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[Opinión] Aprender a través del servicio

El voluntariado permite que el conocimiento trascienda las aulas y se aplique directamente en el servicio hacia otros, propiciando una enseñanza que va más allá de lo académico y conecta profundamente con la realidad humana.

Por Juan Camilo Aguilar Jiménez


En el ámbito académico, es común que los estudiantes se enfrenten al contraste entre el conocimiento teórico y las realidades que este pretende transformar. Sin embargo, existe una poderosa herramienta que permite integrar ambos aspectos: el voluntariado. A través de este, no solo se pone en práctica el saber adquirido, sino que se humaniza la teoría, al hacerla tangible en el contexto social.

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El voluntariado permite que el conocimiento trascienda las aulas y se aplique directamente en el servicio hacia otros, propiciando una enseñanza que va más allá de lo académico y conecta profundamente con la realidad humana. Este ensayo explorará cómo el voluntariado funciona como un proceso de humanización del conocimiento teórico, mediante el cual los conceptos y herramientas aprendidos en el aula se convierten en prácticas que enriquecen tanto a quien las brinda como a quien las recibe. Para ello, se integrarán dos marcos teóricos: el de Luis Alfonso Aranguren Gonzalo, filósofo y teólogo (PCC Editorial México, s.f.) y el de Jacques Rancière, filósofo contemporáneo (Britannica, 2025), ambos enfocados en la interacción entre la teoría y la práctica en el contexto del voluntariado.

El voluntariado, lejos de ser una mera acción altruista, se presenta como un espacio de aprendizaje profundo, no solo para quienes reciben el apoyo, sino también para quienes lo ofrecen (Entre Culturas: ONG Jesuita, 2024). Este proceso de aprendizaje activo refleja la transformación del conocimiento teórico en herramientas aplicables que, además de proporcionar soluciones inmediatas, enriquecen la formación personal y profesional de los individuos involucrados.

Las teorías que se aprenden en el aula sobre problemas sociales, desigualdad y pobreza cobran sentido cuando se convierten en acciones concretas. Conceptos como justicia social e igualdad dejan de ser ideas lejanas y se vuelven experiencias reales al participar en iniciativas que buscan mejorar la vida de comunidades vulnerables. Este contacto directo con la realidad no solo permite aplicar el conocimiento adquirido, sino que también lo cambia, pues enfrentarse a la complejidad y diversidad de las situaciones sociales ayuda a entenderlas mejor. Además, el aprendizaje no va en una sola dirección: quien ofrece su servicio también se ve impactado, ya que pone a prueba lo que ha aprendido con la realidad del mundo, ampliando su visión y compromiso con el cambio social.

En este sentido, el voluntariado actúa como un proceso de humanización del
conocimiento, en el que las teorías se conectan con las experiencias vividas y se enriquecen con los sentimientos, emociones y contextos humanos de quienes participan en estas acciones (Bizkaia, 2000). La práctica, entonces, no es solo una aplicación de lo aprendido, sino una forma de replantear y dar nuevos significados a ese conocimiento.

Para profundizar en la relación entre el voluntariado y la humanización del conocimiento teórico, es esencial comprender cómo autores reconocidos han abordado esta interacción entre la práctica social y la teoría.
Luis Alfonso Aranguren Gonzalo, en su obra Humanización y voluntariado, sostiene que “la humanización es el criterio de actuación de un voluntariado maduro; le mueve el sentido de la dignidad de cada persona” (Gonzalo, 2013). Esta afirmación destaca un elemento crucial en la práctica del voluntariado: la dignidad humana. La humanización implica reconocer y respetar la dignidad de los individuos, algo que se convierte en el núcleo de la acción voluntaria. El voluntariado, según Aranguren, no debe verse como una acción de caridad, sino como un acto en el que se revalora la humanidad de los otros (Gonzalo, 2013). Al integrar esta perspectiva con el conocimiento teórico, el voluntariado transforma las ciencias sociales, la economía y otras disciplinas en herramientas vivas que sirven para resolver problemas concretos de la sociedad.
El conocimiento académico sobre pobreza, desigualdad, derechos humanos, entre otros, cobra vida cuando se convierte en acción directa. La idea de que la teoría debe humanizarse a través de la práctica se refuerza cuando se experimenta el impacto real de las acciones voluntarias (Gonzalo, 2013). Los estudios y teorías, al aplicarse en la práctica, se cargan de sentido y se enriquecen con las experiencias humanas de los que participan. El voluntariado se convierte, así, en una vía para transformar la teoría abstracta en herramientas de cambio que respetan y promueven la dignidad humana (Gonzalo, 2013).

Por otro lado, el filósofo Jacques Rancière, en su libro El maestro ignorante, explica que aprender no debería ser un proceso en el que el maestro simplemente impone su conocimiento al estudiante. Para él, “la verdadera educación es aquella que parte de la igualdad de los individuos en cuanto a capacidad de conocer” (Rancière, 2008). Esta idea se relaciona mucho con el voluntariado, porque en este no hay una diferencia de poder entre quien ayuda y quien recibe la ayuda. Ambos aprenden juntos: el conocimiento que se adquiere en el aula se aplica en la realidad, pero también se transforma con la experiencia (Rancière, 2008). Así, el voluntariado no solo permite compartir información, sino que convierte el aprendizaje en una herramienta real para
mejorar la sociedad.

El voluntariado se convierte en una forma de aprender a través de la acción, donde tanto el voluntario como la persona que recibe el servicio pueden aprender mutuamente. El conocimiento se hace accesible para todos, ya que cualquier persona, sin importar su situación social, tiene la capacidad de conocer, actuar y cambiar su entorno. Esta relación de igualdad, como dice Rancière, muestra que la teoría y la práctica deben estar unidas en un proceso constante de aprendizaje y cambio social. (Rancière, 2008).

Las experiencias adquiridas a través del voluntariado nos invitan a repensar las formas tradicionales de enseñanza y aprendizaje. En lugar de concebir el conocimiento como algo estático y alejado de la realidad, el voluntariado lo convierte en una práctica viva, que se adapta a las necesidades de la sociedad y que tiene un impacto directo en la vida de las personas. Esta visión crítica cuestiona la rigidez de los sistemas educativos que separan la teoría de la práctica, y propone una nueva manera de entender el aprendizaje: uno que sea inclusivo, flexible y profundamente humanizado.

Además, la experiencia del voluntariado ofrece una oportunidad única para transformar la manera en que los profesionales del futuro serán formados. Los educadores, los trabajadores sociales, los psicólogos, los médicos, y otros profesionales que desempeñan roles clave en la sociedad, pueden aprender a partir de las experiencias del voluntariado a comprender mejor las realidades humanas y sociales que afectan a las personas con las que trabajan. Al integrar las experiencias de servicio comunitario en su formación, estos profesionales no solo adquieren habilidades técnicas, sino también una visión más empática y humana de la sociedad.

El voluntariado también tiene un fuerte componente de transformación social. Al vincular la teoría con la acción, se generan prácticas sociales que no solo buscan atender necesidades inmediatas, sino que también pretenden cambiar estructuras de poder y promover la justicia social. Los voluntarios no solo son actores que ofrecen ayuda, sino que también se convierten en agentes de cambio, cuestionando las dinámicas que perpetúan la desigualdad y proponiendo soluciones innovadoras y justas.

El voluntariado, al integrar la teoría con la práctica, se convierte en un vehículo para la humanización del conocimiento. A través de la acción solidaria, las teorías académicas adquieren un significado más profundo y concreto, ya que se aplican directamente en la vida de las personas y en la resolución de problemas sociales. La experiencia de servir a los demás no solo transforma a quienes reciben el apoyo, sino que también enriquece a quienes brindan su tiempo y esfuerzo, creando un proceso de aprendizaje mutuo y
continuo.

Integrar el voluntariado en la formación académica es una manera de asegurar que el conocimiento no quede encerrado en las aulas, sino que se utilice como una herramienta para transformar la sociedad. Los marcos teóricos de Luis Alfonso Aranguren Gonzalo (Gonzalo, 2013) y Jacques Rancière (Rancière, 2008) nos muestran que la teoría, cuando se humaniza a través de la práctica, tiene el poder de generar cambios profundos, no solo en los individuos, sino también en las estructuras sociales que nos rodean. El voluntariado, como espacio de aprendizaje y acción, debe ser visto como una parte esencial del proceso educativo, un medio para promover la igualdad, la justicia y la dignidad humana.

| Nota del editor *

Si usted tiene algo para decir sobre esta publicación, escriba un correo a: jorge.perez@uniminuto.edu

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