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De un mal etiquetado a otro

En el Senado de Colombia, desde 2013, ha cursado trámite para un proyecto de ley que se hunde una y otra vez, iniciativa que busca regular los contenidos en las etiquetas y la publicidad de la denominada comida chatarra.

Por: Angie Vanessa Duarte y Frank Dilan Hernández

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La iniciativa empezó de la mano de Yahir Acuña, congresista del Movimiento Cien por Ciento por Colombia, el 29 de mayo de 2013; se publicó el 31 del mismo mes. Pero el mismo Acuña la retiró el 17 de junio; aunque volvió a intentarlo el 30 de julio, cuando el proyecto pasó a primer debate el 6 de diciembre de 2013 con ponencia de Silvio Vásquez Villanueva; pero se archivó el 6 de mayo de 2014. Desde entonces la propuesta no apareció hasta casi 4 años después. 

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La propuesta fue modificada y pasó a llamarse Ley de Entornos y Alimentos Saludables, que en esa ocasión eliminaba la regulación de la publicidad de este tipo de alimentos. El tercer intento para este proyecto de ley ocurrió el 18 de octubre de 2018, y pasó a primer debate, el 31 de mayo de 2019; aunque fue archivado por tránsito de legislatura el 20 de diciembre. El último intento sucedió el 14 de agosto de 2019, con aprobación del primer debate el 10 de junio, con segundo debate el 21 de octubre de 2020, y ahora se alista ponencia para el tercer debate.

Entre los promotores de la iniciativa está la organización Red Papaz, que ha defendido la prohibición de la comida chatarra en colegios, así como del cambio de etiquetas y de regular su publicidad, entre otras estrategias mediante la campaña No Comas más Mentiras. Por las modificaciones que sufrió el proyecto de ley, Red Papaz ya no se siente identificada con el proyecto, por lo que han procedido a recoger firmas para pasar una iniciativa más afín a sus ideas.

La iniciativa de 2013 promovía una ley cuyo fin era crear entornos educativos más saludables, para que en los colegios se ofrecieran alternativas al consumo de comidas chatarra, mediante la prohibición de su venta y distribución en colegios públicos y privados; todo esto bajo la vigilancia del Ministerio de Educación, que debía emprender campañas para enseñar sobre buenos hábitos de alimentación.

Red Papaz a la vez demandó a Postobón y a Alpina por anuncios engañosos, en aras de que los consumidores tuvieran mejor información en el etiquetado; y también regular la publicidad orientada a niños y niñas, impedir la venta de juguetes adjunta a comida chatarra, prohibir el despacho de alimentos chatarra en colegios públicos y privados, junto con el diseño e implementación de herramientas pedagógicas para educar a los menores sobre alimentación saludable. Sin embargo, desde la perspectiva de la industria alimenticia colombiana, algunas de estas medidas resultan extremas.

A mediados de 2019 se reactivó la discusión sobre si en los colegios públicos y privados se debía prohibir o regular la distribución de comidas chatarra o ultra procesados a menores de edad, con el fin de que se ofrezcan comidas balanceadas y saludables a niños y adolescentes en entornos educativos.

Al principio se propusieron etiquetados hexagonales con fondo negro y tipografía blanca con información como “Elevado en Azúcares”, “Alto en Sodio” y “Exceso de Grasas Saturadas”, inspirado en los semáforos nutricionales implementados por otros países como México, Ecuador, Perú, Chile y Bolivia.

Según la propuesta de 2020, estos productos deben especificar si tienen azúcares, sodio y grasas saturadas; aclarar si tienen ingredientes transgénicos; y la etiqueta debe estar en castellano e incluir todos los aditivos que contenga el producto según lo reglamentado. La verdad es que la ley que el Congreso aprobó es en realidad una copia de un segundo etiquetado que la Secretaría de Salud mexicana autorizó para las bebidas no alcohólicas.

Fotografía de Briam Hernández

¿Qué hay de malo con las etiquetas de los alimentos?

Las etiquetas en los alimentos ultra procesados, más que una ayuda para el consumidor, como deberían ser, son una mentira e inentendibles para el ciudadano de a pie; y, para colmo, son inconstitucionales.

Hay varios problemas alrededor de las etiquetas de los alimentos en Colombia. El primero es que la mayoría de gente no las conoce ni las lee. Una investigación realizada en 2014 por la UDEA (Universidad de Antioquia), demostró que el 51% de los consultados no leía las etiquetas a la hora de comprar, porque aspectos más importantes para decidir eran el sabor, la costumbre de llevarlo y la publicidad, aunque recordaban las etiquetas cuando el comprador padecía de una enfermedad o debía seguir recomendaciones médicas.

El siguiente problema es que pocos entienden las etiquetas. Un estudio, sobre revisión del etiquetado frontal, realizado en México a mediados del 2011, mostró que el 83% de los estudiantes de nutrición participantes no lograron realizar todos los cálculos necesarios para entenderlas en un tiempo cercano a 4 minutos; cuando una persona en el supermercado se toma entre 4 y 13 segundos para mirar el producto. En el caso de Colombia la situación empeora entre las pocas personas que leen las etiquetas: pocos logran interpretarlas, por poca formación en el tema y por el tamaño de la letra. 

También ocurre que los lectores no revisan toda la información: la más consultada es el contenido calórico, la grasa total y el colesterol. A parte, el etiquetado no contiene toda la información nutricional del alimento. En el caso del azúcar, es común que se omita su porcentaje, y además mediante vacíos legales o ambigüedades la industria puede mentir en las etiquetas.

Un ejemplo de esto es que, en varios productos para niños, las compañías ponen el valor de referencia indicado para un adulto; es decir, que da lo mismo que su hijo o usted se coman un cereal porque ambos están consumiendo la misma cantidad de azúcar, a pesar de que el niño requiera una mucho menor que el adulto. 

Otro ejemplo son las margarinas, que se elaboran agregando hidrógeno a la cadena química de grasa vegetal. Este detalle lo ha analizado el médico funcional Carlos Jaramillo, dato que revela que la anterior y otras trampas más son inconstitucionales, según el artículo 5 del decreto 333 de 2011, sobre el rotulado de alimentos empaquetados o envasados; en uno de sus apartados indica: “El rotulado nutricional no deberá describir o presentar el alimento de forma falsa, equívoca o engañosa o susceptible de crear en modo alguno una impresión errónea respecto de su contenido nutricional, propiedades nutricionales y de salud, en ningún aspecto”.

Los malentendidos de las grasas 

La escena de una persona que lleva aceite de girasol o de canola en el mercado, con el propósito de ser saludable y tener bajo el colesterol malo, y feliz porque compró uno con 0 colesterol, es en realidad uno de los mayores engaños de la industria alimenticia. 

¿Por qué un engaño? Es cierto que hay tipos de grasa y que algunas plantas tienen grasas, aunque los vegetales no producen colesterol, porque sus células no son capaces de ello. Entonces no es que a ese aceite le quiten el colesterol, es que nunca lo tuvo, porque solo es producido por animales y humanos. Ahí no acaba la mentira, porque el motivo por el que compra el aceite también es falso: el LDL no es malo, además la mitad de los pacientes de infartos tienen niveles de colesterol normal.

El colesterol y las grasas saturadas no son malas en realidad. Las dos creencias vienen de una mala interpretación, y eliminar los lípidos trae más problemas que soluciones. Un estudio del British Medical Journal de 2013, realizado por el doctor en cardiología Aseem Malhotra, demostró que los productos light aumentan el riesgo de enfermedad cardiovascular, debido a que contienen azúcares añadidos.

¿De dónde viene todo esto? En los años 70 el doctor Ancel Keys, padre de la nutrición moderna, adelantó una investigación, conocida como el estudio de los 7 países, en la que correlacionó el consumo excesivo de grasas saturadas y las enfermedades cardiacas. Ahora se sabe que correlación no es causalidad y que toda la guerra a las grasas trans es injustificada. 

Azúcar: dulce y mortal

Hay un producto que está en todas las cocinas a pesar de ser actualmente el mayor causante de enfermedades crónicas y de muertes; en apariencia es dulce e inocente, pero es 8 veces más adictiva que la cocaína y tan peligrosa como el tabaco, a pesar de lo cual ha estado protegida por décadas por la industria. 

La industria azucarera es una de las más grandes del mundo: al año mueve más de 160 millones de toneladas, debido al sin fin de usos que tiene en la gastronomía. 

Lo anterior no incluye los daños ocultados por años: como lo hizo la actual Sugar Association que en la década de los 40 canceló estudios de pruebas con animales que apuntaban al azúcar como causante de cáncer de vejiga, y que adicionalmente pagó 6.500 dólares de la época (48.900 actualmente), en secreto a 3 científicos con especialidad de nutrición en Harvard, entre ellos a Ancel Keys para minimizar investigaciones que vinculan al azúcar con enfermedades coronarias. Una de las investigaciones afectadas fue la de John Yudkin, que sostuvo que reducir el consumo de azúcar reducía los infartos.

A diferencia de Keys, que es parte de los libros de historia de la medicina, Yudkin fue un tanto olvidado y desprestigiado por muchos investigadores en su época. Pero sus investigaciones no fueron las únicas; desde antes de los 40 se sabía de la relación azúcar y cáncer; de hecho, el doctor Otto Walburg ganó un Premio Nobel por descubrir que una célula cancerosa necesita más azúcar que una célula normal, mostrando que en nuestras cocinas hay un dulce veneno y que somos sus adictos. 

| Nota del editor *

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