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En qué consistía el castigo de la crucifixión

Para muchas personas la Semana Santa es solo un tiempo de descanso, de paseo o de crítica a los creyentes católicos, catalogados de fanáticos, desactualizados o simplemente, de una indiferencia total a un evento religiosos que conmemora un castigo que el poder de la cultura oriental se inventó para aterrorizar las poblaciones y doblegar las voluntades a cambios que el poder no aceptaba.

Este castigo que se origina en Asiria, incluían el empalamiento de las víctimas insertando un palo o lanza en el estómago y posteriormente eran izadas. El empalamiento combinaba la imposibilidad de respirar, de moverse y un extremo dolor durante todo el proceso. Si no te atravesaban los órganos vitales, la víctima podía llegar a sobrevivir durante días hasta morir exhausto y deshidratado. Alejandro Magno también utilizó este cruel método de tortura que lo llevó a la cuenca mediterránea, y los fenicios fueron los que la introdujeron en el Imperio Romano, donde se convirtió en una práctica muy habitual y popular. El método utilizado primitivamente no es muy conocido, pero posiblemente las víctimas eran atadas o clavadas con las manos por encima de la cabeza al poste o con ellas a la espalda. El proceso podía variar desde 3-4 horas hasta 3-4 días, siendo el récord, 9 días.

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El uso de la cruz latina, la que utilizaron en Jesús, sin embargo, requería mucho esfuerzo ya que toda la estructura debía ser izada con la víctima, y debían realizarlo los soldados romanos, por lo que su uso estaba muy restringido.

La víctima quedaba con los brazos estirados en una posición que indicaba humillación y sumisión, el mensaje que los romanos intentaban extender entre el pueblo. Eran crucificados ciudadanos no romanos que amenazan la paz, esclavos desobedientes, alborotadores de baja clase social, sospechosos de rebeldía, y quienes cometían delitos graves y que amenazaban la paz de Roma.

Como en el caso de Jesús, con frecuencia el condenado era azotado y luego obligado a llevar su cruz hasta el lugar de la ejecución (Mt. 27:26; Jn. 19:1,17). Allí el condenado podía durar varios días, pero cuando era necesario acelerar la muerte del reo ya colgado, sus piernas eran quebradas como ocurrió con los ladrones crucificados junto a Jesús (Jn. 19:31–33). Esto hacía que las piernas no pudiesen soportar el peso del reo y la respiración se dificultase más.

No hay ninguna postura cómoda en la cruz, en la que esté libre de dolor. Si la victima intentas izarse y respirar, fatiga los músculos y la postura es realmente dolorosa y molesta. Cuando se deja caer para descansar los músculos, el dolor en las manos y los pies es insoportable ya que los clavos están presionando los nervios. A esto hay que añadir la dificultad para respirar y el constante roce de la espalda lacerada con la áspera madera de la cruz. Si le añadimos los traumatismos internos que puede tener como los daños en el corazón por las caídas al transportar el madero, la exposición al sol y la deshidratación, se convierte en una de las muertes más duras, crueles y dolorosas.

En la actualidad no logramos entender lo que abarca este sacrificio por toda la humanidad. La descristianización es amplia y las preocupaciones del presente, de tanta injusticia y desequilibrio, buscan enajenar a las personas a través de comportamientos sociales que los aparta de la realidad.

Para los judíos inconversos, la idea de un Mesías crucificado es un escándalo. Además, ellos entienden que toda persona colgada en un madero es alguien maldito por Dios (Deut. 21:22-23). Por otro lado, la idea de un Rey soberano y Salvador crucificado es simplemente un disparate para los incrédulos no-judíos.

Pero nosotros vemos la cruz de una manera diferente, entendiendo que algo más pasó en la muerte de Jesús más allá del extremo dolor físico y la humillación pública. Es por eso que el teólogo R. C. Sproul ha escrito, “me pregunto si Jesús estaba al tanto de los clavos y las espinas”.[8]

Colgado en un madero, Jesús se hizo maldición por nosotros conforme a las Escrituras para luego resucitar y asegurar nuestra salvación (Gá. 3:13; 1 Cor 15:3-5; Rom. 4:25). Allí nos reconcilió con Dios, soportando el abandono e infierno que merecemos (Mat. 27:46 Cor. 5:18-21.) Gracias a eso, Dios nos perdona y justifica ante Él por medio de la fe en Jesús, sin Él dejar de ser justo (Rom. 3:22-26).

Es por esto que “para los llamados, tanto Judíos como Griegos, Cristo es poder de Dios y sabiduría de Dios” (1 Cor. 1:24). Un sacrificio que se renueva en cada Eucaristía y que cada año, en la semana Santa, nos debe inspirar a ser mejores personas ante la entrega de Jesús, de María su madre retando al poder del mundo, que sigue clamando victimas, dolor, crimen y guerras sin fin.

| Nota del editor *

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