Por Rodolfo Bolaños Barrera.
Docente UNIMINUTO-Cali
En una sociedad que abraza el amor incondicional por las mascotas, incluyendo en esta a los animalistas, levantar la voz contra la tenencia de animales domésticos puede considerarse herejía moderna, sobre todo por las intensas emociones involucradas. Sin embargo, en esta época donde nuestra sociedad se encuentra en un estado de hipersensibilidad cuando se habla de cada tema, se nos presenta la oportunidad de cuestionar si nuestro afecto desenfrenado por perros, gatos y otros compañeros no humanos está realmente en armonía con los valores de una sociedad civilizada y con el propio bienestar animal. ¿Es la tenencia de mascotas una práctica moralmente justificable en un mundo que valora la igualdad y el respeto por todas las formas de vida?
El acto de conservar animales en nuestros hogares para satisfacer nuestras necesidades emocionales y caprichos estéticos plantea serias preguntas éticas ¿No se están explotando a estas criaturas inocentes, haciéndolas prisioneras en nuestros hogares y manipulando sus vidas para nuestro propio placer? La cría selectiva, la esterilización y el adiestramiento pueden ser vistos como formas de control e imposición, en lugar de respeto y consideración.
En una cultura de consumo desenfrenado, las mascotas no escapan al ciclo de producción y obsolescencia; la industria de las mascotas es un negocio millonario, donde se promueve la adquisición de animales como si fueran productos comerciales. Los animales domésticos criados en masa, vendidos en tiendas y en línea, a menudo sufren en manos de criadores poco éticos. Además, la demanda de razas específicas ha llevado a la cría indiscriminada y al aumento de problemas de salud en estos animales. Tómese como ejemplo el pequeño y gracioso Pug y sus dificultades respiratorias, lesiones en los ojos, infecciones cutáneas y obesidad, entre otros trastornos provocados por la cruza selectiva.
A menudo se escuchan argumentos que defienden la tenencia de mascotas porque brindan compañía y apoyo emocional a las personas solas o con problemas de salud mental. Sin embargo, ¿No es evidente que se están usando a los animales como un paliativo para la soledad y falta de conexión humana, hasta del desplazamiento de la responsabilidad de la familia cuando se trata de adultos mayores? En lugar de fomentar la dependencia de animales, nuestra sociedad debería promover relaciones humanas más fuertes y una red de apoyo más amplia.
Otros adoptan términos como “perrijo” o “gatijo” aludiendo a una relación padre-madre con su mascota; pero, a diferencia de un hijo, a un perro o a un gato no se le cuida con el fin de que su autonomía se despliegue y desarrolle las potencialidades que los diferentes espacios sociales le puedan ofrecer o que él mismo se pueda proporcionar.
No se trata tampoco de llegar al extremo de eliminar a las mascotas en la inmediata actualidad, tenemos una responsabilidad moral y social de dar protección a los animales que en este momento se encuentran a nuestro cuidado. Pero es una figura que debe ir desapareciendo paulatinamente; algunas especies desaparecerán, es cierto, pero son especies creadas por el artificio humano obedeciendo a criterios de cría estéticos, productivos y económicos. Baste que el lector indague sobre la historia y el proceso de formación y origen de las diferentes razas de perros para corroborar por su cuenta los criterios utilitaristas de su gestación.
Habrá quienes repliquen contra esta propuesta presentando las banderas del amor hacia los animales, pero valga considerar algunas distinciones que muchas veces se prefieren ver de reojo o se evita pensar en ellas. Se trata de distinguir el amor por los animales y la esclavitud emocional en una relación de dominación soterrada o, en términos más directos, amar a las mascotas como esclavos.
Amar a los animales significa respetar su autonomía y su lugar en la naturaleza. Es admirar su belleza, su diversidad y su contribución al equilibrio ecológico de nuestro planeta. Es defender la conservación de hábitats naturales y luchar contra la extinción de especies. No obstante, ya inmersos en las estructuras y dinámicas de la sociedad civil, a los animales “domésticos” se les podría asignar derechos fundamentales para ser tratados con dignidad y compasión, independientemente de su utilidad para los humanos.
Por otro lado, amar a las mascotas como esclavos implica una relación de dominación y control. Aquí, los animales se convierten en objetos de posesión, criados y adquiridos para satisfacer las necesidades y deseos humanos. Han sido convertidos en “prótesis emocionales”.
Observe cómo ustedes ponen a vivir a las mascotas sin el concurso de su voluntad, pues no hay forma de preguntarles por su opinión, por sus deseos y necesidades, y se darán cuenta de la crueldad con la que han sido tratados a pesar de sus buenas intenciones. Este vacío en la falta de consideración de las necesidades y deseos naturales de los animales ha llevado a su sufrimiento y explotación.
Es falso que haya una relación de equivalencia de fuerzas y de conciencia entre los seres humanos y los animales domésticos, cualquier defensa en este sentido estará revestida de componentes emocionales desde el ser humano sin comprensión real del estado propio del animal. Estos no poseen las nociones que nos permiten establecer relaciones sociales, sus reacciones hacia nosotros han sido condicionadas por la necesidad de asegurarse protección y alimento. Su mascota no ha elegido llegar a su casa y tampoco se le dará la libertad de abandonar el hogar para establecer su propio espacio de desarrollo.
Los lectores pueden revisar los argumentos que presentaban los esclavistas para defender la posesión de seres humanos y podrán hallar algunas similitudes con los argumentos usados en la justificación de la tenencia de mascotas.
La distinción entre amar a los animales y amar a las mascotas como esclavos radica en la actitud hacia los derechos y el bienestar de los animales. Amar a los animales implica reconocer su intrínseca importancia en el mundo, mientras que amar a las mascotas como esclavos a menudo implica considerarlos como meros accesorios de estilo de vida.
Amar a los animales implica respetar su autonomía. Significa permitirles vivir de acuerdo con sus instintos naturales tanto como sea posible, proporcionar cuidados y entornos que promuevan su salud física y mental. En contraste, amar a las mascotas como esclavos puede llevar a prácticas perjudiciales, como la cría indiscriminada, la selección de razas basada en la estética y el confinamiento en espacios que no satisfacen sus necesidades naturales.
Para promover un amor más auténtico hacia los animales, debemos alejarnos de la idea de que son objetos de propiedad e incluso de protección y, en cambio, considerarlos como seres vivos con sus propias necesidades y deseos. Si se está dispuesto a hacer este ejercicio nos daremos cuenta del daño que infringimos al perpetuar y al consentir la tenencia de mascotas.