Por: Brayan Stiven Vásquez Corredor
La Franja Universitaria, maestra de ceremonias de este encuentro excepcional, había preparado un banquete musical para los amantes del jazz. En el escenario principal, dos agrupaciones de renombre se preparaban para ofrecer un espectáculo que dejaría huella en los corazones de los presentes.
El ensamble de Jazz Oscar Acevedo fue el encargado de abrir la noche, transformando el escenario en un lienzo donde se tejían melodías que acariciaban el alma. Bajo la batuta del maestro, su piano se convirtió en un instrumento mágico, capaz de transportar a los asistentes a un lugar donde el tiempo se detenía y solo existía la música. Los corazones latían al ritmo del swing, y los ojos se cerraban para saborear cada nota. Los músicos, en perfecta armonía, nos regalaron una experiencia sensorial única, donde cada acorde era una pincelada que completaba una obra maestra.
El Ensamble Latinoamericano de la Universidad Central tomó el relevo, llenando el ambiente de percusión vibrante y vientos que susurraban historias ancestrales. Este ensamble nos llevó de la mano por un viaje sonoro a través de nuestras raíces. Cumbias, boleros y ritmos afrocolombianos se entrelazaban, creando una sinfonía que nos conectaba con nuestra identidad. La energía del ensamble contagiaba a los presentes, quienes se movían al ritmo de la música, algunos con pasos tímidos y otros con movimientos más atrevidos. Era imposible no dejarse llevar por la alegría y la pasión que emanaba del escenario.
Los espectadores, acomodados en las sillas dispuestas frente al mar, se convirtieron en un coro silencioso, vibrando al unísono con cada nota. El jazz, ese lenguaje universal que traspasa fronteras y culturas, nos unió en una comunión de sensaciones. Ya no importaba la edad, el origen o la profesión, solo existía la música y la magia que esta creaba a nuestro alrededor.
Y así, en la penumbra del atardecer, la magia aconteció. El concierto de entrada libre se convirtió en un regalo para el alma. Los aplausos al final de cada pieza eran efusivos, como si todos supieran que habían sido testigos de algo especial.
La noche cayó, pero la música persistía en los corazones. la Universidad de los Andes se despidió con un eco suave, como el último acorde de un blues. Los asistentes se levantaron, agradecidos por haber sido parte de esta experiencia única, que sin duda quedaría grabada en sus memorias como un tesoro invaluable.
Un encuentro cultural este evento no solo fue una oportunidad para disfrutar del jazz, sino también para celebrar la riqueza cultural de Colombia. La fusión de estilos musicales y la conexión con nuestras raíces crearon un ambiente vibrante y lleno de identidad.
Un impulso al talento local la participación de dos agrupaciones colombianas de jazz de gran talento puso de relieve la riqueza musical del país y brindó una plataforma para que estos artistas compartieran su pasión con el público.