Por: Camilo Rodríguez Fuentes
Es el 12 de mayo de 2015, Nicolás está en una de sus clases de fotografía digital rodeado de treinta estudiantes más y un docente que detalladamente explica sobre técnicas en fotografía artística. El docente observa como Nicolás se encuentra disperso mientras presiona una y otra vez la parte superior de su esfero y le pregunta, “¿qué pasa Nicolás, se encuentra bien?”, él acentúa su cabeza de arriba abajo queriendo decir que todo está en orden y no hay nada fuera de lo normal. La clase continua pero su mente divaga en aquel suceso donde unos años atrás su mejor amigo Nicolás Sarmiento, se cae de un octavo piso en estado de embriaguez y fallece.
Inspirado por un fotógrafo de paisajismo y con un gusto especial por narrar historias a través de imágenes fue que estudio fotografía e imagen digital en una de las mejores escuelas de Colombia, LaSalle College.
Nicolás Torres contaba con una vida cómoda y estable, probablemente la vida que muchos jóvenes adolescentes quisieran tener. Sus viajes por Europa y Norte América, su carisma y pasión por la fotografía ampliaron su perspectiva de vida, pero nada se compara como aquel día en que experimentó la muerte de su amigo Nicolás Sarmiento quien se cayó de un octavo piso en estado de embriaguez y el momento en que conoció a la señora Mariela, una mujer que vive en la pobreza extrema en uno de los barrios más pobres de la ciudad de Bogotá ubicado en la localidad de Ciudad Bolívar. Estos dos momentos despertaron en él un profundo sentimiento de dar su vida por otros y vivir por una causa mayor que la personal, esto lo convirtió en un hombre de fe, un hombre con llamado misionero.
Aquel niño que destacó en su colegio por ser el mejor estudiante de educación física, química y matemáticas se graduó con toga y birrete de su carrera universitaria en el año 2015. Días después viajó a un lugar del mundo con el que las personas sueñan conocer, un lugar de película donde los relojes, los autobuses y los carros, sus llamativos teléfonos públicos y su arquitectura deleitarían a cualquier amante del cine, la bohemia y la historia. Nicolás vivió una temporada de su vida en Londres, conoció lugares emblemáticos de la historia mundial, perfeccionó su inglés, aplicó su conocimiento en fotografía y amplió la imaginación de su mente respecto a tener una mejor calidad de vida en Inglaterra. Luego de un tiempo regreso a Bogotá con el ánimo de trabajar y ahorrar suficiente dinero para proyectar su vida en Londres.
Estar en Londres no es cualquier cosa, es experimentar toda una cultura donde la excelencia por el bien público y común es prioridad. Inundado con emociones y pensamientos de soberbia, altivez y arrogancia fue lo que experimento cuando volvió a Colombia, al verse inmerso en una sociedad injusta, un gobierno ilegitimo y la escasez de buenas oportunidades para tener una buena calidad de vida. Antonio, un amigo cercano a Nicolás le dijo, “porque se enfoca tanto en el problema, más bien haga algo y sea parte de la solución”. Estas palabras lo llevaron a la acción y en una tarde del mes de junio buscó por la internet “voluntariado en Colombia”, este fue el instante en que empezaría toda una osadía, aventura y un gran número de historias de su servicio y amor por los demás.
Un lugar marginado al que muchos le tienen miedo, hasta documentales se han realizado en este lugar por causa de la inseguridad y la extrema pobreza, entre polvo y canteras de arena se logra divisar a la distancia caseríos que recorren kilómetros y kilómetros de una montaña a las afueras del sur de la ciudad de Bogotá. Sectores inundados, los techos de las casas son en lata y solo con verlos podría deducir que un fuerte vendaval dejaría sin techo a muchas familias; tenis desgastados, ropa vieja, basura, madera y rocas son algunos de los elementos que hacen parte del sector y la casa donde vive Mariela, la primera mujer con quien Nicolás usaría la fotografía como herramienta para ayudar a las personas.
En aquella búsqueda sobre voluntariados Nicolás encontró la YMCA (Young Men’s Christian Association) un movimiento mundial de voluntariados que empodera jóvenes, construye paz y promueve el desarrollo social en diversos países del mundo. Como no conocer esta organización si se hizo tan famosa gracias a aquella canción grabada en el año 1978 por la banda Village People como el único sencillo del álbum Cruisin, este fue todo un himno de fiesta en los años 80s y aún en los bares, discotecas, reuniones familiares y hasta en las fiestas de quince años suena.
Era un lunes cuando la YMCA (Young Men’s Christian Association) invitó a Nicolás al barrio Altos de Casuca en la ciudad de Bogotá, con el fin de ser fotógrafo oficial del anuario para ese año. Este anuario buscaba tener evidencias físicas sobre el trabajo de la organización. Sobre las tres de la tarde y luego de recorrer varias horas hasta llegar a la casa de la señora Mariela, un joven de 15 años abre la puerta, con cámara en mano y condolido por la difícil situación de esta familia Nicolás toma registro fotográfico de la visita domiciliaria y las entrevistas que los voluntarios de esta organización acostumbran a hacer a las familias marginadas de esa zona.
Mariela es de Cali, vive del reciclaje y sostiene su hogar con trescientos mil pesos lo cual le alcanza escasamente para pagar el colegio de sus hijos. Pueden tener solo uno o máximo dos comidas al día, no cuentan con buenos servicios públicos y agua potable que dignifique su calidad de vida. Se hace tarde y el color marrón y naranja en el cielo se evidencia desde la casa de Mariela, esto los alerta a Nicolás y su colega sobre la hora y el tiempo de regresar a casa. Cuando dan por finalizada la visita, de una manera sorpresiva, alegre y cercana la señora Mariela les dice, “ ustedes no pueden irse sin tomar un juguito”, este único y simple acto de servicio hacia Nicolás lo llevó a pensar y meditar diciendo: “he tenido mucho, lo suficiente como para vivir una vida cómoda y esta mujer cuenta con tan pocas cosas, que nos sirve y nos da lo que probablemente puede ser la única bebida del día para alguno de sus hijos, siempre sonríe y se le ve feliz a pesar de las condiciones en las que vive”. Este acto de servicio cambió para siempre la vida de Nicolás.
Días después Nicolás encontró que su visión de servicio se conectaba con lo que alguna vez había escuchado acerca de Jesús, el Jesús de la biblia, un hombre del que Nicolás dice: “ él fue un revolucionario que usó como arma el amor y la cercanía a las personas sin importar sus errores, un hombre que se sacrificó por todos y fue culpado injustamente, un hombre que reflejaba la esencia de un padre y el creador de todo el universo, un Jesús dispuesto a servir y a cumplir su misión sin importar lo que costara y aunque la élite religiosa de la época y actual quieren encasillarlo yo encontré en él libertad, sanidad y propósito”.
Al dedicar su vida al servicio por lo demás y encontrar su llamado y propósito en Dios, Nicolás viajó a un pueblo o una villa cercana a la ciudad de Dresden en Alemania. Allí se preparó durante tres meses como misionero a través de una organización llamada Steiger y durante el verano del año 2019 entendió que la fotografía es la herramienta que le ha sido entregada para transformar vidas, hablar verdad y dar a conocer a un Jesús que está vivo. Su vida transcurre entre festivales de música, bares, discotecas, conciertos, protestas, manifestaciones y todo lugar que le permita usar la fotografía como un elemento artístico para acercar las personas a Dios.