Por: Elkin Fernando Largo Mendoza. 4.º semestre
Durante el año 2018 el país se encontraba envuelto nuevamente en un proceso de elección presidencial de un nuevo mandatario, y al mismo tiempo se realizaba el mundial de fútbol Rusia 2018, un año en el que la atención se concentraba más en quién sería el nuevo presidente de la nación, y en quién sería el campeón del mundial de fútbol, al menos eso pensaba Miguel Gómez, a quien no le interesa en lo absoluto cualquier acontecimiento que no se relacionara con su trabajo.
La mañana del viernes 23 de noviembre transcurría con normalidad en la cotidianidad de unos de los barrios de la localidad 19 Ciudad Bolívar, considerada uno de los sectores de Bogotá más peligrosos, sin embargo, para sus habitantes ya era costumbre las noticias de tragedias, asesinatos y robo, puesto que eran las portadas más frecuentes del periódico local Q’hubo, donde se informaban sobre los acontecimientos que sucedían en el barrio.
Miguel Gómez solía leerlos sentado en una cafetería cerca al parqueadero de los camiones que se dedicaban a los acarreos, bromeaba diciendo que las armas con las que se cometían los crímenes eran de la más alta calidad, mofándose de ser el responsable de proporcionarlas; quienes lo escuchaban se reían a carcajadas haciendo comparaciones de burlas con los ex cabecillas de las FARC, un tema para conversar y reír con los que allí se encontraban.
Francisco Herrera, un patrullero de la policía, recién salido de escuela, se encontraba junto a su compañero tomando tinto en la misma cafetería y observó a aquel hombre de gorra roja, con barba áspera, desarreglado y con apariencia de no haber tomado una ducha en varios días, riendo por lo que acababa de decir, y sin dudarlo afirmaba “Son puros hierros oxidados” al mismo instante en que tocaba con su mano derecha su arma de dotación, una pistola calibre 9 milímetros negra.
Miguel, con un tono de orden, le indicó al tendero que le sirviera un tinto al patrullero, puesto que era la primera vez que lo veía en este lugar, Miguel se caracterizaba por ser uno de los habitantes más antiguos del barrio, lo cual le otorgaba la fama de ser reconocido por gran parte de los habitantes, y no precisamente por su antigüedad, sino por ser un hombre conflictivo con sus vecinos.
Francisco Herrera recibió aquel tinto y lo puso encima de la mesa, dándole gracias a Miguel de una forma un poco confusa, no transcurrieron más de 10 minutos antes de que el sonido de radio le alertara de una situación a la cual los patrulleros debían atender de inmediato, aquella pequeña interacción pasó desapercibida para los que allí se encontraban.
Pasadas las 12 del mediodía, Miguel continuaba su rutina que consistía en cargar un balde para mezcla junto a unas herramientas básicas de construcción, metro, palustre y martillo, que le servían de fachada para disimular su verdadero trabajo en el bajo mundo: Miguel se dedicaba a la venta de armas de forma ilegal, su aspecto desaliñado le daba un bajo perfil que aprovechaba para conocer posibles compradores y concretar ventas, en su mayoría revólveres calibre 38 y munición de 9 milímetros, las cuales son de las más usadas por los delincuentes, teniendo en cuenta su bajo costo en comparación con armas más grandes.
Ese viernes ya tenía programada la entrega de dos cargadores y una caja de cartuchos adicional, iban a ser entregadas en una casa ubicada detrás de la parroquia principal del barrio Caracolí, donde es común encontrar habitantes de calle y jóvenes con problemas de drogadicción, y porque unas cuadras más abajo hay una casa que se usa para el microtráfico de drogas.
Llegada las 6 de la tarde, Miguel se encontraba sentado fumando un cigarrillo en un terreno en construcción, parecía un obrero que terminaba su jornada y solo descansaba un momento antes de irse a casa, saludaba con gesto amable a los vecinos que allí pasaban, la poca luz que le quedaba al día tornaba el ambiente lúgubre y sombrío, las personas eran conscientes de que no era buena idea pasar por allí a esta hora, dado que se reunía un grupo de muchachos a consumir y, a veces, a asaltar a las personas descuidadas que por allí transitaban.
Manuel de 16 años pasaba todos los días por este sitio de regreso del colegio, siempre coincidía con aquel grupo de jóvenes en el horario de llegada, ya era conocido por ellos y por Miguel, el cual siempre le decía al pasar “estudie mijo, para que no termine como nosotros”.
La mamá de Manuel, María Delgado, cansada del olor a marihuana y de la presencia de aquel grupo de jóvenes que allí permanecían, optó por llamar a la policía de forma anónima.
Una patrulla motorizada no tardó en llegar al lugar, no les dio tiempo de alejarse. Rápidamente, los dos policías desenfundan sus armas frente a aquellos jóvenes pidiéndoles una requisa. Era frecuente encontrarles papeletas de drogas, colillas de cigarrillo y objetos robados como bolsos de dama, billeteras con documentación y, en ocasiones, cuchillos y armas artesanales. Miguel muy astutamente colocó el balde detrás de una piedra, ocultándolo de la vista de los policías, mostrándose amable y colaborador con la requisa. María, que desde la puerta de su casa observaba lo que allí pasaba, le gritaba a Miguel: “Usted es un delincuente, deberían encerrarlo”. Miguel, muy tranquilo, no respondía a los insultos, su aspecto de hombre viejo le hacía parecer indefenso y esto lo usaba para camuflar su identidad. No obstante, una camioneta de policía llegó al lugar esposando a tres de las ocho personas que allí estaban acusándolos de posesión de droga. Los otros cinco jóvenes, por ser menores de edad, no les pasó nada.
Aquellos patrulleros no conocían la identidad de Miguel, pero al digitalizar su número de cédula, se dieron cuenta de sus antecedentes. Tenía varias denuncias por maltrato familiar, riñas en espacio público, porte ilegal de armas y posesión de drogas. El teniente Ocampo, encargado del proceso, se dio cuenta de la investigación en curso que tenía Miguel, cuando había sido arrestado, meses atrás, por una denuncia de sus vecinos, acusándolo de violencia doméstica.
No era la primera vez que Miguel se encontraba detenido, en ocasiones anteriores ya había sido citado a la Estación de policía y retenido durante 3 días, como sospecho del asesinato de un joven en su casa; sin embargo, al no existir pruebas que lo incriminaran directamente, quedó en libertad. No obstante, en esta ocasión el teniente Ocampo le había advertido que pronto le llegaría la hora de rendir cuentas, pues en fondo el agente conocía las actividades de Miguel.
Se rumoraba que la policía le seguía la pista de cerca y que en cualquier momento lo arrestarían de forma definitiva, transcurrían las 10 p.m. cuando se le permitió retirarse de la Estación, el patrullero que esposa a Miguel se ofreció a llevarlo a su casa, al llegar a su recinto cerró la puerta despreocupado, como si todo lo que había pasado fuese parte de su día a día, no pasa más de media hora cuando tocaron a su puerta y al abrirla dos hombres encapuchados y con armas le apuntaron directamente a su cuerpo, ingresaron violentamente a la casa, lo golpearon en repetidas ocasiones con la cacha del revólver causándole una herida en la cabeza, los golpes continuaron por todo el cuerpo.
Miguel, desconcertado y asustado gritaba por ayuda con la voz quebrada y casi sin aliento; el sonido del primer disparo causó un estado de conmoción en toda la cuadra, pero nadie se atrevía a salir de su casa para presenciar lo que allí ocurría; sonó nuevamente otro disparo, seguido de dos más. Después, aquellos hombres sacaron a rastras a Miguel quien aún estaba consciente, y casi sin voz les suplicaba que no lo mataran y que le perdonaran la vida.
Sin poder ponerse en pie fue arrastrado 100 metros de su casa en un terreno baldío y con poca luz donde finalmente se escuchó una ráfaga de 8 disparos que acabaron con la vida de Miguel.
Los impactos fueron directamente en su cabeza y pecho, ocasionándole una muerte inmediata. Más tarde, los vecinos se encargaron de llamar a la policía, esta llegó casi 30 minutos después del homicidio; la escena que allí encontraron fue impactante y desagradable para los curiosos quienes poco a poco se acercaban para luego contar que habían matado a Miguel.
Los rumores no se hicieron esperar, la gente comentaba los posibles motivos de su asesinato, sin tener una explicación concreta, todo el proceso del levantamiento del cuerpo por parte de los forenses fue de alrededor 3 horas, los habitantes del barrio estaban ansiosos de leer el periódico que a la mañana siguiente publicaría la muerte de Miguel y daría una hipótesis de lo ocurrido la noche anterior. Sin embargo, el periódico no se publicó sino hasta 2 días después del hecho, con una portada que decía “Lo sacaron de su casa para matarlo”.
Se rumoraba que Miguel había sido confundido con otra persona y que realmente no era a él a quien iban a asesinar, una semana después se publicó un artículo que hablaba nuevamente del hecho ocurrido, pero esta vez mencionaban que Miguel pertenecía a una organización criminal y que su muerte fue un ajuste de cuentas entre bandas rivales, sus familiares pedían a las autoridades y al teniente Ocampo, quien era el encargado de llevar el caso, claridad acerca del verdadero motivo del homicidio, a lo que él respondía que se abriría una investigación.
Pasados 3 meses se informó a la familia que un hombre había sido capturado cerca del lugar de los hechos portando un arma de fuego, el cual fue capturado y procesado por el homicidio de Miguel. Aunque la investigación determinó que fue un ajuste de cuentas entre bandas rivales, los familiares no aceptaron esta respuesta y buscaron más información de manera independiente, pues para ellos, el asesinato de Miguel fue planificado y con conocimiento de las autoridades, sin embargo, no fue posible demostrarlo.