Pocos dibujos animados han tenido la oportunidad de viajar entre generaciones para encontrarse muchas veces con nuevas audiencias, y la serie de televisión animada Los Pitufos de Hanna Barbera, producida entre 1981 y 1990, lo logró.
Originalmente fue una serie franco/belga creada por el dibujante belga Pierre Culliford, que llegó al público con el libro de historietas Le Journal de Spirou desde 1985, una de las más extensas de este estudio de animación, y una de las series animadas estadounidenses de las que más episodios se han realizado, apenas superada por Los Picapiedra, Scooby Doo y Los Simpson.

Luego de tres películas de animación Los Pitufos (2011) Los Pitufos 2 (2013) y Los pitufos en la aldea perdida (2017), regresan para presentarle a las nuevas audiencias la existencia de estos seres azules llenos de particularidades con un Pitufos, dirigida por Matt Landon y Christopher Miller, dos directores estadounidenses con experiencia en la animación.

Desde que inicia, la cinta animada no pretende ser otra cosa que un producto de entretenimiento adaptado a las audiencias actuales, introduciendo a sus personajes como si fueran videos seguidos de TicTok, presentando como herramienta narrativa las canciones por medio de sus personajes (si, cantan varias veces en la película), al mejor estilo de los clásicos de Disney.

La película inicia con una idea interesante con respecto a la identidad y cómo cada ser debe encontrar su camino entre sus cuestionamientos, sensaciones y cómo su alrededor llega a influir de alguna manera para bien o para mal.

La trama inicia cuando Papá Pitufo es secuestrado de forma misteriosa por los malvados brujos Razamel y Gargamel. Pitufina lleva a los Pitufos a una misión al mundo real para salvarle. Con la ayuda de nuevos amigos, deberán descubrir qué define su destino para salvar el universo.

Desde esta búsqueda por el líder Pitufo por excelencia, la cinta entra en una particular sicodelia, llenando la pantalla continuamente de colores fuertes que llaman la atención, al tiempo que evoca una época donde el recuerdo de los personajes intenta resaltar las peculiaridades de cada uno, mediante ideas de individualidad, impulsada por momentos graciosos para los más grandes y nuevos recuerdos para los más chicos.
Pitufos carecen de originalidad, y el desarrollo de personajes es superficial, predecible y en mi opinión, resulta justa su hora y media de duración, con una aventura multicolor, con varios personajes que tal vez nunca tuvieron mucho protagonismo en la extensa serie animada, pero que luego pueden acompañar a quien vea la película con un juguete o cualquier otro suvenir que comercialice la imagen de los Pitufos. Una cinta de la que no esperaba mucho, precisamente lo que me entregó. Juzguen ustedes.