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Sobre la violencia a partir de la ruptura comunicativa: Camilo, la historia de muchos (parte final)

"El hombre moderno se rodea de infinitas posibilidades de Comunicación y,paradójicamente, es lo que siempre le falta’’ Marcel Marceau.

Por Julián Léon

Uno a uno entraba a la sala de velación, llevando consigo prendas alusivas al equipo de futbol Millonarios, y mientras lo hacían, no dejo de pensar en las palabras que uno de estos dijo cuando observó fijamente a través del cristal del féretro: Nos vamos a vengar mi Raza, todo por ti. Palabras de gran carga capaces de volver a destruir lazos comunicativos como se ha venido haciendo en nuestras sociedades.

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El lunes fue el día escogido para su despedida final. Despedida de su representación corpórea, más su esencia aún sigue intacta en algún lugar, en algún paraje, alentando seguramente como entonaban sus amigos mientras se le rendían honores en cámara ardiente. Una gran mancha azul caminante acompañó la carroza fúnebre hasta el cementerio previsto, a pesar de los casi 6 kilómetros de distancia entre un punto y otro, ocasionando un embotellamiento en el tráfico debido al ritmo de los caminantes. En frente era llamativa una larga bandera de Colombia con insignias del equipo azul, y otro mural artístico con el rostro de Camilo en posición de grito. Probablemente la imagen que su grabador más recuerda de una persona que amaba festejar los triunfos de su equipo de futbol predilecto.


Los cantos en ningún momento sucumbieron: Jamás, jamás será una despedida, los hermanos no se olvidan, Mono Raza sigue acá (…) Al llegar al cementerio otra multitud aguardaba por los restos mortales. La mancha azul se expandía más y más. En la puerta del cementerio hubo un silencio unísono cuando de repente el sonido de un grupo de mariachis comenzó a tocar la canción Cuando yo me muera del Charrito Negro. Aquella canción fue detonante de más emocionalidad, lágrimas y abrazos. Janeth, la madre de Camilo, lucía confundida, pérdida, desarropada de cualquier intento de raciocinio y lógica ante lo que estaba viviendo. Sus mejores amigos sacaron el féretro de la carroza y en los hombros lo cargaron hasta que se encontró finalmente su lugar de descanso. Esta vez los mariachis tocaban Tú eres mi amigo del alma del icónico Roberto Carlos.


Al momento de su despedida, arbitrariamente se destapó su féretro y algunos conocidos solo por Camilo alcanzaron a introducir dentro de éste una aparente bandera de Colombia y varios objetos muy pequeños, posiblemente simbólicos tanto para él como para ellos. Mientras se sellaba su tumba, la multitud inundada por el sentimiento cantaba Raza sigue acá, Raza sigue acá, Raza sigue acá (…)


El quebranto de la red comunicativa entre nosotros, entre la nación colombiana, ha resultado en la consolidación de la violencia como único agente activo y direccionador de la mayoría de las acciones tanto individuales como colectivas. En el futbol, por ejemplo y teniendo en cuenta el caso aquí expuesto, aquel intercambio de sentido, sano y respetuoso, muy pocas veces ha sido empleado y tenido en cuenta como una herramienta fundamental si se quiere en verdad vivir en una sociedad en paz y democrática. Seguramente si esto hubiera sido así, si las barras bravas y otros actores del futbol hubieran visto desde mucho antes en la Comunicación aquel detonador de unión y entendimiento mutuo, Camilo estaría vivo, ahora mismo tal vez mimando a su pequeño hijo y alagando como siempre lo hacía a su señora madre.


Y es que no es solo en el futbol. La violencia, esa que nace donde la Comunicación se estanca, también hace gala de aparición cuando se usa un transporte público; cuando se camina por las calles; desde la misma política mediante la satanización del otro que continua vigente como arma destructora y paradójicamente útil; desde los mismos espacios académicos muchas veces, etc. No se puede seguir así. Hay que parar. Se debe reflexionar.


Camilo Perdomo, de 28 años, era un ser soñador, luchador y admirador total del éxito que surge a partir del sacrificio propio. Por ello admiraba a su hermana, que a pesar de ser menor, meses antes recién estrenaba apartamento nuevo como fruto de su esfuerzo mismo. Camilo era un mono (como se le suele decir a la persona de cabello rubio en este país), de aproximadamente un metro con noventa y tres cm, con una motivadora sonrisa y con varios tatuajes que representaban sus más grandes amores. En el costado izquierdo del abdomen tenía el rostro de Janeth, su madre, a quien, sin pensarlo, se llevó hasta su tumba literalmente. Camilo era mi primo, un cuarto de mi sangre. Camilo era mi familia.


Incluso hasta Brasil llegó el eco de su muerte pues en un partido en el que hizo presencia la hinchada de Millonarios en el país carioca, evento televisado por la cadena Fox Sports, se leía claramente una pancarta que decía Mono Raza. Al tiempo de su funeral, se escuchó decir de algún amigo cercano que el siguiente fin de semana ambos, Camilo y él, viajarían a Aruba. Pues bien, Camilo partió anticipadamente, no para Aruba, pero sí para un destino mucho más lejano.

Este texto fue escrito el diez de junio, cuando el cuerpo de Camilo completa 22 días encerrado en una bóveda en un popular cementerio del sur de Bogotá, pero su alma sigue en algún extraño paraje metafísico contemplando desde allí la tristeza que ha dejado en cada uno de nosotros. Su asesino sigue libre; su caso impune.

Nota: Primo, que esto sea registro para las futuras generaciones, pero mucho más para tu pequeño hijo. Es todo lo que puedo hacer para honrar tu memoria.

| Nota del editor *

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