza en cada punto de giro que, entre risas y lágrimas es desgarrador, pues Elliot toma el humor para darle inteligentemente ritmo a la película y que no caiga en un agujero oscuro, porque es todo lo contrario a un relato pesimista que busca manipular la tristeza.
Así como la vida, la película se adentra en mostrar cómo lo que se vive, forma y deforma la percepción del mundo, la capacidad de sentir, cómo cada ser humano recibe afecto y como su carencia puede opacar una vida que ve como su mayor virtud, para adornar de la mejor manera posible su caparazón, maquillando una verdad sin afrontar la tristeza que no le permite ver los matices de la vida. Es cuando entra Pinky, fundamental en la trama, uno de los simbolismos más complejos de la película, pero el que más brilla.

Al tiempo que Grace intenta darle sentido a su existencia, acumulando cosas para buscar compañía en los objetos, va dejando un camino de cosas irresueltas que se concluye brillantemente con los simbolismos que va encontrando en su constante transformación, como en el andar de la baba del caracol cuando se deja libre, una analogía del tiempo y cómo cada persona lo percibe de manera diferente, y depende de cada uno si lo hace valer o si deja que pase enfrente sin mayor reparo.
Adam Elliot hizo una bellísima película llena de mensajes y reflexiones profundas, y demostró por medio de las formas y de sus personajes, que las peores jaulas son las que se crean para sí mismo, como lo dice Pinky. En lo que puede ser la tragedia de vivir, se encuentran sinfín de razones para darse una oportunidad de aprender, aunque estemos rodeados de crueldad, odios sin fundamento, juzgamientos por pensar diferente, o por el egoísmo del mundo que impide que muchas personas salgan de su caparazón. Película de extraño atractivo, al mejor estilo de Coraline (2009), pero que desarrolla una entrañable reconciliación con la vida.

Memorias de un Caracol, propone que la vida se construye por medio de errores, aciertos, instantes desgarradores y momentos que cambian la existencia y le dan un sentido a la gran aventura de la vida, que ciertamente no es fácil, pero que con la fuerza suficiente, la constancia y la entereza de querer ser mejor, se encuentran recompensas alcanzadas por pequeños triunfos diarios, porque si cada persona es capaz de percibirse como única y necesaria para sí, no va a tener la necesidad de pedir ideas prestadas o vivir bajo ideologías que no son propias, para darse la oportunidad de auto descubrirse, así sea desde la más profunda tristeza, o desde un hecho desgarrador, porque cada persona ve las cosas de manera distinta, pero el cine es capaz de unificar esas ideas, convirtiéndolas en un sentimiento colectivo.

Si esta película le hizo caer en cuenta que tiene su propio caparazón, vale la pena salir, aunque corre el riesgo de vivir para luego darse cuenta que valió la pena existir.