Llega a la pantalla grande otra película del conocido personaje del chocolatero más famoso del mundo, pero desde otra perspectiva que lleva al espectador a los inicios de este fabricante de sensaciones. Su última aventura se estrenó de la mano de Tim Burton en 2005 con Charlie y la fábrica de chocolate con su ya marcada exuberancia y surrealismo. La primera vez que esta historia se llevó al cine fue en 1971 con Willy Wonka y la fábrica de chocolate dirigida por Mel Stuart.
Aunque todas las visiones expuestas en el cine provienen de la obra literaria de Roald Dahl, cada una se caracteriza, bien sea por tomar la trama original o por mostrar un personaje más oscuro. En esta última versión el director británico Paul King lleva al espectador a los inicios de este chocolatero con solo el nombre de Wonka en su título, luego de dirigir películas como Paddington en su primera y segunda parte.
Esta precuela muestra cómo Willy Wonka (Timothée Chalamet) junta el conocimiento necesario para convertirse en chocolatero e impulsado por su sueño, llega a la gran ciudad para construir su anhelo. Naturalmente encuentra obstáculos y entre por menores y canciones logra salir de ellos con astucia y perseverancia.
Personalmente el tráiler no me motivó mucho en su momento, pero la dirección de Paul King construye este mundo sin ir demasiado a lo fantástico como en la última entrega protagonizada por Johnny Depp, logrando un equilibrio entre lo que “pueden ser” las presiones del mundo real como deudas, estafas, trampas, siempre impulsado por la búsqueda de los sueños cumplidos y de personajes que se vuelven entrañables como el del contador (Jim Carter) o el Noodle (Calah Lane) que es clave en la trama.
La película mantiene esa estética tan característica de estas cintas, llena de colores, luz y espectaculares imágenes que les dan crédito a los sueños por medio de la mirada del director y las concesiones de la historia que en ocasiones es tan inglesa como su vestuario, en sus personajes y en especial, en sus villanos. Este último lleva a sus personajes a esa teatralidad que exagera, pero que no desentona en ningún momento.
La maravillosa Olivia Colman logra impulsar la cinta entre lo clásico y lo contemporáneo con otros villanos como Slugworth (Paterson Joseph) que, entre la comedia y el musical, construyen un Wonka renovado y con mucha luz.
Toda esta constelación de personajes hace que Chalamet brille en la pantalla, pues todo el peso visual y narrativo cae en él completamente, aunque otros personajes nivelan las cargas y logran ese equilibrio señalado, acompañado de un gran montaje y una dirección de arte maravillosa con la cual su director logra ensamblar entre canciones, puntos de giro y mensajes positivos, que alientan a luchar por los sueños sin ser empalagosos.
Wonka es un clásico de navidad instantáneo, un musical/comedia encaminada a ser una película familiar y entretenida para todo público, un título más que sigue ubicando a Timothée Chalamet como uno de los mejores actores de su generación. También cuenta con buenos personajes, llamativos villanos, un policía corrupto que se roba la atención y mensajes sutiles pero poderosos como el del sacerdote (Rowan Atkinson) .
Un viaje dulce y luminoso al inicio del mítico personaje de Willy Wonka lleno de mensajes de amistad y esperanza, que no hostiga ni cansa en una hora y cincuenta y seis minutos, con un oompa loompa (Hugh Grant) maravilloso, notablemente inspirado por la entrega de 1971 que se convierte en una de las luces brillantes de la película. Juzguen ustedes.