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El lamento de un Melómano: ¿Dónde quedó la música escrita con el alma? 

Las canciones suenan igual, con letras que carecen de profundidad, de una historia que contar o un mensaje que transmitir.

Por:  Juan Diego Duarte 

 Cada vez que enciendo mi radio o navego por alguna plataforma de streaming como Spotify o Apple Music, me encuentro con el mismo patrón repetitivo del reggaetón. Un género que, a pesar de su ritmo contagioso, ha caído en una monotonía exasperante. Las canciones suenan igual, con letras que carecen de profundidad, de una historia que contar o un mensaje que transmitir. Este fenómeno me hace anhelar épocas donde la música era una verdadera obra de arte, creada con el corazón y el alma de los artistas. 

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Tristemente no tuve la oportunidad de nacer en el siglo pasado, pero afortunadamente cuento con un papá que, desde que tengo memoria, me ha hablado de la música de los años 60, 70, 80 y 90, décadas que nos regalaron verdaderos himnos. 

Artistas como Michael Jackson no solo innovaron musicalmente, sino que también nos contaron historias inolvidables a través de sus canciones. Temas como “Man In The Mirror” y “Heal The World” no solo nos hacen bailar, sino que también nos invitan a reflexionar sobre nosotros mismos y el mundo que nos rodea. Jackson, con su carisma inigualable y sus mensajes de unidad y amor, nos dejó un legado imborrable. 

Freddy Mercury, con su voz poderosa y su presencia escénica, creó obras maestras que aún hoy resuenan con fuerza. “Bohemian Rhapsody” no es solo una canción, es una epopeya musical que desafió los estilos de su tiempo. Mercury y Queen nos mostraron que la música puede ser grandiosa y profunda al mismo tiempo. 

Bandas como Poison o Journey, con Steve Perry al frente, nos llevaron a través de viajes emocionales con cada una de sus baladas. La voz de Perry en “Don’t Stop Believin” es un recordatorio de lo que significa cantar con el corazón. Esa canción, convertida en un himno generacional, aún inspira a millones alrededor del mundo. 

En el ámbito hispanohablante, bandas como Hombres G y Aterciopelados nos ofrecieron no solo entretenimiento, sino una visión única del mundo a través de sus letras y melodías. “Devuélveme a mi chica” de la banda española y “Bolero Falaz” de los colombianos Andrea Echeverri y Héctor Buitrago, son ejemplos de canciones que capturan emociones auténticas y narran historias reales. Y por supuesto, Soda Stereo y Gustavo Cerati, con su capacidad para mezclar poesía y rock, nos dejaron un legado que trasciende generaciones. 

The Beatles, con su inigualable capacidad de reinventarse y de contar historias, marcaron un antes y después en la música popular. Canciones como “Yesterday” y “Hey Jude” son testamentos de cómo la música puede tocar el alma humana de manera profunda y significativa. 

A finales de los 80, todas las bandas querían parecerse a Bon Jovi o a Van Halen. Gracias a esto, surgió el Grunge, un nuevo estilo de rock con el que nunca logré conectar, pero del 

que en otra ocasión hablaré. Aun así, esas bandas que querían sonar como estas dos leyendas del rock tenían algo que las hacía diferentes: Sus letras, su toque distintivo, sus solos de guitarra, y la forma en la que podían dominar el mundo musical y sacudir las listas de éxitos. 

Además de los artistas, los productores musicales jugaron un papel crucial en estas épocas doradas. Quincy Jones, por ejemplo, no solo produjo algunos de los álbumes más icónicos de Michael Jackson, sino que también elevó el arte de la producción musical a nuevas alturas. Hoy en día, muchos productores parecen estar más interesados en seguir tendencias que en crear algo verdaderamente innovador. Es desalentador escuchar que a los artistas emergentes se les dice que si no hacen reggaetón, no llegarán lejos. 

La composición musical en los estudios también ha cambiado drásticamente. Antes, se trataba de un proceso artesanal, donde los arreglos musicales eran cuidados al detalle. Ahora, gran parte de la música se genera mediante computadoras, con ritmos preestablecidos y fórmulas repetitivas que buscan más el éxito comercial inmediato que la creación de arte duradero. 

Es frustrante ver como las letras en el reggaetón a menudo giran en torno a los mismos temas superficiales. En contraste, en décadas pasadas, cada canción era una historia, un alguien detrás de la letra, un significado con el que podías identificarte. Podías dedicar una canción porque sabías que la letra se conectaba contigo y con la persona a quien se la dedicabas. 

Historias como la de George Harrison y Eric Clapton, que lucharon por el amor de Pattie Boyd, agregan otra capa de riqueza a la música de esos tiempos. Clapton escribió “Layla” inspirado por su amor no correspondido por Boyd, mientras que Harrison compuso “Something” pensando en ella. Estas historias personales dieron lugar a algunas de las mejores canciones de todos los tiempos. 

Me pegunto si llegará el día en que el reggaetón pase de moda. La música es cíclica y siempre ha evolucionado. Quizás en unos años veamos surgir un nuevo estilo que rescate la profundidad y la autenticidad que muchos extrañamos. Hasta entonces, seguiré buscando esos oasis musicales que me recuerden las épocas doradas de la música, esperando que la industria redescubra el valor de contar historias y transmitir mensajes a través de cada nota y cada verso. 

Es imperativo que no perdamos de vista lo que hace que la música sea tan poderosa: su capacidad de conectar con nosotros en un nivel profundo y personal. La música debe ser más que un ritmo pegajoso; debe ser una expresión de la experiencia humana en toda su complejidad y belleza. 

| Nota del editor *

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