Por: Juan Camilo Paiba Castellanos
En un mundo que a menudo prioriza una única visión de género, corremos el riesgo de perder el equilibrio esencial que provee la complementariedad entre hombres y mujeres. El hombre aporta a la sociedad un conjunto de roles —protector, proveedor, mentor— cuya minimización afecta directamente la estabilidad comunitaria y familiar.
El valor del hombre en el entorno.
Cuando se ignora este valor, emergen tragedias sociales. La Organización Mundial de la Salud reportó en 2021 una tasa global de suicidio de 12,3 por cada 100 000 hombres, frente a 5,6 en mujeres. En España, según esta misma organización, el 73,9 % de los 4.116 suicidios registrados en 2023 corresponden a varones, mostrando la urgencia de una atención psicosocial específica para ellos.
Estos datos no solo revelan la vulnerabilidad emocional masculina, sino también el costo de invisibilizar su papel en la sociedad moderna. Como plantea Rollo Tomassi en El Macho Racional, cuando se desmantelan los incentivos tradicionales del hombre, también se rompe su sentido de propósito.
El hombre no ha dejado de ser necesario; ha sido desplazado por la narrativa contemporánea a simplemente un actor invisibilizado por fenómenos como las redes sociales. Y en ese desplazamiento, pierde reconocimiento social, sentido de utilidad y, en muchos casos, su lugar en la estructura emocional de la familia.
El riesgo de la pérdida de valores en la sociedad.
Un desequilibrio de género puede socavar valores como la responsabilidad compartida, la fortaleza ante la adversidad y la resiliencia emocional. Y aunque parezca paradójico, este desequilibrio afecta también a las mujeres.
Según el Instituto Nacional de Salud Mental (NIMH), la prevalencia anual de trastorno de ansiedad generalizada es del 3,4 % en mujeres y del 1,9 % en hombres en EE. UU. Y es que, según el estudio, las razones de esta enfermedad están asociadas al creciente estrés por la falta de seguridad en el futuro y el no poder sostener relaciones sanas con figuras masculinas que puedan brindarles apoyo y soporte en temporadas difíciles.
Estas cifras revelan una sobrecarga emocional femenina, muchas veces ligada a la presión de sostener relaciones, familias y entornos laborales, y aunque no se trata de restar derechos a las mujeres, sino de asumir que la feminidad no puede cargar sola con el peso emocional de la sociedad, si es relevante evaluar cómo se trata a los hombres hoy en los entornos sociales.
La feminización de los valores sin una contrapartida masculina no ha traído mayor bienestar, sino un aumento de la frustración y una dilución de referentes sólidos para afrontar los retos colectivos.
La importancia de hacer equipo entre hombres y mujeres.
La solución no está en exaltar un género sobre otro, sino en fomentar un modelo de corresponsabilidad. Hombres y mujeres deben reconocerse como aliados, no como opuestos.
La inestabilidad familiar es una de las consecuencias más visibles de este desequilibrio. En 2023, según cifras de la Superintendencia de Notariado y Registro, 99 parejas por hora se divorciaron, un incremento notable respecto del año anterior, cuando el promedio fue de 62.
Otro fenómeno que llama la atención, y que, a pesar de ser multifactorial tiene sus raíces en la manera en que nos relacionamos hombres y mujeres; la caída en los nacimientos en el país, los colombianos ya no estamos teniendo hijos.
Según datos del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane), entre enero y octubre de 2024, la natalidad en el país disminuyó un 14,5% en comparación con el mismo período del año anterior, marcando la cifra más baja en la última década.
Esta lucha por cambiar la manera en que se percibe la masculinidad, avivada por la batalla misma de la diversidad de géneros, hace que sea cada vez más difícil entender al otro, lo que afecta las estructuras de organización relacional, desde la pareja hasta la familia y la relación con los hijos.
Sin estructuras familiares estables ni estímulos para la crianza conjunta, las sociedades tienden a envejecer y fragmentarse. Esto no es solo un problema demográfico, sino civilizatorio.
El equilibrio requiere que dejemos de enfrentar roles masculinos y femeninos como antagonistas y empecemos a integrarlos como piezas complementarias del mismo proyecto social.
Un mundo que minimiza el rol masculino no sólo ignora la mitad del talento humano: también pone en riesgo la salud emocional de los hombres, aumenta la sobrecarga femenina y profundiza la crisis demográfica.
La salida está en el equilibrio, no en la supremacía. Revalorizar el rol masculino y promover la alianza de géneros no es una regresión, sino el camino hacia una sociedad más sana, justa y sostenible.
Las mejores civilizaciones no han surgido por la victoria de un solo sexo, sino por la armonía entre ambos. En reconocer y honrar esa dualidad radica nuestra posibilidad de futuro.