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Nacido para dejar huella con su voz

Un hombre forjado a pulso entre ondas de radio, aparatos eléctricos y mucha imaginación.

Por: Iván Porras Vargas

En la puerta de su casa, tras un panel de plástico, que da la sensación de estar en un frigorífico, me recibe Israel Prieto Hernández, un hombre de ochenta y siete años, de baja estatura, corpulento y postura recta. Llegó al mundo el ocho de noviembre de 1933 en el municipio de Chía Cundinamarca, en el hogar de la señora Carmen Hernández (su madre) y del señor Justo Prieto (su padre).  Israel nunca pisó un colegio, mucho menos una universidad, y sin embargo se convirtió en un experto de la electrónica y la comunicación.

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El sonido fue lo que más apasionó a Israel, de ahí su melomanía. Fue también su amor por el sonido, que casualmente lo empujó al campo del perifoneo, donde se convirtió en pionero y ejemplo. Tiempo después, al ver la poca oferta de emisoras y diarios en Chía, Israel, con cuarenta años y sin nada de experiencia, más allá del ejercicio de perifoneo, decidió crear Radiocolumbia, la primera y una de las únicas radios ambulantes de Colombia.

Hoy día reside en su casa, en el Municipio que lo vio nacer. Desde allí sigue haciendo creaciones, a pesar de las limitaciones. Vive con su esposa Blanca Arévalo y su hijo Igor, a quién llamó así en honor a su compositor favorito, el ruso Igor Stravinsky.

Roger Iván Porras (RIP). ¿En qué momento descubrió el gusto por aprender de manera autónoma?

Israel Prieto (IP). Yo no tuve ni escuela ni colegio, porque no había para ello. Me acuerdo que en esa época había un solo libro en mi casa. Me fascinaba aquel libro, se llamaba Alegría de leer, y con ese libro aprendí a leer. Tenía seis años cuando recorrí sus páginas por primera vez, y desde ese momento le cogí gusto al aprendizaje. ¡Claro! con mucha ayuda de mi mamá, por supuesto.

RIP. ¿Cómo trascurrió su infancia, trabajaba o qué hacía cuando era niño?

(IP). Bueno, como de niño tuve que empezar a trabajar desde muy temprano, fue mi papá quien me mostró ese mundo; me enseñó a arreglar vitrolas. No sé cómo aprendí a conocer ese mecanismo, pues yo estaba muy chico. No es que fuera muy complicado: eran unos piñones conectados a una manivela, que a su vez daban rotación al eje central, para que se oyera la música.

Me acuerdo que antes de los discos existían los rollos de fonógrafo que eran de cera. Conocí algunos de esos rollos mientras trabajaba arreglando vitrolas, pero la verdad, nunca me gustaron, además que para el momento poco se veían. Con las vitrolas llegaron los tocadiscos de manivela que tenían un mecanismo más sofisticado que la vitrola. Me daba curiosidad cómo por medio de esa aguja aparecía el sonido: ¡era intrigante! Cada día aprendía algo nuevo en el taller. Y así, poco a poco entendí que lo que más me gustaba era buscar mayor calidad en el sonido.

Un día, un señor, que iba acompañado de su hijo, llegó al taller donde trabajaba y me dijo que quería comprarme la vitrola en cuarenta pesos, eso fue en el año cuarenta y seis. Al final le vendí la vitrola y me compré un tocadiscos eléctrico. Me valió veinte pesos, recuerda entre risas. Como ya no necesitaba de la vitrola, con el nuevo tocadiscos pude acercarme a lo que quería: oír mejor, ¡alcanzar un sonido más puro!

(RIP). ¿Se podría decir que desde esa experiencia usted se convirtió en un amante de la música?

(IP). ¡Sí, sí! De ahí aprendí sobre todo tipo de música, más que todo en inglés y clásica. Mi artista favorita es Juicie Newton, que toca música country. Cada vez que ganaba dinero arreglando aparatos, iba a comprarme un disco.  Radio Columbia, decía el impreso en el centro de la gran mayoría de discos que compré; recuerdo que corrían a 78 revoluciones por minuto.

Hay una anécdota con mi mamá y la música: ella me enseñó sobre bicicletas, su mecánica y cómo mejorarlas. Recuerdo que los domingos mi mamá salía con una mesa para vender confites y gaseosas en una esquina cerca de aquí. Un día se me ocurrió llevar la vitrola y ambientar con música. A la gente, en su gran mayoría hombres, les encantó esa idea., así que mi mamá empezó a tener más clientela y a ganar más centavos.

(RIP). ¿En qué momento decide hacer perifoneo, cómo terminó en este oficio?

(IP). Para el año sesenta y dos mi papá muere, yo tenía veintinueve años cuando eso pasó y como trabajábamos juntos decidí darme otro rumbo. Aunque en realidad nunca dejé de lado la reparación de electrónicos, sólo amplié mis deseos. Conecté un parlante a mi bicicleta y comencé a andar por Chía; con el tiempo también fui a Cajicá, a Tabio, a Tenjo,  a Zipaquirá y a Bogotá: a cada cliente que venía pidiendo una reparación, también le ofrecía mis servicios como pregonero.

Con el tiempo construí el móvil, porque en cicla me mojaba o me asoleaba mucho. Es un auto similar a un modelo T como el de Ford: mide exactamente un metro de ancho por uno de largo, su chasis es en aluminio, y antes funcionaba igual que una bicicleta. Al principio fue difícil, porque probé el móvil con cadena de bicicleta, que por el esfuerzo se reventaba mucho. Así que me decidí a cambiarla por una cadena más gruesa, por una de motocicleta. Completé un año pedaleando y moviéndome de esa manera, hasta que le añadí un motor que funciona con baterías de auto que yo mismo elaboré, de esa manera quedó concluido el móvil.

Creo que de mis mayores logros es ese móvil, pues salir a la calle con él era todo un espectáculo: La gente curiosa me seguía con la mirada por las calles, o llegaban a mi local pidiendo publicidad. ¡Hasta de Bogotá venían a tomarle fotos!

(RIP). ¿En qué momento creó Radio Columbia?

(IP.) Radio Columbia la creé en mi casa con una antena de onda corta que yo mismo diseñé e instalé. Al principio sólo transmitía música de mi colección privada; después aproveché el furor que había levantado el móvil entre la gente y empecé a transmitir publicidad. La primera transmisión fue el cinco de febrero de mil novecientos setenta y tres. Le puse ese nombre porque me gustó la palabra Columbia, aquella palabra que veía tanto en los discos cuando era chico.

Mi idea al principio sólo era salir al aire y nada más, pero con el tiempo Radio Columbia se convirtió en un espacio para las noticias del municipio, donde la gente se informaba. Yo trasmitía en AM (amplitud modulada). Hasta mil novecientos noventa y ocho funcionó Radio Columbia, cuando el Ministerio de las Telecomunicaciones decidió cambiar los parámetros para las licencias de las emisoras. Me dije: no voy a seguir más en esta vaina, eso se volvió un relajo. 

Quise retomar Radio Columbia para dos mil ocho, pero tuve un accidente. Salí en mi cicla de la casa con rumbo al centro del pueblo, cuando de repente un bruto en una moto me levantó desde atrás. Caí al suelo y quedé inconsciente. Me trasladaron a la Clínica de la Sabana y allí permanecí tres semanas en el mismo estado. Tuve varias lesiones y fracturas. Aunque ahora estoy mejor, ese accidente dejó repercusiones en mi movilidad. 

(RIP). ¿Qué opina del periodismo y la radio  de hoy día?

(IP). Pienso que la radio actual es un relajo: los presentadores sólo hablan de ellos mismos y le abren muy poco espacio a la música. Es como un templo al ego, sólo se sirven para sí, mientras dejan atrás a las personas. No es para mí muy llamativa la radio de hoy día.

| Nota del editor *

Si usted tiene algo para decir sobre esta publicación, escriba un correo a: radio@uniminuto.edu

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