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Los invisibles: Masculinidad y exclusión en las calles de Bogotá

Para estos hombres, la calle es un lugar físico y un símbolo de aislamiento, es su forma de hacerle resistencia al mundo.

Por: Juan Celi y Diana Ortegón. 6.º semestre

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En el corazón de la fría y enorme Bogotá, entre el rugido constante de buses, sirenas, voces de personas y el bullicio del comercio, existe debajo de puentes, en parques, plazas y en las calles más transitadas un mundo paralelo que pocos se detienen a ver; en él habitan los invisibles, seres a quienes la sociedad ha relegado al olvido; aquellos que han sido expulsados o marginados por diferentes razones del sistema que promete bienestar y progreso, pero que a menudo falla en sostener a los más vulnerables: los hombres de la calle.

Estos hombres, que a ojos de muchos dejaron de ser parte de la sociedad, habitan las calles, deambulan por las avenidas con historias que rara vez se cuentan y dolores que, aunque invisibles, resuenan en cada esquina, recordando que en un mundo que a menudo asocia la fortaleza con el género masculino, también son víctimas de un sistema y de ideas que los somete a condiciones de vulnerabilidad.

Para estos hombres, la calle es un lugar físico y un símbolo de aislamiento; es su forma de hacerle resistencia al mundo. Cada rostro cuenta una historia de rupturas, familias deshechas, sueños truncados y batallas internas que se libran lejos de la mirada pública. Sus vidas también son un recordatorio de la complejidad del sufrimiento humano, especialmente en un país donde la desprotección masculina suele ser interpretada como debilidad. ¿Qué llevó a tantos hombres a este punto? ¿Cómo construyen una existencia en medio de la más cruda adversidad? Estas preguntas merecen respuestas enfocadas en el género masculino.

¿Quiénes son los hombres invisibles?

En su mayoría, los hombres sin hogar en Bogotá tienen entre 30 y 50 años. Algunos han caído en las calles tras rupturas familiares, problemas de adicción o desempleo prolongado. Según cifras de la Secretaría Distrital de Integración Social, la población de habitantes de calle masculina es significativamente mayor que la femenina, un reflejo de cómo las dinámicas sociales y económicas afectan a los hombres de manera distinta.

Alberto es un hombre de alrededor de setenta años, que no tiene claridad de su edad exacta. Es gentil, de carácter vivaracho que define la calle como una maravilla, que utiliza un vocabulario elaborado y grandilocuente. Habita las calles de La Candelaria en el centro de Bogotá desde hace cerca de quince años, tras la disolución de su familia y la bancarrota. Es canoso, de tez morena, cachaco de sepa y de corazón, como él mismo resalta. Conoce muy bien la ciudad y las problemáticas de las diferentes localidades.

Culminó su educación secundaria y recibió algunos años de formación universitaria en su juventud, y se gana la vida respaldando a empresas recicladoras; apoyando en restaurantes como guardia de vehículos estacionados en la calle. Sin embargo, prefiere ver el lado bueno de las cosas, al decir que cada uno tiene sus motivos y toma sus propias decisiones. Hace énfasis en que la calle mayoritariamente está habitada por hombres que perdieron todo y no encontraron refugio en nadie, únicamente en la calle: “la mayoría fueron despojados de sus cosas, los abandonaron, o se quedaron sin plata y hoy hacen parte de lo que se llama habitantes de calle”, asegura. A pesar de su contagiosa actitud positiva y de su manera serena de expresarse, Alberto menciona con claridad que el auxilio gubernamental es bastante bajo, principalmente si se trata de hombres, pues se considera más vulnerables a mujeres y niños, por eso reciben más atenciones y apoyos de parte del Estado. Al respecto Alberto señala: “Las políticas públicas son buenas, pero en la práctica no se llevan a cabo, no se están cumpliendo, es una minoría de personas que a través de las políticas públicas logran determinados incentivos”.


Una vez consultados los servicios de la Secretaría Distrital de Integración Social, en lo referido a la atención de habitantes de calle con enfoque de género en hombres, se encontró información sobre tres iniciativas que se ofrecen para esta población. Una de las principales debilidades de estos servicios es que la información no les llega directamente a las personas, pues no tienen conocimiento de su existencia y hace que su participación sea más difícil.

Hogares de PasoEstos espacios ofrecen refugio temporal, alimentación y atención psicosocial. En Bogotá, hay varios hogares que atienden a hombres, brindándoles un ambiente seguro donde pueden iniciar procesos de recuperación personal.
Centro Terapéutico El CaminoEste centro se especializa en el tratamiento de adicciones y ofrece un programa integral que incluye alimentación, higiene personal, hospedaje y tratamiento psicológico. Está diseñado para ayudar a los hombres a establecer un proyecto de vida sostenible después de su recuperación.
La AcademiaEste programa ofrece capacitación en oficios y desarrollo de habilidades laborales para hombres habitantes de calle a través de la formación en artes y oficios, que busca facilitar su reintegración al mercado laboral.

Según datos del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), en Colombia, la situación de calle presenta marcadas diferencias de género; por ejemplo, aproximadamente el 90% de las personas en situación de calle son hombres, mientras que las mujeres constituyen solo el 10%. Este fenómeno es particularmente evidente en Bogotá, donde en el censo de habitantes de calle realizado en 2017 se registraron más de 9,500 personas sin hogar, y la mayoría eran hombres. Los factores que explican esta predominancia masculina incluyeron desempleo, ruptura de lazos familiares y abuso de sustancias, factores que afectan especialmente a los hombres.
Asimismo, en Bogotá y en el resto del país, las expectativas sociales en torno a la masculinidad, como la autosuficiencia, pueden impedir que los hombres busquen ayuda. La Ley 1641 de 2013, que establece la recolección de datos sobre la población en situación de calle, permite al DANE analizar estas cifras para diseñar políticas públicas; sin embargo, la mayoría de las intervenciones y redes de apoyo siguen siendo limitadas para atender a esta población vulnerable.

AspectoHombresMujeres
Porcentaje en la población88.9% (8,477)11.1% (1,061)
Edad PredominanteEntre 25 y 59 años (85%)Similar distribución etaria
Causas PrincipalesConsumo de sustancias (38.3%)Conflictos familiares (32.7%)
Duración en la CalleMás de seis años (68%)Menor duración promedio
Localidades con Mayor PresenciaLos Mártires, Santa Fe, KennedyMenos concentradas

Gráfica Elaborada con datos del DANE, Censo 2017

En relación con las causas que explican que sean los hombres la mayoría dentro de la población de habitantes de calle en Bogotá, está el hecho de que desde la infancia los hombres han sido criados para ser los que mantienen el hogar, los que tienen la presión de sacar adelante la familia: “Nosotros tenemos la idea de que la familia está sobre nuestros hombros, que hay que sacarlos adelante a todos y que hay que responder como hombres, pero nadie piensa en que las oportunidades no benefician a la mayoría, y como a uno le dicen que tampoco lloramos ni sufrimos, entonces todo ese dolor nos lo comemos, llega un punto en que se pierde todo y uno no tiene otra salida que sobrevivir en la calle, nadie se pregunta si necesitamos algo, si nos sentíamos bien, porque se supone que nosotros resistimos más los retos de vivir afuera, no como las mujeres”, afirma Alberto.

Alberto agrega que conseguir dinero o una forma de trabajo para pagar habitaciones, cuando se puede, es una tarea complicada, pues se ha normalizado ver a hombres en esta situación y no se les presta la suficiente atención. Para Alberto es necesario comprender esta situación desde diferentes perspectivas, y lo más importante, conocer la ciudad y sus formas: “No es lo mismo habitar la calle en el centro de la capital, que habitarla en Kennedy”. y hace énfasis en que otro aspecto a considerar es que las personas migrantes, principalmente de Venezuela, Chile y Ecuador, que según Alberto en su mayoría también son hombres, llegaron al país tratando de buscar más opciones, y lo único que encontraron fue el apoyo de la calle.

Los hombres en situación de calle en Bogotá son la expresión más visible de un problema gestado durante décadas, que en la actualidad se ha reforzado con el auge de los movimientos feministas y antipatriarcales. De otro lado está la construcción de una masculinidad rígida y exigente que los obliga a cumplir con expectativas imposibles. Desde niños, a los hombres se les enseña que deben ser proveedores, que su valía se mide en función de lo que pueden aportar económicamente y que mostrar vulnerabilidad equivale a fracaso. Esta presión, sumada a un sistema económico desigual, como en Colombia, que genera altos niveles de desempleo y precariedad, los convierte en víctimas de una estructura que, paradójicamente, los culpa por sus propias desgracias. Además, en un contexto donde el movimiento por los derechos de las mujeres ha ganado espacio (y con toda razón), algunos hombres sienten que han quedado relegados, invisibilizados en sus propias luchas y sin acceso a los mismos recursos de apoyo que se les ofrece a otros grupos vulnerables. No se trata de minimizar las luchas legítimas de las mujeres, sino de destacar cómo, en la búsqueda de un equilibrio, se ha descuidado el abordaje integral de las vulnerabilidades masculinas, en este caso de quienes habitan la calle.

De acuerdo con el DANE, las posibles causas que impactan principalmente a los hombres y que podrían explicar su estadía predominante en las calles, están relacionadas con factores socioeconómicos como desempleo, pobreza y falta de oportunidades laborales, problemas significativos en Colombia, que afectan desproporcionadamente a los hombres.


Según el DANE, desde 2019 la tasa de desempleo ha sido tradicionalmente más alta entre los hombres jóvenes (72%) en comparación con las mujeres, lo que puede llevarlos a un estado de vulnerabilidad y a eventualmente caer en las calles. Otra de las causas que ha impactado a esta población son la violencia y el conflicto armado. El contexto histórico de violencia en Colombia, incluyendo el conflicto armado interno, ha dejado a muchos hombres sin redes de apoyo. Muchos han sido desplazados por la violencia y están en situaciones precarias en Bogotá. Aproximadamente el 63% de los habitantes de calle, víctimas de desplazamiento forzado, son hombres. Al respecto Alberto indica: “claro, para las mujeres es más sencillo, a ellas les ayudan por ser mujeres y les dan alguito, a nosotros nos toca hacer más cosas y rebuscarla, tengo compañeros que por eso caen en drogadicción, porque no encuentran más salida”.

Cuando las expectativas laborales no se cumplen, las relaciones familiares se deterioran, y no hay un lugar para hablar de sus emociones. Los hombres enfrentan una doble carga: el juicio social por no haber “cumplido” con su rol tradicional y con los estándares asociados a la masculinidad, y la falta de apoyo institucional para gestionar sus crisis. Esto los hace más propensos a desarrollar problemas de salud mental, caer en adicciones y finalmente ser expulsados del tejido social. Las rupturas familiares son especialmente devastadoras, ya que, para muchos hombres, la familia representa su único refugio emocional. Si la pierden, ya sea por disolución de su matrimonio o relaciones sentimentales, conflictos o incluso por violencia intrafamiliar, el aislamiento se convierte en su nueva realidad. La calle, entonces, aparece no como una elección, sino como el último recurso para aquellos que han sido abandonados por un sistema que los percibe como fuertes e independientes, pero que en realidad los ha dejado a la deriva.

Masculinidad y vulnerabilidad en Colombia

La sociedad colombiana tiene una visión rígida de la masculinidad: los hombres no lloran, no piden ayuda y deben ser quienes proveen económicamente. Esta presión ha contribuido al aislamiento emocional y a la falta de redes de apoyo. En palabras de Carlos, otro habitante de calle: “Cuando perdí a mi familia, no tenía a quién contarle lo que me pasaba. Como hombre, sentía que debía hacerlo solo, y aquí estoy, y ya no me acuerdo cuántos años llevo en esto”. El peso de estos estigmas también afecta su reintegración. Mientras que programas de ayuda como los del Distrito intentan ofrecer albergues y atención, muchos hombres se sienten avergonzados de aceptar asistencia, temiendo ser percibidos como débiles.

La situación de los hombres en condición de calle en Bogotá refleja las consecuencias de una construcción social de la masculinidad que impone roles estrictos y expectativas desmedidas. Desde temprana edad, a los hombres se les inculca la idea de ser responsables y pilares económicos del hogar, asociando su identidad y valor personal con el éxito laboral y la capacidad económica de sustento. Esta presión constante, sumada a la falta de espacios para expresar vulnerabilidades, contribuye a que, ante crisis económicas, desempleo o rupturas familiares, muchos se vean desprovistos de redes de apoyo efectivas.

Según el VII Censo de Habitantes de Calle realizado en 2017, Bogotá registró 9.538 personas en esta condición, de las cuales 8.477 eran hombres y 1.061 mujeres, lo que indica que aproximadamente el 89% de la población en situación de calle son hombres. Esta disparidad evidencia cómo las construcciones sociales de género afectan de manera diferenciada a hombres y mujeres, dejando a los primeros más expuestos a la vulnerabilidad de la vida en la calle. En cuanto a las ayudas brindadas por el Distrito, existen diversos programas y centros de atención dirigidos a la población habitante de calle. Sin embargo, la oferta de servicios especializados para hombres es limitada en comparación con la destinada a mujeres y niños. Por ejemplo, el Centro de Atención y Desarrollo de Capacidades para Mujeres ofrece cupo para 100 personas y está ubicado en la Localidad de San Cristóbal. Además, existen hogares de paso y servicios de atención sociosanitaria que, aunque no están exclusivamente dirigidos a mujeres y niños, suelen priorizar a estas poblaciones debido a su condición de mayor vulnerabilidad.

Esta diferencia en la oferta de servicios refleja una percepción institucional que asocia la vulnerabilidad principalmente con mujeres y niños, dejando a los hombres en situación de calle en un segundo plano. Es fundamental reconocer que, aunque las mujeres y los niños enfrentan riesgos particulares, los hombres también sufren y requieren atención especializada que considere las particularidades de su situación y las construcciones sociales de género que los afectan.

Para abordar de manera integral la problemática de los habitantes de calle en Bogotá, es necesario diseñar políticas públicas que reconozcan y atiendan las necesidades específicas de los hombres en esta condición. Esto implica no solo aumentar la oferta de servicios dirigidos a ellos, sino también promover espacios de reflexión y deconstrucción de las masculinidades tradicionales que contribuyen a su vulnerabilidad.

Los hombres que viven en situación de calle en Bogotá no solo enfrentan la adversidad, también construyen historias de resistencia y supervivencia que revelan su fortaleza ante un sistema que a menudo los ignora; un ejemplo claro de esto es Ever, un hombre de 45 años, que vive en la calle desde hace seis años. Su vida anterior estaba marcada por la falta de empleo y la escasez de dinero, problemas que lo llevaron a abandonar Turbo, Antioquia, de donde decidió viajar a Bogotá en busca de oportunidades, sin imaginar que una tarde tendría un accidente automovilístico que lo dejó sin una pierna. Conseguir trabajo se convirtió en una tarea titánica y su alternativa fueron las calles. Por lo regular, Ever se encuentra en el Parque Nacional, un lugar donde se agrupan muchos hombres que, como él, han caído en la trampa de la indigencia.
A menudo, se sienta en un banco con una manta que le sirve de abrigo: “Aquí no hay muchas mujeres. La mayoría somos hombres”, dice con tristeza. Para él, esto no es solo una observación, sino un recordatorio constante de su soledad y del estigma que enfrentan los hombres en su situación.

La vida en la calle ha hecho que Ever se sienta invisible. “La gente pasa y no mira. Nos ven como si fuéramos menos que humanos”, explica. Este sentimiento de deshumanización es común entre los hombres que viven en las calles. Muchos son víctimas del estigma social que los asocia con la delincuencia o el abuso de sustancias: “No somos criminales; somos personas que han tenido mala suerte”, dice con un tono resignado. “Las mujeres tienen más redes de apoyo; nosotros, en cambio, estamos solos”. Esta soledad lo ha llevado a sentirse aún más marginado y vulnerable frente a la sociedad. La historia de Ever ilustra su lucha personal y pone de manifiesto una realidad alarmante: los hombres representan una gran mayoría entre los habitantes de calle en Bogotá. Mientras las mujeres suelen contar con más recursos y redes de apoyo, muchos hombres enfrentan sus batallas solos, lo que agrava su situación y perpetúa el ciclo de pobreza y exclusión.

En barrios como Los Mártires y Santa Fe, donde hay una mayor concentración de esta población masculina, la normalización del sufrimiento de los hombres hace que sus historias sean ignoradas o minimizadas. “Claro, a ellas les ayudan porque las ven más frágiles y a nosotros nos ven peligrosos, nos toca entonces hacerle a lo que sea”, dice Ever. Mientras tanto, las mujeres suelen tener acceso a más recursos debido a programas específicos destinados a ellas y sus hijos. Esto incluye refugios temporales diseñados para ofrecer protección y atención integral. La diferencia en el acceso a recursos es evidente: mientras muchas mujeres reciben apoyo social y psicológico para salir adelante con sus hijos, muchos hombres enfrentan una lucha solitaria sin el mismo nivel de respaldo.

La deuda de la sociedad

El abandono de los hombres en situación de calle refleja fallas estructurales en la atención social. Mientras que los programas se concentran en mujeres y niños, muchos hombres quedan lejos de cualquier solución. Esto no significa que los recursos destinados a otros grupos sean innecesarios, sino que el enfoque debe incluir también la atención a estas masculinidades vulnerables.

De otro lado, las personas habitantes de calle no son conscientes de que existen políticas públicas en su beneficio, y los pocos que saben del tema creen que existe una preferencia. Las políticas públicas tienden a centrarse más en las mujeres y los niños, dejando a los hombres con pocas opciones. Darío Hernández, activista y trabajador social especializado en habitantes de calle en Chiquinquirá y Bogotá, menciona que desde el año 2013 se fortalecieron las políticas públicas para atender la población habitante de calle en Colombia, sin embargo, hace énfasis en que los recursos han estado siempre limitados y esto ha dificultado un alcance masivo. Además, considera que normalmente las políticas públicas y proyectos en pro de esta población se enfocan más en la rehabilitación de la drogadicción y apoyos en cuanto a la disminución de consumo de drogas, sin embargo, no se atienden otras causas y necesidades que propicien su bienestar.

Otro aspecto importante, que según Hernández influye en las condiciones de vida de los hombres habitantes de calle es que “la calle es muy machista, en su mayoría son hombres, para las mujeres se da de otras maneras, en este escenario los hombres se sienten más fuertes en esta lucha para sobrevivir y las mujeres adquieren otro rol en esto y por eso son vistas también como más vulnerables, además, entonces, se vuelve una lucha de poder interna y deja a muchos hombres en posición de víctimas”.

Las historias de los hombres en situación de calle en Bogotá son un reflejo de una realidad compleja y dolorosa que ha sido ignorada durante demasiado tiempo. Las vidas de Alberto, de Ever, de Carlos y de muchos otros, muestran que su vida en la calle no es simplemente el resultado de decisiones individuales, sino el producto de un sistema social y económico que ha fallado al no ofrecerles las oportunidades necesarias para su bienestar. La predominancia masculina entre los habitantes de calle destaca una crisis social, y una profunda crisis de identidad y pone sobre la mesa el concepto de masculinidad. La falta de atención institucional hacia las necesidades específicas de los hombres en situación de calle es alarmante. Mientras que los programas se concentran en mujeres y niños, muchos hombres quedan en el olvido, enfrentando una lucha solitaria por sobrevivir. Es fundamental reconocer que la vulnerabilidad no tiene género; tanto hombres como mujeres merecen atención y apoyo adecuados.

El testimonio de Ever resuena: “Aquí no hay muchas mujeres. La mayoría somos hombres”. Esta simple observación encapsula la soledad y el estigma que los afecta diariamente. La sociedad enfrenta el reto de cuestionar sus percepciones sobre la masculinidad y el sufrimiento masculino, promoviendo un cambio cultural que permita a los hombres buscar ayuda sin miedo al juicio.

Tal vez llegó el momento de diseñar políticas públicas que reconozcan y atiendan las particularidades de la experiencia masculina en situación de calle. Esto implica aumentar la oferta de servicios dirigidas a atender sus vulnerabilidades por condición de género, así como fomentar espacios donde puedan compartir sus historias y construir redes de apoyo. Las calles de Bogotá continúan llenas de historias no contadas; cada hombre sin hogar es un testimonio viviente de resistencia ante la adversidad. Al visibilizar sus luchas y sufrimientos es posible comenzar a desmantelar los estigmas que perpetúan su invisibilidad. Se trata del entendimiento y de la empatía que permita construir una sociedad más inclusiva y equitativa, donde todos los individuos tengan la oportunidad de renacer y recuperar su dignidad.

| Nota del editor *

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