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El Árbol Rojo: conversación con la poeta Lucía Estrada 

La poeta antioqueña Lucía Estrada ha publicado al menos una docena de libros y ha recibido varios premios nacionales e internacionales. Es reconocida como una de las voces más importantes de la poesía en español. 

“Escucho música lejana, como de palabras que van a decirse, las últimas de una lengua en extinción”, escribió la poeta Lucía Estrada en su libro Continuidad del jardín (2014); un verso que puede condensar en parte la esencia de su obra y el objetivo de su poesía: explorar el sentido y tramitarlo a través del lenguaje, para llegar a la escritura como destino. 

Lucía nació en Medellín, en 1980. Es una de las autoras latinoamericanas de mayor renombre, no en vano fue incluida dentro de la selección del libro El canon abierto (2015), por ser una de las cuarenta voces más importantes de la poesía en español.  Ha publicado, entre otros, los libros Fuegos nocturnos (1997), Noche líquida (2000), Maiastra (2004), El ojo de Circe (2006), La noche en el espejo (2010) y Cuaderno del ángel (2012). Además de hacer parte de distintas antologías, su obra ha sido traducida al inglés, francés, alemán, japonés e italiano. 

En su conversación con El Árbol Rojo, Lucía habló sobre lo que para ella significa la poesía y enfatizó en que lo poético va más allá de la expresión escrita. La poesía tiene relación con la vida misma y con lo que rodea la cotidianidad, pero identificar lo poético en la vida es el verdadero reto, resultado de afinar la mirada y la sensibilidad. “La poesía es un pálpito que tenemos en la vivencia cotidiana de que hay una realidad más profunda en las cosas que miramos y los seres con los que hablamos”, dijo. Justo esa intuición marca la ruta del camino incierto que es la vida y la escritura en sí misma. 

Desde su infancia, Lucía sintió el llamado a hacer una lectura distinta de lo que la rodeaba para traducirlo a través de la palabra. Por eso enfatizó en que la clave para lograr una voz propia no es más que ser lector de la vida y de la naturaleza y “no ser solo lector de libros”. A ella todo lo que la rodeaba desde su infancia le generaba la sensación de que en cada cosa existía un misterio al cual solo podía acercarse a través de la palabra. 

El mismo enigma al que se refirió en la conversación es el que habita algunos de los símbolos particulares de su obra poética: el ángel, la roca y el cristal, la noche y las palabras, “semillas de luz en el espacio negro”, como escribió en Continuidad del jardín. “Las palabras tienen que ser por sí mismas el escenario, el espectador, el coro”, expresó. Las palabras y los símbolos son un espacio pequeño y personal que, en su concepto, no cumplen solo una función narrativa: son el todo. Claro ejemplo de ello es la noche, un término tan concreto como enigmático, que “representa el no saber cuál es el paso que sigue”.  

Pero más que un símbolo en su poesía, la noche es una forma de explicar lo poético, cuya experiencia sobrepasa y excede el lenguaje, transitando incluso por un nuevo sentido de la muerte: “ellas mismas (las palabras) saben que van a morir en el poema; se juegan en el poema y después renacen en otro lado y de otra manera”. Ese renacimiento pasa por el hecho de emplear la palabra como el medio más cercano para traducir la experiencia poética. Y es de forma simultánea el medio más inacabado y perfectible, pues para Lucía ningún poema es verdad completa ni absoluta. 

“No puedes decir todo; está bien que quede algo en la penumbra. La sombra necesita alimentarse y si nosotros nos vamos a alimentar de esa sombra posteriormente, quedan unas reservas”, expresó. Aquello que queda son las palabras que deben madurar y que saldrán luego como nueva expresión de la experiencia poética. No se perderán en el silencio, pues siempre se regresa a la poesía. “La sombra siempre se reserva algo; un jugador siempre sabemos que está guardando naipes en la manga y, sin embargo, no nos levantamos de la mesa”. 

Al final, Lucía fue clara al enfatizar que su obra, si bien explora lo femenino en libros como Las hijas del espino (2006), no es feminista ni pretende serlo, pues su interés es más amplio, radica en la generalidad de lo humano; así como la experiencia poética va más allá de la escritura literaria. Ella lo sabe y es firme en su postura: “lo femenino no está solo en las mujeres, también está en la naturaleza”, y la poesía no habita solo en las palabras, está en todo sitio. 

Redactado por Gustavo Montes Arias, integrante del Semillero en Investigación El Árbol Rojo.

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…de pronto ahí está, delante de ti…” ¡El árbol rojo! “…rebosante de color y vida, tal como lo imaginabas…” Las voces de la escritura, en las hojas de “El árbol rojo”. Un programa del Taller de escrituras creativas “El Árbol Rojo”. 

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