Por: Julieth Cicua
Sin duda la larga guerra interna librada en Colombia ha dejado incontables relatos de horror y dolor. No obstante, unos permanecen aún en la memoria de muchos gracias a la crudeza de las imágenes, del dolor propio o, como en este caso del impacto mediático. En la mente de muchos aún permanecen algunas imágenes borrosas del caos reportado en los noticieros del 11 de abril de 2002 y el pánico que recorrió el país.

El documental El doble secuestro de Sigifredo López (2024) del director Alejandro Bernal Rueda, reconstruye el secuestro de los 12 diputados del Valle en la ciudad de Cali a manos de las FAR. Este suceso se vale principalmente de material de archivo que lleva a revivir el hecho no solo como espectadores, sino que adentra al público en la preparación y ejecución del secuestro, debido al material revelado por las extintas FARC luego del acuerdo de paz de 2016, a la vez que presenta los testimonios de los familiares y del mismo Sigifredo como único sobreviviente.

Este documental se maneja entre lo sobrio e informativo de los hechos tras reconstruir los sucesos con periodistas y analistas políticos, y pasa a la crudeza de las imágenes tomadas por la guerrilla que impactan profundamente al espectador por su simpleza, su calidad de aficionados y sin filtro, que se intercalan con los conmovedores testimonios de los familiares, con las breves reconstrucciones de las historias y con el revuelo mediático que de a poco deja en evidencia la falta de preparación de los gobiernos en turno para evitar el secuestro, el descuido de los cautivos y el desenlace inminente.

El relato se reconstruye de la manera más fiel posible, no para juzgar o tomar partido, sino para que el espectador saque sus propias conclusiones o se traslade psicológicamente a este momento de impacto nacional, gracias al montaje que mantiene todos los puntos de vista accesibles, por lo menos en su primera parte.
Por ejemplo, no solo se queda con el lado de los dolientes, también busca la voz de los implicados como los exguerrilleros Timochenko, Pablo Catatumbo y Santiago, que desde sus posiciones intentan una explicación de lo sucedido sin la necesidad de juzgar o justificar, solo informar.

Sin embargo, las múltiples ópticas se pierden cuando la cinta llega al “segundo secuestro” en 2012, cuando la Fiscalía detuvo a Sigifredo al implicarlo en el secuestro de sus compañeros. Allí solo se conoce el relato del protagonista y su familia, con imágenes menos contundentes y un desarrollo superficial de los hechos, perdiendo todo el enfoque emocional que logró la primera parte.
A pesar del leve decaimiento en su segunda parte, se entiende que El doble secuestro de Sigifredo López no busca ser un documento de reparación o reconstrucción de memoria, quiere ser un punto de inflexión para los espectadores que quizá no vivieron los años más crudos de la guerra, a quienes se les hace un llamado a pensar en todas las historias que se han quedado en el olvido a pesar de dejar grandes grietas en el país.