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La muerte siempre estuvo ahí

Una cruda historia sobre la desafortunada condición social de nuestra sociedad bajo la cultura de la guerra y la violencia.

Por: Valeria Noguera Cano

“Todo era oscuro, a lo lejos apareció una imagen que decía que me acercara, yo me sentía en el paraíso a pesar de que no podía ver nada mas que de dicha silueta que tenía su rostro cubierto con una manta; comencé a caminar, me sentía tan ligero como una pluma, a cada paso la figura se hacía más y más grande, y cuando tan sólo me faltaban unos cuantos centímetros para llegar, desperté”

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Lentamente, Jairo Antonio Pérez, de 43 años de edad, abría sus ojos dentro de una sala de hospital, todo dejaba de estar oscuro y llegaban a sus ojos los diversos colores que diariamente somos capaces de percibir, observó un cuarto pequeño con una sola camilla, un televisor en la pared del frente y en la cabecera de la cama, un monitor que tenía muchos cables conectado a sí mismo, a cada uno de sus lados se encontraban tres enfermeras y a sus pies un doctor quien le preguntó si se sentía bien, sin embargo, cuando se disponía a responder se dio cuenta que su boca se encontraba obstaculizada por una sonda y que de igual forma el solo moverse le causaba un dolor intenso en su cara que, por lo que percibía, se encontraba muy hinchada y lastimada.

El doctor expresó que mejor sería dejarlo descansar, puesto que debía estar aturdido y confundido luego de casi 24 horas en estado de coma a causa de dicho suceso; ¿dicho suceso?, esas palabras quedaron retumbando en la mente del hombre que acababa de despertar, hasta que poco a poco fue recordando y todo se comenzó a aclarar.

Un día antes, 14 de octubre de 2012,  en una mañana fría, Jairo Antonio se encontraba tomando unas cervezas junto a su hijo y 8 vecinos frente a la cuadra en donde residían, el ambiente se tornaba muy tranquilo y pacífico, al llegar las siete de la mañana, los vecinos se dirigieron a sus casas a descansar, sin embargo, Antonio y su hijo Daniel de tan solo 26 años más su vecino Giovanni permanecieron escuchando música y charlando amistosamente, unos minutos más tarde llegó el señor William, dueño de la salsamentaria ubicada diagonal de donde ellos se encontraban en dicho momento; Giovanni, quien ya había tenido algunos altercados con dicho sujeto, se acercó y sin razón aparente comenzó a insultarlo y a desafiarlo, al calmarse el asunto, el dueño del negocio llamó a la Policía por el fuerte sonido del bafle del carro del señor Antonio, ellos muy amablemente pidieron el favor de bajarle al tono de este mismo y así sucedió.

Llegadas las 7:30 de la mañana, Giovanni se acercó de nuevo al señor William – “Ay ya llegó el sapo este”- comentó; estando Jairo Antonio y Daniel dentro del carro, pudieron escuchar un ruido tanto sutil como firme; Daniel, al voltear dice con fuerza “Uy papi le dispararon a Giovanni”, dispuesto a bajar del carro inmediatamente, fue detenido por la mano de su padre quien expresó que ese problema no era con ellos, sin embargo, la impotencia fue mayor y el joven sin pensarlo, intentó auxiliar a su amigo, este le suplicaba que no lo dejara morir, sin embargo, poco a poco entre un mar de lágrimas la vida de Giovanni se desvaneció en los brazos de él.

El enojo y tristeza era todo lo que reinaba en dicho momento, cuando el joven de 26 años se decidió a reclamar al asesino por sus actos, este lo único que hizo fue decir “para usted también hay sapo hijueputa” y haló el gatillo dos veces más: un tiro se incrustó en su brazo izquierdo y al salir corriendo, el otro en su espalda. Al presenciar este atroz acto, Jairo Antonio lo único que pensaba era en salvar a su hijo, pero William no lo dejó ni llegar y arremetió de igual forma contra él, 5 balas salen de su arma e impactan a Jairo, dos veces en el pecho, una en un glúteo, una en la columna y finalmente una detrás de la oreja la cual lo dejó instantáneamente en el piso junto a los otros dos hombres.

Poco a poco regresaba de sus profundos recuerdos sobre la causa por la que se encontraba en dicho lugar, – “Dios, no puede ser posible que esto nos haya pasado a nosotros, necesito saber cómo está mi hijo”-era lo único en lo que podía pensar Jairo en dicho momento; unas horas más tarde, aparecieron su madre y sus hijas y por medio de una hoja preguntó -“¿Y el flaco cómo anda?”- a lo que su madre respondió que se encontraba bien y esta noticia logró tranquilizarlo- “nos salvamos de esta”- pensó; sin embargo, cerca a su salida de dicho hospital, él sabía que algo no andaba bien, sentía que su familia le ocultaba algo; una de las tardes de visita, su esposa y familiares proyectaban una mirada triste, y decidieron contarle la fatal noticia, su hijo había fallecido -“Hijueputa, cómo así que ese malparido mató a mi hijo”- su sangre se heló y un nudo enorme en su garganta se formó, así que la enfermera se vio obligada a inyectarle un fuerte calmante, mientras caía en un sueño, pensaba en que no podía concebir la vida sin su hijo.

 De los 13 días que pasó en la clínica, al octavo Jairo Antonio ya se sentía bien, incluso llegando, aunque con dificultad, a caminar de nuevo, la atención que recibió en el hospital por parte de las enfermeras y de los doctores, fue un factor importante en su pronta recuperación, sin embargo, cuatro de los cinco impactos de bala no pudieron ser removidos de su cuerpo.

Al salir del hospital, Jairo se fue a vivir por unos meses a la casa de un familiar, pues volver, representaba un peligro y un riesgo hacia su integridad física; la estadía fuera de su casa jamás se había tornado tan eterna, no había día en el que los recuerdos junto a su hijo no llegaran a su memoria, en especial el día de su propio cumpleaños, 20 de mayo, unos meses atrás del trágico suceso, Daniel junto a un amigo, lo invitaron a tomar una Heineken litro(su cerveza favorita), ya en el bar, un bar pequeño de mesas en madera y una luz roja que hace al sitio acogedor, cantaron y lloraron recordando viejos momentos, cuando de repente el joven pronuncia unas palabras que siguen muy presentes en la cabeza de su padre: “Papi, usted ha sido un padre ejemplar, yo no quiero que usted me falte nunca, porque prefiero irme primero yo que usted”, ¿estaría inconscientemente prediciendo su propia muerte?

En el mismo periodo de tiempo que permaneció fuera de su casa, el hombre de 43 años de edad recibió un sinfín de llamadas en las cuales lo amenazaban si abría un proceso en contra del asesino de su hijo, sin embargo, esto no lo detuvo para colocar dicha demanda y abrir un proceso judicial; al comenzar este, por primera vez se descubrió el verdadero nombre de quien se había estado escondiendo tras el seudónimo “William”; Raúl Alberto Santana Torres era su verdadero nombre y había pertenecido a la Policía durante 26 años, un hombre que en el tiempo de permanencia en su tienda, había establecido relación de conflicto con más de una persona que botaba la basura en un lugar cercano a su tienda ya que era un hombre que vivía siempre amargado e indispuesto con todos.

Al llegar al apartamento en el que ha vivido la mayor parte de su vida, Antonio recibe la visita de dos policías vestidos de civiles, que le brindaron su ayuda en recuperación y protección a cambio de que, como decían en las llamadas, no tramitara una demanda, ni abriera un caso al señor que le había arrebatado la vida a su hijo, sin embargo, ningunas de estos sobornos persuadieron su propósito.

 Jairo Antonio y su familia nunca habían tenido problemas con dicho señor, incluso, se podían clasificar como clientes constantes, pues, allí compraban la comida para el desayuno o unas empanas que solía preparar el señor Raúl Alberto Santana Torres; el problema era de tipo personal con su vecino Giovanni, ellos solo estaban en un mal momento, en un mal lugar.

En la declaración judicial sobre el hecho denunciado, el hombre aseguró que Jairo Antonio, su hijo Daniel y su vecino Giovanni eran atracadores que querían robar su tienda y que lo habían agredido, puesto que, momentos antes de llegar la Policía, vecinos presenciaron que el hombre rompió su frente y su nariz para hacer más creíble dicha versión.

A la luz de hoy, Jairo Antonio Pérez, su esposa Maria Teresa Molano y toda su familia y ya después de seis años y diez meses de ocurridos los hechos, siguen luchando para que este caso no quede en la impunidad, ya que esto les causó un daño y una afectación psicológica a todos y cada uno de los miembros de esta familia. Por un tiempo muchos de ellos guardaron rencor hacia el asesino de Daniel Camilo Pérez Molano, hoy sólo tienen por decir que: “esto no puede quedar impune, no tenemos que hacerle el mal a nadie, pero esto no se puede quedar así, él algún día nos tendrá que pedir perdón por lo que hizo”.

| Nota del editor *

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