Siempre es exigente la adaptación de un libro para llevarlo a la gran pantalla, y el reto es mayor cuando se refiere a una novela surrealista y psicodélica del famoso escritor estadounidense William Burroughs, cuyos personajes solitarios intentan encontrar un algo dentro de un mundo de pesadilla o dentro de las experiencias más caóticas, como es recurrente en el autor.
Queer es una película que goza de un gran mérito, comenzando por el dramaturgo estadounidense Justin Kuritzkes, que fue responsable del guion de Challengers (2024), que ahora es el corazón de esta película dirigida por el italiano Luca Guadagnino, que busca en sus personajes una revelación disfrazada de caos conducida con erotismo.

Un gran responsable de que la película funcione, además de la complejidad de la historia y sus pormenores emocionales, es el personaje de William Lee por el actor británico Daniel Craig, que ha sabido quitarse la icónica pistola Walther PPK, y salir de la sombra del agente 007, para aceptar el reto de papeles complejos a sus 56 años, haciendo que el espectador olvide por completo su estampa implacable.
Queer traslada al espectador a 1950. William Lee, donde un expatriado estadounidense de unos 50 años que vive en la Ciudad de México, pasa sus días casi solitario, salvo algunos contactos con otros miembros de la pequeña comunidad estadounidense. Su encuentro con Eugene Allerton (Drew Starkey), un joven estudiante recién llegado a la ciudad, le muestra, por primera vez, que finalmente podría ser posible establecer una conexión íntima con alguien.

Guadagnino, una vez más logra interpretar la desesperación de sus personajes en una belleza irónica y llena de humor negro, con cierta nostalgia, con un tono parecido al de Call Me by Your Name (2017), llevando a su protagonista a una búsqueda impulsada por la desesperación y un intenso miedo a la soledad, donde cada intención de querer ser es interrumpida por una condición humana que cada vez puede ser más cruel, más real, al mejor estilo de Burroughs.
La cinta sumerge a Lee en encontrar su propia intimidad, su propia motivación, que no esté tan contaminada por alcohol o cualquier otro aditivo que le haga olvidar su dolor por un rato. En este encuentro consigo mismo, se embarca en el recorrido de nuevos caminos que le hagan encontrar el amor y esas emociones reprimidas que guardó durante años.

El director logra, con el magnetismo que lo identifica y con un romanticismo tóxico desde lo carnal, poner a sus personajes a disposición del espectador para su contemplación, formando paisajes con los cuerpos eróticos que solo pueden comunicarse de esa manera, pero que cada vez se alejan más, entre más se conocen el uno al otro.
Guadagnino identifica con Queer la transformación de las emociones nocivas con un amor tóxico, vestido de sastre, con un diseño de vestuario notable, que impulsa por momentos el relato con elegancia, así como su dirección de arte, en la Sudamérica de los cincuentas. Lamentablemente la película no termina por encontrar su ritmo, y la parte estética no logra darle la fuerza suficiente a la narrativa para juntar todas las piezas necesarias que necesita.

Una película, que, si se está familiarizado con la narrativa y el mensaje de William Burroughs, es más que disfrutable, y si está familiarizado con la estética de Guadagnino, pueden ser mejores sus 2 horas 16 minutos. Puede que sea una narrativa exigente para muchos, pero es una cinta que se disfruta como cine para llevarse algo a casa. Juzguen ustedes.