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Ritmos del asfalto: historia de un músico callejero en Bogotá

El sol comenzaba a descender sobre el horizonte de Bogotá, bañando las bulliciosas calles de la ciudad con su luz dorada. Mientras la mayoría de personas se apresuran a regresar a sus hogares, un joven músico se prepara para comenzar su presentación diaria en una esquina concurrida del centro de la ciudad. Su nombre es Yesid Jiménez, y está acompañado de su fiel compañero; un violín, que ha sido testigo de innumerables aventuras a lo largo de sus años.

Por: David García Rubiano

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Yesid, de veintisiete años y oriundo de Natagaima, Tolima, dedicó casi la mitad de su vida a la música. Comenzó a tocar el violín durante el bachillerato gracias a un obsequio de su profesor favorito de la clase de música. Su pasión por el instrumento lo habría llevado a seguir una carrera como músico, pero las circunstancias de la vida llevaron a Yesid a las calles de Bogotá como su escenario, un lugar donde la música a menudo se mezcla con el ruido de los carros y el murmullo constante de la ciudad.


En Natagaima se sentía un músico adolescente libre, es como recuerda los momentos más gloriosos de su juventud. Ayudaba a su madre en una huerta que él mismo construyó para venderles verduras frescas a los turistas, pero por causa del conflicto armado tuvo que escapar hacia Bogotá, pues, aquellos hombres buscaban jóvenes como reclutas y quien se resistiera sería asesinado.
Con mucho temor, algunas monedas y un celular de teclas en sus bolsillos, huyó abandonando a su madre en el pueblito sin saber el día que volvería a verla. Dejó todo atrás para aventurarse a un lugar desconocido. Caminó muchos kilómetros sin encontrar ayuda, pues lo confundían con un indigente o pensaban que se trataba de un ladrón.

Fotografía de: Alerta Tolima


En su travesía vivió experiencias que lo llevaron a fortalecer su carácter. El miedo que sintió al salir de Natagaima le ayudó a enfrentar otras dificultades en la calle con personas en su misma situación, o incluso peores. Aprendió a lidiar las dificultades gracias a su paciencia, pues conoció el valor del autocontrol, tanto que con el tiempo el miedo era un recuerdo de otro tiempo.


Su llegada a la ciudad fue un enorme golpe de realidad. Mientras en Natagaima estaba rodeado de naturaleza, en Bogotá se encontraba entre inmensas paredes de cemento. Los primeros días siempre son los más difíciles, y Yesid lo sabía. No conocer ni saber mucho de la ciudad era una dificultad adicional, y conseguir un trabajo en las calles a los veintisiete años no es tan fácil como muchos consideran. Iba de local en local ofreciendo sus servicios de fuerza bruta, pero no tenía la suerte que anhelaba.

Pasaron los días y Yesid seguía en las calles. El frío de la ciudad le ocasionó una enfermedad respiratoria durante un tiempo, y ansioso, en búsqueda de amparo, se vio obligado a refugiarse en una capilla de la ciudad. Al cuarto día de estar escondido allí fue descubierto por el sacerdote, que le abrió las puertas de su hogar con el compromiso de que lo ayudara con los pequeños arreglos de la capilla como pintar las paredes, limpiar los enseres y poner las cosas en orden después de las eucaristías, y, por supuesto, no robarse nada.

Fotografía de: Galeria Santa Fe


Así fue como Yesid encontró un techo, una cama para dormir y un lugar dónde recibir un poco de comida. Yesid se ganó la confianza del sacerdote hasta hacerse su amigo, y quien le ayudó a ingresar a un curso gratuito de música. Gracias a su talento innato con el violín y la guitarra, culminó con éxito el curso, una motivación para no abandonar la música, aunque sus únicas presentaciones sean en las calles de la brumosa Bogotá. A pesar de todo, está rodeado de gente que lo escucha y eso lo hace sentirse orgulloso.


Al llegar a la esquina que adoptó como su escenario, y sin conteo regresivo, empieza a tocar su violín; es un espectáculo de melodías musicales. Algunos le ofrecen una mirada curiosa, otros ya lo conocen de actuaciones anteriores, pero más allá de eso, Yesid ha logrado ganarse el respeto y el cariño de su fanaticada de turno.
A medida que la multitud se acerca, las donaciones comienzan a caer en su estuche abierto. Algunos dejan monedas, otros billetes, y ocasionalmente alguien pone un billete más grande como muestra de aprecio. Siempre agradece con una sonrisa y una reverencia ligera. El dinero que gana en la calle es su principal fuente de ingresos, lo que le permite vivir y seguir haciendo lo que le hace avanzar: la música.


Aunque la vida de un músico callejero no es un camino fácil, ocasionalmente, enfrenta desafíos diarios que van más allá de la música. El clima es uno de sus mayores adversarios. Bogotá es conocida por sus grandes e impredecibles nubes, esto hace que su violín se desgaste constantemente debido a los desafíos climáticos, situación que ha aprendido a mitigar gracias a un viejo amigo de una tienda de instrumentos musicales, que por un monto mínimo de dinero limpia y pinta su violín cada tanto.

Como la vida en la calle a menudo está llena de imprevistos, Yesid ha tenido enfrentamientos con personas que intentan robar sus ganancias o con transeúntes hostiles que no aprecian su música y le atacan con intenciones de dañar su instrumento. A pesar de esto, siempre lleva una actitud positiva, carácter firme y, sin darle tanta importancia a esas situaciones, continúa su día con una gran sonrisa.


Su travesía como músico por las calles de la ciudad le ha enseñado a cubrir su instrumento con un plástico en caso de lluvia y a tocar con guantes de invierno para proteger sus manos del frío, sobre todo sus dedos por el endurecimiento de las cuerdas del violín que cortan la piel. A pesar de las circunstancias, Yesid continúa haciendo música en las calles, contagiando a muchas personas que se detienen un momento a apreciar sus obras musicales.


Ha invertido mucho tiempo, dedicación y amor en la música, tanto que ya no puede vivir sin ella. Constantemente se le ve tarareando alguna canción o tocando su violín, esto le hace sentirse otra persona en otro mundo. La relación con su violín va más allá del simple cariño material, pues al verlo logra transportarse a las aventuras que ha vivido, aunque no todas han sido buenas; incluso logra recordar el rostro de su madre a la que hace 8 años no ve.


Después de cada actuación, se toma un tiempo para descansar en un banco cercano a modo de reflexión. Admira el paisaje y organiza su mente para afrontar lo que viene. A menudo se pregunta si ha elegido el camino correcto al dejar a su madre en Natagaima y hacer de las calles su escenario, pero la música siempre ha sido su pasión y mantiene una esperanza profunda en su corazón de que el día siguiente será mejor.


La vida de Yesid no se limita a la música en las calles. Durante el día, se dedica a la enseñanza de música con un grupo de jóvenes artistas que han escapado de sus hogares debido a problemas familiares. Compartir su conocimiento y pasión con esos jóvenes le da un sentido de propósito y satisfacción a su arte. Él sabe que la música puede cambiar vidas y quiere transmitir ese poder aprendiendo de la que considera será la próxima generación de artistas.


Yesid no tiene destino alguno, es un viajero en el tiempo cuyo mensaje es necesario descifrar a través de sus interpretaciones. Una de sus perturbaciones constantes es haber abandonado a su madre, pero no tenía elección. Anhela volver a verla algún día, abrazarla y expresarle lo mucho que la ama, y contarle sus aventuras y escuchar las de ella.


Sus días son una montaña de emociones, sentimientos, situaciones y adversidades. No le gusta decir dónde vive porque considera que toda la ciudad es su hogar y cualquier lugar es bueno para descansar. Yesid considera que el vagar por las calles inseguras de la ciudad podría ser un viaje sin retorno, aunque por su talante logra convertir las adversidades en aventuras, y a cada una le gusta vivirla como si fuera su último día, pues así es el mundo de las calles, nunca se sabe si al amanecer será posible volver a ver la luz del sol.


A pesar de llevar una sonrisa en su rostro, al caer la noche también cae con él el remordimiento y la melancolía. En ocasiones no sabe qué hacer con su vida, pero no se considera lo suficientemente cobarde para terminar con sus problemas de esa manera. Cree firmemente que su amor por la música ha sido lo único que lo mantendrá vivo y quiere seguir aprendiendo del mundo en su constante evolución.


Yesid busca que las personas con las que se encuentra en la calle se queden con un recuerdo suyo. Su anhelo más grande es estar en una tarima con iluminación multicolor y micrófonos profesionales, pero mientras no le falte el aplauso de su público urbano, mantendrá su sonrisa contagiosa, el brillo de su personalidad y el talento de su espíritu musical.

| Nota del editor *

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