“El Dr. Henry Kissinger, un respetado académico y estadista estadounidense, murió hoy en su residencia en Connecticut”, este fue el anuncio que publico su firma consultora sobre el fallecimiento de uno de los protagonistas de la historia global del siglo XX.
Destacado académico, estadista y célebre diplomático ejerció un poder incomparable sobre la política exterior de Estados Unidos durante los gobiernos de los presidentes Richard M. Nixon y Gerald Ford, y durante décadas después, como consultor y escritor, expresó opiniones que dieron forma a la situación política y económica a nivel mundial.
Heinz Alfred Kissinger nació en Furth, Alemania, el 27 de mayo de 1923. Se convirtió en Henry después de mudarse con su familia a los Estados Unidos. Llegó en 1938 como inmigrante judío que huía de la Alemania nazi, era apenas un adolescente que hablaba un poco de inglés. Buen estudiante logró llegar a Harvard y gracias a sus conocimientos de la historia y su habilidad como escritor ascendió en el medio académico antes de establecerse en Washington.
Como la única persona que alguna vez fue asesor de seguridad nacional de la Casa Blanca y secretario de Estado al mismo tiempo, ejerció un control sobre la política exterior estadounidense que rara vez ha sido igualado por alguien que no fuera presidente.
Fue protagonista de los acercamientos diplomáticos en los tiempos de la Guerra Fría y de en los escenarios de Vietnam, la China de Mao, la URSS y en los lugares en donde se debatía el poder y presencia norteamericana para mantener y extender la hegemonía capitalista de la época.
Él y Le Duc Tho, de Vietnam, compartieron el Premio Nobel de la Paz por las negociaciones secretas que produjeron el Acuerdo de París de 1973 y pusieron fin a la participación militar estadounidense en la guerra de Vietnam. Su famosa “diplomacia lanzadera” después de la Guerra de Oriente Medio de 1973 ayudó a estabilizar las relaciones entre Israel y sus vecinos árabes.
Como promotor de la histórica apertura de Nixon hacia China y como teórico de la distensión con la Unión Soviética, el Dr. Kissinger se ganó gran parte del crédito por los cambios radicales de política que reorientaron el curso de los asuntos mundiales.
Ronald Reagan y otros conservadores criticaron la búsqueda del Dr. Kissinger de llegar a un acuerdo con Moscú como una traición de los países que entonces formaban parte del Pacto de Varsovia y de los valores estadounidenses. Por otra parte, el presidente George W. Bush lo llamó “uno de los servidores públicos más exitosos y respetados de nuestra nación”, y altos funcionarios de la administración Bush lo consultaron con frecuencia sobre asuntos internacionales.
En la izquierda, voces fuertes lo acusaron de tener un pragmatismo a sangre fría que anteponía los logros estratégicos a los derechos humanos. Algunos de sus críticos dijeron que el Acuerdo de París dejó a un antiguo aliado, el gobierno de Vietnam del Sur, a un destino oscuro cuando los norvietnamitas tomaron el control. Otros lo acusaron de dejar que la guerra continuara durante tres años mientras negociaba un acuerdo que podría haber tenido desde el principio.
Los críticos responsabilizaron al Dr. Kissinger del “bombardeo secreto” de 1969 contra la neutral Camboya y de la invasión terrestre estadounidense de ese país al año siguiente, que amplió el conflicto en el sudeste asiático y condujo a la toma del país por los asesinos Jemeres Rojos.
Dijeron que su política de promover al Sha de Irán como ancla de la política estadounidense en el Golfo Pérsico, alentó a subir los precios del petróleo y alimentó la megalomanía que condujo a la revolución iraní. Lo acusaron de complicidad en el golpe de 1974 que derrocó al gobierno de Chipre y de apoyar la brutal campaña de Pakistán para sofocar una rebelión secesionista en lo que hoy es Bangladesh porque Pakistán era su conducto secreto hacia los chinos.
También estuvo presente en los cambios radicales en latinoamérica. Kissinger y la CIA ayudaron a derrocar el gobierno socialista legalmente elegido de Salvador Allende en Chile, así como del asesinato anterior del general René Schneider, comandante en jefe de las fuerzas armadas de Chile, que se opuso firmemente a un golpe de estado.
Admirado y criticado por muchos, fue considerado como un defensor a toda prueba del sistema Norteamericano, conspirador atrevido, político con muchos recursos para lograr objetivos sin importar los daños colaterales y un académico profundo y reconocido.
Se cierra un capítulo de la historia contemporánea de uno de los más connotados diplomáticos de la Guerra Fría en donde se abrieron frentes de batalla con graves consecuencias para la población civil que sufrieron esas atrocidades por la defensa y propagación de una idea del mundo.