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“El señor de los bananos”

Vía 

Por Sebastián Bermúdez González

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Son las 2 de la tarde y Don Diego, conocido como “El señor de los bananos” o el “Pato”, está con su carreterilla en la calle de “Las Locas”, y es que se le llama así porque como dice él: “hay puros maricas”. Más que ser maricas son transexuales que trabajan en una peluquería.

“El señor de los bananos” comenzó su día a las 5:30 de la mañana cuando se levantó, se preparó su buen desayuno con huevos y jamón para salir del pedacito de casa que tiene arrendado. Del barrio Santa María del Lago camina hasta las Plaza de las Ferias para comprar los bananos, las papayas y los aguacates que llevará en su carretilla. Verifica bien que le den lo que está pagando, porque, como él asegura:” Las personas confiadas sufren mucho”. Sale de la plaza, empieza a caminar empujando su carretilla mientras dice: “Los bananos, los bananos” con esa voz que ya todos sus clientes conocen. ¿Cuál es la ruta de todos los días? Eso es incierto. Algunas veces coge la Avenida Rojas hasta llegar a la 68, otras veces sale por toda la 80. Pero siempre llega de nuevo a Santa María del Lago para ir por San José de la Granja y terminar instalándose en la calle de “Las Locas”.

Con sus 62 años de edad, su barba desarreglada, su ojo medio cerrado y golpeado, su pantalón café, su camiseta de cuadros y cachucha azul, se para en una esquina, frente al asadero, a vender. Este barranquillero, que a sus 14 años empezó a conocer la calle, sin necesidad porque sus padres se lo podían dar todo, se goza su empleo porque ¿dónde más se va ganar 1’200.000 a su edad? Platica que administra en: 600.000 para comida, 400.000 para arriendo, lo demás para tintos y cigarrillos, porque eso sí, él se pueda tomar más de 10 tinticos al día sin ningún problema.

Él mismo se considera un aventurero y es que de por sí los colombianos lo somos: “Mire en Arabia Saudita, hay un antioqueño que alquila camellos. Imagínese, se gana la vida en eso y le va bien”. Lo dice el “Pato”, apodo que le dieron por llevar un pato en la parte delantera de la carreta. Este aventurero cultivó marihuana en la Guajira y, cuando este negocio dejó de ser rentable, se dedicó a gastarse la herencia que le habían dejado sus padres: una casa y cinco taxis que vendió en 35.000.0000 de pesos. Esa plática se la gastó en farra, alcohol y mujeres. Entonces, viajó hasta Santa Marta y, de nuevo, tuvo que regresar a las calles para ganarse la vida. En la ciudad más antigua de Suramérica nació su hijo Cristian José.

La relación con la madre de José nunca fue lo que él quiso, porque cuando estaban en proceso de la custodia para decidir con quien se quedaría el niño, Don Diego se fue con su hijo, de tan solo 4 años, para Medellín. Sin decir nada, sin pensarlo mucho, sin nada más que la convicción de que esa decisión era la mejor para su futuro y el de su hijo. Pero en la ciudad de la eterna primavera no duró mucho. La suerte en las calles no le favoreció. Un día cansado lanzó una moneda al aire o era Bogotá o era Cali. Ya lleva 16 años en la capital.

Con el vecino al que le compra un tinto, hablan que van a poner un nuevo supermercado en la cuadra. “Ya supo, que van a colocar otro supermercado y eso me conviene porque llega más gente”. En ese momento llega una señora que pregunta por lo que hay en la carretilla y Don Diego le dice: “seis por mil con ñapa y todo”. Otras veces responde: “mire los bananos bien bonitos” o “yo le vendo hasta un banano a 200 pesos, ¿qué necesita mi reina?”. Así se va haciendo el dinero del día, entre charla y charla con los clientes y personas que pasan por la calle y lo saludan. Don Diego tiene una amiga, una mujer que lo acompaña todas las tardes en la calle de “Las Locas”. Ella es María Carmen quien vende hierbas medicinales.

La caracteriza su peculiar alegría, esa habilidad que tienen algunos seres humanos para sacarle chiste a cualquier situación. Ella le deja algunas flores para que le ayude a vender. Tal vez por eso, es que se la pasa más con “El señor de los bananos” que en su puesto de trabajo, que se encuentra a una cuadra de distancia. No, es algo más que eso, no es por las flores, sino porque este par son amigos desde hace 9 años y representan un apoyo el uno para el otro.

Son las 3:15 de tarde, María Carmen le pregunta a Don Diego por el almuerzo y él con algo de pereza le dice que sí, que ya es hora y juntos se van a comer; no muy lejos, porque tiene que estar pendiente de la carretilla. No le quita el ojo de encima, aun cuando se está comiendo su buen pescado, como buen barranquillero. No quiere perder alguna venta. Pasan 15 minutos y una señora con su hija se acercan para ver los bananos, de inmediato “El Pato” se para de su asiento y se va caminando para atender su puesto. No se puede decir que camina rápido, porque ya a su edad el cuerpo es algo torpe y lento, pero al fin llega. En realidad varias personas llegan a la carretilla, pero no todos se quedan y esperan. Don Diego se demora cerca de 35 minutos almorzando. Se tarda porque el día de hoy tuvo que interrumpir su comida, al menos 5 veces, de las cuales en dos, no lo esperaron hasta que llegara. Además, hay que decirlo, él come despacio.

Cuatro de la tarde, ha sido un día nublado, no se puede esperar otra cosa en esta época de invierno. “Sí, yo siempre he sido muy independiente, desde pequeño, mi mamá se preocupaba, pero yo la llamaba. Mire con decirle que yo tengo una hermana que tiene como 10 casas en Engativá, pero cuando llegué no la busqué, yo me las arreglé solo” Hay personas que son independientes, les gusta serlo. No muy lejos, pero ya sobre la Av. 68 hay un taller, en el cual, hay un señor al que le dicen “El gordo”. Tiene una familia que se podría hacer cargo de él, sin embargo, este hombre de 58 años no la recibe, porque le gusta ser autosuficiente. Aun cuando vive en la calle, él se baña y se mantiene arreglado, en la medida de lo posible.

Cuatro y media y empieza a llover. Don Diego saca un paraguas grande, pero roto, porque aunque tiene otros 3 en casa y en mejores condiciones, nunca se acuerda de traer otro. También saca varias bolsas para cubrir la fruta. Cuando termina de proteger su carretilla contra la lluvia dice: “Ay Señor, yo sé que va escampar, porque el man es bien y es vacano con uno”. Si no escampa, “El señor de los bananos” no podrá terminar su recorrido y su famoso “Los bananos, los bananos” no se va escuchar. Si llueve, la gente no saldrá cuando él pase y es muy probable que por más que ande, grite y se moje, en esa caminata se vaya en blanco.

No siendo más, Don Diego saca su bufanda, sus guantes para cubrir sus manos, manos que en el centro tienen callos, manos maltratadas y marcadas de tanto empujar su carretilla. Entra al asadero, saca un radio con audífonos y, un poco resignado, se sienta a espera que la lluvia pare y él pueda trabajar, porque a” El Pato” no le gusta estar sentado, porque está acostumbrado a siempre estar de pie.

María Carmen, aun con lluvia, se acerca para molestar a Don Diego. Pero esta vez se queda. Esta mujer que siempre está riendo, que siempre está alegre, que parece que no conoce la tristeza es así porque, por más irónico que parezca, conoce muy bien el lado miserable de la vida y entendió que es mejor estar sonriendo que rendirse. Hace algunos años estuvo casada con un hombre, al cual el alcohol lo mató, pero también mató el espíritu de su familia. En medio de sus borracheras la golpeaba. El negocio de hierbas medicinales servía para que nunca le faltaran sus tragos. Cuando Don Diego llegó, cuando él y su hijo tuvieron que empezar de nuevo en una ciudad desconocida y con solo 300.000 pesos, era ella quien lo invitaba almorzar, pero ahora es él quien siempre que puede la invita comer. María Carmen le ha marcado más de 10 veces a su hija Laura, que tiene 19 años, le apasiona jugar fútbol y está en una entrevista de trabajo. Por fin logra hablar con ella y, en eso, de nuevo “El Pato” compra tintico y le gasta uno a ella.

Son ya las 6 pm, escampó, pero a los 20 minutos empezó a llover de nuevo. “El señor de los bananos” no pudo hacer su acostumbrado recorrido. Pero le ha ido bien, porque en dos ventas se recuperó: una de 30 mil pesos en aguacates y otra de 40 mil pesos en bananos y papaya. Se fuma un cigarrillo, hace 14 meses no toma alcohol. Desde aquella vez que tomó con Maribell y un pelado, en esa ocasión, casi no llega a la casa porque casi no veía. Ese susto lo llevó a dejar de tomar. Su hijo, ya con 19 años, siempre lo regañaba cuando llegada embriagado. Ya no es niño, está terminando de estudiar en el SENA Panadería y repostería, además que ya trabaja como panadero.

Son las 7:15 pm, ya no queda mucho más por hacer. Sin embargo, se va quedar otro rato, tal vez hasta las 8 pm. Mientras llega a la casa, acomoda la carretilla y come algo, ya son las 10:00 pm. Paga 10.000 pesos de televisión y tiene DIRECTV, porque quienes le arriendan son una familia adinerada, como dice él. Entonces, ve esos canales en los que dan partidos, porque aunque no es aficionado, le gusta el espectáculo. A esa hora llega su hijo, lo saluda, hablan un rato y programa el televisor. En tanto mira la tv, se va quedando dormido para mañana empezar otro día.

¿Y eso qué es?

Una grabadora, ¿le muestro cómo funciona?

Sí, hágale pelado.

Jjajajaja, bien. Estamos aquí con Don Diego, “El señor de los bananos”, en la calle de “Las Locas”. Don Diego, ¿Qué quiere decirle a todas las personas que nos escuchan?

Ah no, que vengan a comprar. Seis por mil, jajajajajja.

Y estamos también con María del Carmen, quien vende hierbas medicinales ¿Qué le quiere decir a las personas que nos escuchan?

Jajajajajaja, eso, eso. Diga que quiere mucho a Dieguito.

| Nota del editor *

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