Por: Daniel Rojas Chía
En una de las décadas más violentas de la historia reciente de Colombia, una pareja que al parecer no tenía nada en común, se encontró para ofrecerle a un destino violento algo de amor que pudiera salvar su presente.
En la Bogotá de 1985 se vivía una constante sospecha de todo y entre todos, acompañada de una visible inseguridad permeada por el miedo del antes y de esa actualidad de entonces. Esa ciudad de la década de los 80 es a la que el director y guionista colombiano César Heredia le hace un homenaje desde el romance y la historia.
La cinta colombiana se recrea en el centro de Bogotá donde trabajó Salvador, interpretado por Héctor García, un particular sastre cuya cotidianidad se ve rota con la llegada de Isabel, interpretada por Fabiana Medina, la nueva y llamativa ascensorista del edificio. Y aunque los días parecen darle paso a un romance, los celos y la desaparición de uno de sus familiares afectan las decisiones de Salvador de la peor manera, justo por los días cuando el Palacio de Justicia es asaltado por la guerrilla y retomado por el ejército
La película presenta una acertada construcción de sus personajes, que le ofrece suficiente información al espectador para que la historia marque una serie de incógnitas que enriquecen los arcos de cada uno de ellos.
No cabe duda que las actuaciones de los dos protagonistas son puntos fuertes de la película, pero el guion de César Heredia propone sutiles cuestionamientos durante toda la narración que enriquecen el relato. Las desapariciones forzadas por parte de miembros del Estado, la inseguridad, la falta de confianza hacia las instituciones y su persecución, logra dejar una profunda duda en el espectador de una actualidad que no parece cambiar desde el año donde se ambienta la historia.
Es valioso rescatar que, si bien la historia está fuertemente influenciada por el episodio histórico de la toma del palacio de Justicia, no se centra en ningún momento en ello, y solo se utiliza como un contexto para impulsar la historia central que es el romance de Salvador e Isabel.
A partir de este cortejo que va soltando la personalidad de un Salvador parco, cerrado y silencioso, el director capta este proceso de confección que realiza desde su trabajo de modista, recreando nuevamente esa esencia de la Bogotá llena de boleros, elegancia y empatía.
Por otro lado, está una Isabel libre y sincera. Una mujer moderna que no le teme a escucharse a sí misma y que con ideales claros se muestra todo el tiempo como ella misma.
Una vez más una elaborada construcción de la imagen en la pantalla, continúa forjando la buena calidad del cine nacional, que en esta ocasión propone un lindo homenaje a esa ciudad de antaño con símbolos tan característicos en el tiempo como los icónicos cafés del centro, el álbum de chocolatinas jet y sus monas, entre otras remembranzas. La estética y la ambientación no hubieran podido ser tan bien construidas sin el maravilloso diseño de vestuario de parte de Catherine Rodríguez y la dirección de arte de Camilo Barreto con el buen enfoque de la directora de fotografía Juana González.
Salvador es una película colombiana que reta al espectador a preguntarse ¿algo en realidad ha cambiado? ¿Cuál es la construcción del ser colombiano entre las generaciones influenciadas por la violencia? ¿Nos acostumbramos a tener miedo?
Un valioso viaje al pasado que sin duda vale la pena ver en pantalla grande, para cuestionar nuestro presente, y por qué no, para construir ideas nuevas que nos hagan salvarnos sin sacrificar lo que somos.
Mira la entrevista que Datéate le hizo a su productora María Fernanda Barrientos.
Mira la entrevista que Datéate le hizo a su director César Heredia.
Mira la entrevista que Datéate le hizo a uno de sus actores Fabio Velasco.