Francis Ford Coppola, de los directores más importantes en la historia del cine, estrena una película que pretende decir mucho, pero que se enreda en buscar su magnificencia.
Megalópolis reúne un electo de lujo con nombres como Adam Driver, el legendario Jon Voight, Natalie Emmanuel, Aubrey Plaza, un desteñido Shaia LaBeouf, un cumplidor Giancarlo Esposito, un escaso Dustin Hoffman, Talia Shire, Jason Schwartzman y la gran voz de Laurence Fishburne de narrador, en un intento de darle teatralidad a la cinta.
Esta fábula que intenta ser épica, ambientada en un Imperio Romano en decadencia dentro de una Estados Unidos moderna imaginada, recrea un conflicto de ideales entre César Catilina (Adam Driver), un genio artista que busca saltar hacia un futuro utópico, y su opositor, el alcalde Franklyn Cicero (Giancarlo Esposito).
En medio de esta confrontación, un conflicto shakesperiano sale a flote con el interés de Julia Cicero (Nathalie Emmanuel) por Catilina, mientras siguen los intereses particulares y la guerra partidista dentro de las entrañas de la ciudad.
Siento que la Megalópolis es una carta dirigida a la vida misma de parte de Francis Ford Coppola, entre sus excesos, sus éxitos, sus cuestionamientos, sus debilidades y lo que imagina, puede ser su mundo ideal.
Teniendo en cuenta que se supone que este guion ha estado en reposo por más de una década, y las audiencias han cambiado desde su concepción, sin duda, también el director ha estado en reposo.
Megalópolis continuamente busca la fórmula de hacerse a sí misma espectacular, sin pensar en la forma, inundando la pantalla de efectos especiales que parecen sacados de Spy Kids (2001), pero que pierde el ritmo de manera estrepitosa, en búsqueda de una intelectualidad que nunca resuena, para solo complejizarse con la intención de parecer interesante.
Esta fábula, donde resuena el amor como mejor alternativa y solución frente a todo mal capital, deja ver en pantalla una mala dirección de Coppola, pues sus personajes muestran poco nivel y hacen parecer buenos a pocos, con varios personajes parecidos en su filmografía, como el caso de Esposito.
Un desperdiciado Adam Driver de nuevo, como en Ferrari (2023), no logra levantar la cinta en sus dos horas y dieciocho minutos, logrando que se vea aún más pretenciosa.
Lamentablemente el guiño a grandes clásicos del cine universal como Ben-Hur (1959) o 81/2 (1963) entre otras, empeora su construcción estética, además de estos discursos shakesperianos que intentan adaptarse a los mensajes políticos y toda su mirada personal hacia el mundo y su caos.
Megalópolis es el intento de lo que fue un gran director por hacer una obra cumbre, que simplifica su vida con todas las luces y oscuridad que implica vivirla. Si esta película no tuviera el apellido Coppola en su guion, producción y dirección, posiblemente solo sería un reglón en una plataforma de streaming.
Creo que esta película es un gran ejemplo de saber cuándo parar, y de ser consciente que el ser creativo no puede ser opacado por sufrir ilusiones de grandeza cuando una roca mal puesta, puede hacer caer toda la pared que se tardó décadas en construir.
Juzguen ustedes: la obra incomprendida de un maestro o la decadencia de un ser humano que quiere recuperar esa idea de grandeza deteniendo el tiempo para siempre.