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Crónica del sufrimiento campesino

Por: Jesús Manuel Vergara Atencio

Andrés Antonio Barón Castellano era el nombre de un campesino de los Montes de María, quien fue asesinado por un grupo armado en la madrugada del 5 de marzo de 1997.

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En 1973 los padres de Andrés Antonio decidieron empezar una vida en el corregimiento La Pelona. Era una hacienda donde los campesinos vivían felices, sin ninguna preocupación. Eran 65 familias organizadas en torno a la confianza y la paz del campo que les era suficiente. Derivaban su sustento de la ganadería, la pesca y la agricultura. Todo parecía ir por buen camino, pero la envidia de algunos empezó a aflorar.

Compartir las tierras de La Pelona con otras comunidades no era agradable para ellos, razón por la cual decidieron crear límites territoriales, pero esto no fue suficiente: empezaron las quejas porque unas familias tenían mejores tierras que otras. Pero el mayor de sus problemas apareció en 1996, época de la llegada de los paramilitares que ya habían arrebatado las vidas de muchos campesinos, así como habían desaparecido a otros que hicieron caso omiso a las amenazas de muerte si no se iban de sus tierras. 

Eran las 12:45 de la madrugada del 5 de marzo de 1997 cuando un grupo de hombres llegó en una camioneta pidiéndole a Andrés Antonio que saliera de su casa para hacerle unas preguntas. Andrés estaba con su hija enferma en brazos, argumento que no fue impedimento para que los hombres lo sacaran de la comodidad de su casa. Los recién llegados hacían parte de las Autodefensas Unidas de Colombia AUC dirigidos por Rodrigo Mercado Pelufo alias “cadena”, quien recibía órdenes de Salvatore Mancuso alias el “mono Mancuso”. 

Andrés Antonio fue el segundo de 7 hermanos. Era campesino, cuidaba una parcela donde tenía los cultivos con los que mantenía a su familia. Era un líder social, guiaba a los jóvenes hacia el deporte, y según los habitantes de La Pelona, esa fue la causa de su muerte. Otros dicen que lo mataron porque se negó a dar la ubicación de otras personas por quienes los paramilitares preguntaban.

Ana Luna, la esposa de Andrés Antonio, salió corriendo de su casa a la aldea de La Pelona para informarles a los demás de lo que pasaba. Muchos de ellos partieron corriendo a buscarlo de inmediato. Llegaron a lugares bastante alejados con la esperanza de encontrarlo. A eso de las 6 de la mañana lo lograron. Se llevaron una gran sorpresa: el cuerpo de Andrés se encontraba a pocos metros del caserío. No pudieron verlo por la oscuridad de la noche. Todos habían pasado por el costado de su cuerpo, incluso su esposa y sus hijos. Los paramilitares, al parecer, querían llevárselo a la aldea, pero se dice que Andrés forcejeó con sus secuestradores, que decidieron terminar con su vida en ese mismo lugar.

La comunidad encontró a Andrés en un estado muy decadente. Martha Barón, una hermana de la víctima, y uno de los pocos familiares que se encontraba en La Pelona esa mañana, recuerda: “cuando me dirigía al lugar donde se encontraba mi hermano, se veía el rastro por donde su cuerpo había sido arrastrado. Al momento de llegar al lugar solo quería abrazarlo ahí donde estaba tirado; la comunidad no dejó que me acercara porque su cuerpo se encontraba en muy malas condiciones. Estaba lleno de hormigas bajo el sol, tenía señales de maltrato, había sido arrastrado por una loma de piedras atado de manos y pies, y había recibido un disparo en la cabeza”.

Virginia Barón, hermana mayor de la víctima, se encontraba en San Onofre esa mañana: “Estaba preparando comida para mi hija que iba de salida para Cartagena; de repente vi llegar a una de mis vecinas que aterrorizada me informó de la muerte de mi hermano. No podía creer lo que me decía, mi hermano no podía estar muerto. No pude aguantar las ganas de llorar, pero mi hija me pidió calma ya que mi madre se encontraba dormida en la habitación y podía matarla si se enteraba de la muerte de Andrés Antonio. Mi madre estaba enferma con problemas del corazón, así que decidí no llorar ni gritar para no despertarla: no sabía qué hacer, caminaba de un lado a otro, desde la entrada delantera hasta la puerta del patio, las ganas de llorar crecían mucho más, pero pensaba en mi madre. De repente, llegaron dos de mis vecinas y despertaron a mi madre, le dieron una pastilla para el corazón y le dijeron que a Andrés Antonio estaba muerto. En ese momento rompí a llorar, ya no aguantaba. Mi mamá se sentó en una silla también a llorar gritando… ‘a mi hijo no, a mi hijo no, ¿Por qué? ¿Por qué?’. Esto decía una y otra vez con demasiada tristeza”.

Al día siguiente, 6 de marzo, los Barón Castellano y su descendencia decidieron salir de esas tierras sin ningún interés en volver. También salieron todas las demás familias. Fue un desplazamiento masivo. Muchos se fueron a Cartagena, Barranquilla, Venezuela y otros quedaron en San Onofre: no se atrevieron a regresar a La Pelona.

Andrés Barón, padre de Andrés Antonio que también había tenido un encuentro con los paramilitares el año anterior a la muerte de su hijo, se arriesgó a volver a sus tierras: “Dos años después de la muerte de mi hijo, en 1999, decidí volver solo a La Pelona, a mi parcela que se llamaba El Martirio, pero no pasé mucho tiempo en paz: los paramilitares me atormentaban cada noche cuando iba camino a mi lugar de trabajo; nunca tuve intención de hacerles mal pero ellos sí tenían toda la intención de hacerme mal a mí. Muchas veces me hacían devolver porque no me dejaban tomar mi camino habitual a mis cultivos. En el año 200,2 bajo la presión y las fuertes amenazas, fui sacado a la fuerza de mis tierras”, rememora Andrés Barón.

| Nota del editor *

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