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MULI, un museo muy particular

En 1956 el reloj marcaba la 1:07 a.m., cuando 42 toneladas de dinamita de aquel 7 de agosto, hizo levantar el asfalto, estremecer el suelo y derribar hogares completos hechos de tabla.

Por: Karen Collazos Hernández

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Existe en el norte de Cali el relato de la historia de los vagones que se quedaron detenidos en el tiempo, estos trajeron a nuestros abuelos y bisabuelos al suelo vallecaucano, quienes con sus manos obreras edificaron estaciones ferrocarrileras que permitieron el avance sobre rieles de hierro. Este lugar es la estación del ferrocarril de Cali, frente a la terminal de buses.

Bajo la estación se encuentra el museo MULI, el cual conecta el viejo tren con la historia reciente de los caleños. En un recorrido de aproximadamente 2 horas, supe que la mitad de Cali no existía, pues en 1956 el reloj marcaba la 1:07 a.m., cuando 42 toneladas de dinamita de aquel 7 de agosto, hizo levantar el asfalto, estremecer el suelo y derribar hogares completos hechos de tabla. Cali moría, sufría y agonizaba. Los bomberos serían los ángeles de la guarda de muchos heridos, así se les veía a los hombres de fuego en un país consagrado al corazón del divino niño Jesús. Es entonces cuando MULI albergó en su subterráneo a miles de víctimas fatales, entre estos, familias enteras que no contaron con la suerte de algunos caleños sobrevivientes.

La estación de tren sirvió para el arribo de muchos y la despedida de unos cuantos caleños, de los cuales ya solo queda el recuerdo.

Cuentan los guías que los familiares que reconocían los cuerpos de las víctimas, con el alma ahogada en llanto, se dirigían hacia la puerta para buscar algún lugar que acabara con su vida, pues ya no veían sentido en continuar sin su familia. De esta manera le sucedió a un heroico bombero, quien en su turno de trabajo tuvo que atender tal tragedia que justo se ubicaba en el perímetro de su hogar, en el cual habitaba su reciente esposa y su pequeña hija. Ante el dolor del bombero por la pérdida de todo lo que significaba vida para él, caminó hacia rumbo desconocido para después acabar con su vida.

MULI no es sólo un museo, es la historia viva de lo que fuimos a partir de la tragedia, pues vino la feria de Cali dos años después de la explosión, con el fin de mitigar la tristeza del pueblo caleño. La primera versión de la feria duró 30 días.

Es paradójico que la imagen de Cali a nivel nacional sea de alegría, expresión artística y azote en baldosa del zapato de charol, todo esto gracias a la pérdida humana de miles de caleños que a lo mejor bailaban, reían y gozaban con el son cubano en vez de la salsa que vino años después.

Dirían los sabios que no hay mal que por bien no venga, por lo que vino la llamarada incandescente que no solo iluminó, también destruyó, pero con ella llegó el nuevo sentir y ser de la capital vallecaucana y su resiliencia ante el dolor.

Para culminar, los hechos paranormales en MULI son evidentes, según los funcionarios de METROCALI, quienes usan las instalaciones de los primeros pisos para sus labores administrativas. Se escuchan voces, se ven personas de vieja época deambulando en día comunes, son aquellos que se quedaron detenidos en el tiempo, quienes esperan el tren que ya partió.

| Nota del editor *

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