Por: Daniel Rojas Chia
Desde hace 8 años, cuando las plataformas de transporte ingresaron al mercado nacional, ningún gobierno ha dado pasos firmes para encontrar una normatividad legal que ayude a calmar los ánimos entre taxistas y conductores de plataformas.
El desempleo registra el porcentaje más alto de los últimos años en el país, y según analistas consultados por el Banco de la República, la tasa de desocupación tendría un leve aumento este 2020 con tendencia al 10.8%.
Antes de anunciar su salida de Colombia, la compañía Uber, con su vocero George Gordon, director general de la compañía para América Latina, dijo que “Ha sido una situación muy difícil. Queremos estar de nuevo en Colombia, pero desafortunadamente la orden de la SIC y la falta de una acción por parte del Gobierno, nos forzaron a salir”.
Esta plataforma también advirtió muchas veces que Colombia era su segundo mejor escenario después de México, era evidente que la compañía no quería perder un nicho de negocio tan importante como Colombia.
En este aparente reposo por parte de la plataforma, las condiciones de calidad del gremio competidor (taxistas), solo se agudizó su ya recordada mala reputación. Varias fueron las noticias y testimonios de usuarios que rectificaron la célebre frase de la mayoría de conductores de los carros amarillos: “Para dónde va”, o “por allá no voy”.
Gracias a las redes sociales, se lideró por parte de la aplicación una campaña para solicitar públicamente el regreso de Uber. Miles de solicitudes llegaron por parte de usuarios y lo que en ese entonces eran “socios conductores”.
Ya es un hecho que la plataforma regresó al país hoy 19 de febrero de 2020, y esto ha hecho que el Ministerio del Interior realice nuevos análisis jurídicos al respecto para que continúe su proceso con la Superintendencia de Industria y Comercio.
Pero con la agilidad expuesta por parte de la Superintendencia y la voluntad política del gobierno por legalizar las plataformas, lo único que se consiguió es que entre en vigencia algún otro tipo de prohibición para encontrar nueva figura que permita a la plataforma funcionar.
Y mientras la polémica crece dentro de los entendidos, otros celebran esta alternativa de transporte que, en realidad, ayuda a proporcionar un servicio de calidad que muchos usuarios buscan en el transporte urbano.
¿Cómo funciona el nuevo Uber?
La nueva figura de Uber tiene varios cambios: los servicios se manejarán desde un contrato con la modalidad de arrendamiento, los socios conductores ya no son socios, lo que cambia por completo su posición frente a la compañía. Además, Uber se queda con el 25% de cada viaje realizado por sus conductores lo que sigue generando innumerables críticas por parte de sectores laborales alrededor del mundo, ya que es la aplicación de transporte que más comisión retiene.
Mientras el representante a la Cámara, Mauricio Toro, dice que el ciudadano debe ser el centro de atención, el senador Jorge Enrique Robledo arguye que el problema no está en las plataformas digitales, sino en su violación a las normativas del país, y aunque el Gobierno debe intentar regularlas, estas no pueden imponerse a las leyes establecidas o por establecerse.
Esta llamada “economía colaborativa” alrededor del mundo, ha sido profundamente criticada por muchos analistas que la tachan como la “esclavitud moderna”, pues la figuras de negocio es supremamente productiva y cuesta creer que en un negocio de miles de millones de dólares, se encuentre ética y valor por querer hacer lo correcto, porque viendo desde lejos, ni los gobiernos, ni las grandes compañías, crean o intentan construir normatividades que promuevan la equidad o un pago justo con las suficientes garantías.
Muchos celebran nuevamente la llegada de Uber al país, otros se llenan de odio porque dicen que están perjudicados por la falta de trabajo, pero lo que sí es cierto es que el ciudadano común tiene una alternativa de transporte en esta congestionada e insegura Bogotá, mientras que lo que realmente puede pasar, es que el show debe continuar y los bolsillos se deben seguir llenando, concentrando la riqueza aún más en unos pocos con “intención social”.