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[Opinión] Ni un solo día de soledad

El coronavirus ha hecho que el colombiano promedio, se debata entre el dilema de si los otros colombianos que se salen del promedio, son o no sus héroes. Ahora aplauden desde sus ventanas a los que antes reprochaba por protestar reclamando más presupuesto para la salud. Ahora comparten más imágenes en sus redes sociales de siembras y cosechas que de protestas, de enfrentamientos con la policía antidisturbios y detenciones de gente de ruana.

Colombia en tiempos de Coronavirus II

Por Aura Isabel Mora***

Cuando José Arcadio Buendía se dio cuenta de que la peste había invadido el pueblo, reunió a los jefes de familia para explicarles lo que sabía de la enfermedad del insomnio, y se acordaron medidas para impedir que el flagelo se propagara a otras poblaciones de la ciénaga. Fue así como les quitaron a los chivos las campanitas que los árabes cambiaban por guacamayas, y se pusieron a la entrada del pueblo a disposición de quienes desatendían los consejos y súplicas de los centinelas e insistían en visitar la población. Todos los forasteros que por aquel tiempo recorrían las calles de Macondo tenían que hacer sonar su campanita para que los enfermos supieran que estaban sanos. No se les permitía comer ni beber nada durante su estancia, pues no había duda de que la enfermedad sólo se transmitía por la boca, y todas las cosas de comer y de beber estaban contaminadas por el insomnio. En esa forma se mantuvo la peste circunscrita al perímetro de la población. Tan eficaz fue la cuarentena, que llegó el día en que la situación de emergencia se tuvo por cosa natural, y se organizó la vida de tal modo que el trabajo recobró su ritmo y nadie volvió a preocuparse por la inútil costumbre de dormir.

Gabriel García Márquez, Cien Años de Soledad

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En el Macondo de la realidad, este país, en el que viven los paisanos de los Buendía, el colombiano promedio es, por lo general, conservadurista, sin importar qué tan joven sea; es por lo general, defensor del sistema que tiene, sin importar qué tan pobre sea, o cuan oprimido por este esté, o qué tanto ignore lo que significa; es, y no por lo general, sino que casi del todo, nacionalista. Quisiera decir que “patriota” (y en efecto tiene grandes sentimientos de patriotismo, pero es un patriotismo institucionalista, lo que deviene en un simple pero peligroso y ramplón nacionalismo), la selección de fútbol, sus ciclistas y demás deportistas (pero cuando ganan), sus artistas (o sea los cantantes, siempre y cuando tengan reconocimiento internacional), su ejército y su policía, que cuidan su tan ponderada idea de autoridad, son junto a los protagonistas de las películas de acción de Hollywood, sus héroes.

Es un connotado consumista, amante de las mercancías norteamericanas (en la medida de las posibilidades) y de las europeas (en la posibilidad de sus sueños) a las que considera sagrados productos del excelso capitalismo, hecho que le permite a su nacionalismo darse la licencia de preferir a estos que a los nacionales. O sea, que el colombiano promedio ama a su tierra, aunque odie a muchos de los compatriotas con los que la comparte; se enorgullece del producto nacional aunque compre importado; ama la independencia, aunque por falta libertad y por su apego a la autocracia, no la pueda, ni la quiera, ejercer y mucho menos disfrutar.

El coronavirus ha hecho que el colombiano promedio, se debata entre el dilema de si los otros colombianos que se salen del promedio, son o no sus héroes. Ahora aplauden desde sus ventanas a los que antes reprochaba por protestar reclamando más presupuesto para la salud. Ahora comparten más imágenes en sus redes sociales de siembras y cosechas que de protestas, de enfrentamientos con la policía antidisturbios y detenciones de gente de ruana*.

Ahora reconocen que los villanos en las protestas estudiantiles están estudiando y trabajando para fabricar los ventiladores o respiradores y los antibacteriales que ahora se necesitan en esta crisis. Y tendrán que reconocer, así no les guste, que la educación que estos vándalos pedían cuando salían a marchar es la que crea los médicos y científicos que los ayudarán en el atolladero.

Podría ser difícil sino imposible, de no ser por las redes sociales, hablar de la cotidianidad de los colombianos en estos tiempos de coronavirus, cotidianidad que por razón de aislamientos y soledades de estas épocas, está siendo un poco más ventilada que de costumbre en dichas estructuras de conexión social.

En Colombia la estratificación socioeconómica se clasifica de acuerdo a una numeración, que oficialmente y a efectos del cobro de servicios públicos va del 1 al 6, pero que coloquial y realmente va del 0 al 7 u 8, o al número que se le quiera poner. Teniendo en cuenta que el estrato 1 (o bajo-bajo), el 2 (o bajo) y buena parte del 3 (o medio-bajo) son la clase baja, una pequeña parte del 3, el 4 (o medio), y el 5 (o medio-alto) son la clase media, mientras que el 6 (o alto) es la clase alta, y que ésta es una clasificación legal que obedece a inmuebles o residencias y no a las personas u hogares. Se debe tener también en cuenta que existe un estrato 0, o sea personas que no tienen nada, ni inmueble donde vivir, ni qué comer, ni ropa que vestir, que están por debajo del primer estrato que engrosa los ya anchos cinturones de miseria de las grandes ciudades colombianas y de muchos pueblos del país. Y también, tres o cuatro grupitos de multimillonarios que son tan absolutamente ricos que el patrimonio de la gente más favorecida del estrato 6 palidece frente a los holdings de bancos, de fábricas de gaseosas y de cervezas, y de –obviamente– medios de comunicación. Tanto así, que la cabeza de uno de estos grupúsculos, el señor Luis Carlos Sarmiento Angulo, tiene un patrimonio mayor que del magnate que ahora es presidente de los Estados Unidos.

En el caso de los estratos que componen la clase media, la cotidianidad en la cuarentena ha sido compartida mediante las modernas aplicaciones de socialización de la vida, ha sido llevada mayoritariamente teletrabajando en las plataformas de virtualidad que diligentemente los patronos se aprestaron a ofrecerle a sus trabajadores. A la par viendo televisión en el cementerio de series y películas de Netflix, o aprovechando que algunos canales de televisión por cable liberaron sus “canales premium”. La información que obtiene y luego comparte este sector de la población, que fue la que salió en masa a desabastecer los comercios, es en gran medida y paradójicamente la de la consigna de “quédate en casa”, de “no salgas”, y de las hordas de “irresponsables” que atestan Transmilenio**, y que se atrevieron a incumplir con la orden de encerramiento en la casa.

Mientras que en el caso de los afortunados, la cotidianidad se presume muy similar a la de la clase media, por lo menos, eso es lo que presume ésta. No pueden salir, no pueden viajar, ni conducir, así que serán los lujos con los que cuenten en sus casas lo que haga la diferencia.

Pero también están los que no salieron a desabastecer mercados, los que no tienen sus despensas y neveras repletas, los que no cuentan ni con el empleo ni con los medios para hacer teletrabajo, a los que no les llega el salario si no salen a trabajar. O sea, los “irresponsables e inconscientes” que llenaron las estaciones de Transmilenio, y que, por lo general, trabajan en servicios generales (los encargados del aseo y del mantenimiento), en seguridad y vigilancia, y en los comercios de víveres y abarrotes. Lo que significa que es esta población la que se arriesga y le permite quedarse en sus casas a los que “responsablemente” guardan las medidas de la cuarentena.

Dentro de este sector poblacional, hay un grupo de personas que por su trabajo y situación socioeconómica no pueden salir ni llenar los buses articulados ni transitar por la calle ni trabajar, como es el caso de los vendedores ambulantes. En Colombia, como en otros cuantos países de América Latina, el comercio informal y callejero es una actividad desarrollada por personas que tienen a ésta como único modo de subsistencia, para poder sobrevivir y malvivir con su precaria economía. En este caso, la cotidianidad de estas personas ya no interesa tanto, como sí debería importar el cómo harán para subsistir durante el tiempo que dure la cuarentena, en el que ellos no pueden salir a vender y nadie puede salir a comprarles. Situación similar afecta a trabajadores independientes e informales que tienen negocios de barrio como salones de belleza, cabinas telefónicas, papelerías y misceláneas.

Pero hay un aspecto, que no distingue estrato económico ni clase social y que hace que se diga que el tiempo que se compartirá en familia durante esta cuarentena pueda ser no solamente disfrutado, sino que, en algunos casos, padecido. Una mezcla de ignorancia, de violencia, que hace que la convivencia se convierta en coexistencia, en conflictividad, en violencia intrafamiliar o en tragedia, como la ocurrida en Cartagena, en la que un hombre mató a su esposa, a su cuñada y a su suegra, durante el encerramiento que impone la cuarentena.

Si bien, la única cotidianidad que debe interesar es la propia, mientras que la ajena debe ser un aspecto de la intimidad de cada quien, esta situación de encierro y aislamiento nos ha convertido un poco en celebrities, socialités e influencers de la red, donde algunos protagonizan sus propios realities, y que a nosotros nos permite opinar y hasta editorializar sobre algunos de sus aspectos.

Lo cierto, es que en las últimas dos semanas hemos podido ver a sectores que antes no estaban en las redes, como los médicos y enfermeras con consejos y protocolos de bioseguridad; las abuelas y mamás como nuevas youtubers de la ética del cuidado, a los profesores de yoga, de tai chi y de otras formas espirituales; siendo los nuevos sujetos virtuales, la creación de miles de memes mostrado la felicidad o el tedio de la cuarentena. El nuevo telón del reality de la vida se despliega ante nuestros ojos, a través de todas las plataformas que nos permiten hoy relacionarnos, produciendo nuevas maneras de estar juntos.  

* Poncho típico de la región andina colombiana (montañosa y de clima frio), usado especialmente por los campesinos.

** Medio de transporte masivo a base de buses articulados de Bogotá, ciudad que no cuenta con un sistema de metro por causa de intereses de grupos económicos y políticos que lo han impedido desde la alcaldía de la ciudad, la construcción de un sistema de transporte más adecuado y moderno.

*** Sobre la autora, Aura Isabel Mora es profesora de la Maestría en Comunicación, Educación en la Cultura de UNIMINUTO.

| Nota del editor *

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