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[Crítica] R.M.N. :una exploración fascinante a la xenofobia del ser social

Por: Daniel Rojas Chía

La sociedad tiende a cambiar con cada sistema de pensamiento, que siguen transformándose con influencias religiosas, morales, éticas o históricas. Cristian Mungiu es un director de cine rumano y uno de los más importantes exponentes de la Nueva ola rumana de cine, y su película R.M.N. muestra el porqué.

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La película tiene lugar días antes de Navidad, cuando Matthias (Marin Grigore) vuelve a su pueblo natal, una localidad multiétnica de Transilvania, tras dejar su trabajo en Alemania. Está preocupado por su hijo, Rudi, que ha crecido sin él, y por su padre, Otto (Andrei Finți), que se había quedado solo, y desea volver a ver a Csilla, su exnovia. Trata de implicarse más en la educación del niño, que ha pasado demasiado tiempo a cargo de su madre, y Ana quiere ayudarle a superar sus miedos irracionales. Cuando la fábrica que Csilla (Judith State) dirige decide contratar a empleados extranjeros, la paz de esta pequeña comunidad se verá perturbada, y las inquietudes afectarán también a los adultos. Las frustraciones, los conflictos y las pasiones volverán a aflorar, rompiendo la paz aparente de la comunidad.

Es sorprendente cómo una narración plácida se puede convertir en algo completamente orquestado con un guion claro, lleno de ideas sólidas sobre la sociedad y cómo esta sustenta lo vulgar que pueden llegar a ser sus lógicas, mostrando cómo los pensamientos xenófobos y machistas de la sociedad europea están llenos de constantes incertidumbres sobre el futuro y los miedos que los acechan, en un país que parece por momentos atrapado en el tiempo y sin ganas de salir de allí.

El talentoso director rumano propone de manera magistral un recorrido pausado y elocuente para ofrecerle al espectador otra radiografía precisa del estado de las cosas en su país en el contexto de un pueblo multiétnico y en transición de entrar a la Unión Europea.

Mungiu construye personajes y momentos tan bien elaborados como sorprendentes, donde la cámara deja de ser un instrumento y todo lo que está en el encuadre fluye de manera natural, como ocurre en la secuencia en encuadre fijo de la asamblea, que simplemente es una maravilla y un gusto de ver cómo se desarrolla casi que sin esfuerzo.

El cine rumano y del Este Europeo no cuenta con una audiencia amplia por su ritmo pausado y transiciones moderadas, que hacen que se vea lento al principio, como es el caso de R.M.N. que tarda unos minutos en tomar ritmo, hecho que tiene un propósito establecido por parte de la estructura del guion, aunque luego crece en intensidad y lleva al espectador a variadas reflexiones como dudas con su final, el cual ciertamente es desconcertante ya que hay mucho que desentrañar cuando aparecen los créditos.

Un regreso magistral de este director luego que se consagrara con 4 meses, 3 semanas, 2 días (2007), cuya última película fuera Bacalaureat de 2016. Esta sin duda es una buena razón para ver un cine que va mucho más allá del cine tradicional y de consumo normal. Que la disfrute y lo sorprenda.

| Nota del editor *

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