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Lo que los ojos no ven

La vida de María José, como llamaremos a la protagonista de esta historia, es tal vez la historia de miles de colombianos que han partido al exilio involuntario por cuenta de la violencia.

Por: Anny Julieth Ramírez Riaño

Recuerdo que me encontraba con mi familia en el comedor alguna noche de octubre de 2017. Yo soy la segunda de cinco hermanos. Mi madre, mis hermanos y yo estábamos hablando con mi primo por celular de cosas triviales cuando de pronto escuchamos una serie de disparos muy cerca de nuestra casa. Nos miramos con temor porque mi padre no había llegado de su trabajo. Al igual que los vecinos nos asomamos por la ventana del apartamento que da justo a la calle principal, y lo que observamos nos dejó impactados. Cerca de la peluquería que quedaba al lado de nuestro hogar, en el lugar de parqueo de mi padre permanecía estacionado un auto con la puerta abierta donde se veía la mitad de un cuerpo sin vida. 

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Unos días después del acontecimiento, mi padre y mi madre nos reunieron a mis hermanos y a mí en su cuarto y nos sentaron en su cama.

Con la mejor de las voces que podía tener en ese momento, mi padre nos contó que, por cuestiones muy importantes teníamos que irnos a los Estados Unidos. No recuerdo muy bien qué nos dijo exactamente, supongo que por lo fuerte del momento mi mente se niega a recordar.

Después supe la verdad completa 

Desde hacía tiempo nuestra familia recibía amenazas de muerte escritas y verbales, y el atentado sucedido al frente de nuestra casa estaba dirigido contra mi padre, solo que habían asesinado a la persona equivocada. 

Él se desempeñaba como abogado, era especialista en derecho comercial y de negocio, y era gerente y dueño de una empresa de transportes. Como abogado colaboraba con una Organización No Gubernamental, ONG, que ayuda a las personas desplazadas, a quienes les brindaba apoyo en diferentes ámbitos y recogiendo información sobre por qué los habían expulsado de sus tierras. Posteriormente mi padre buscaba la manera de ayudarles para que les devolvieran las tierras que les habían arrebatado. Por esta razón, grupos al margen de la ley e incluso del gobierno, empezaron a amenazarlo. Un día que llegamos a nuestra casa después de un viaje de descanso, recibimos un panfleto informando que él era objetivo militar del grupo Águilas Negras.

Mis padres tuvieron que vender la empresa y dos carros. Mis hermanos y yo dejamos varias de nuestras pertenencias. Objetos como camas y televisores fueron obsequiados a mis familiares. Lo más difícil fue despedirnos para siempre de nuestra vida, de nuestros amigos, de las familias, del país que nos había visto crecer.

Recuerdo a mis amigas del colegio, mi pequeño grupo de amigas tristes por la situación. Me hicieron una despedida en el colegio con todas mis compañeras de salón, compraron un pastel entre todas y cada una de ellas dirigió unas palabras. Pero sobre todo recuerdo la despedida que tuvimos con mi grupo de amigas más cercanas en la casa de mi mejor amiga. Recuerdo las lágrimas en sus ojos llenos de melancolía al saber que esa sería la última vez que estaríamos todas reunidas: recordamos tantos momentos de felicidad y de tristeza que habíamos pasado.

El 7 de noviembre de 2017, nos despedimos para siempre de nuestra antigua vida. Llegamos a la casa de mi tía y le informamos inmediatamente al Servicio de Ciudadanía e Inmigración de los Estados Unidos (USCIS) los pormenores de nuestro caso, que nos enviaron los formularios para empezar el proceso del asilo político y los trámites para los papeles. En un mes nos habían llamado para registrar nuestras huellas digitales.

Con los ahorros de mis padres se le ayudó a mi tía con los gastos de la casa. Los primeros meses no fueron tan duros pues en su casa se hablaba español y se preparaba comida colombiana, aunque no igual porque no se consiguen todos los ingredientes necesarios. 

Para mis hermanos menores el cambio no fue tan complicado debido a que estaban muy pequeños y no comprendían la magnitud de la situación. Mi hermana del medio lo tomó como una oportunidad para comenzar de nuevo porque tenía problemas con sus compañeras de colegio en Colombia, y para mi hermana mayor no fue muy fácil en razón a que le diagnosticaron depresión y ansiedad.  Con respecto a nuestros estudios mis padres nos inscribieron a la escuela hasta el mes de enero. 

Entrar a estudiar supuso para mí un cambio drástico, empezando por mi nivel de inglés que no era muy bueno. Siempre me tocaba pedir ayuda en la materia. Era muy duro no tener un compañero latino que me explicara lo que pasaba a mi alrededor. Todos hablaban un idioma que nunca comprendí. Después de la primera semana con mi familia lloramos de frustración: recordábamos a nuestros amigos, nuestra familia, de lo difícil que era estar en un lugar al que sientes que no perteneces y añorando cada momento vivido en Colombia. 

El primer trabajo de mi madre fue limpiando la casa de una señora que conoció en la escuela de mis dos hermanos menores que también era colombiana. Como le gustó su trabajo, la referenció con más gente para limpiar sus viviendas, oficio que desempeñaba porque todavía no tenía los permisos de employment authorization (autorización de empleo) y el social security (seguridad social). Un año después consiguió un trabajo de tiempo parcial en la cafetería del colegio donde estudiaban mis hermanos. Seis meses después, con los permisos debidos ya tramitados, se abrió un puesto de trabajo de tiempo completo para limpiar la escuela en horas de la tarde, que le permitió tener los beneficios de un trabajo fijo. Para recibir esta autorización tuvo que certificarse y hacer de 8 a 9 cursos anuales que debía renovar. Su trabajo era duro: tenía que asear un edificio entero de 20 salones con 20 baños, 20 mesones de lavaplatos, etc. Conoció el funcionamiento de la maquinaria para la limpieza, varios químicos; aprendió a pintar pupitres, a cambiar bombillos de tubos fluorescentes, entre otras cosas. 

Mi padre, que no avanzaba mucho en el dominio del inglés, obtuvo un trabajo como ayudante de trasteo, aunque se postuló en una base de trabajos para conseguir otro empleo. Para validar sus estudios en Colombia, es necesario pagar una suma considerable, suma que no tenemos.  

Luego de salir de sus trabajos estudiaban en una escuela de inglés para adultos, con la esperanza de aprender al menos lo necesario para comunicarse. En un principio fueron discriminados por su falta de fluidez en el idioma.

Puedo decir que hoy día hablo inglés, tengo días buenos y días malos. Me gradué de bachiller con honores junto con un diploma que me acredita como bilingüe y estoy en la universidad con una beca. Mi papá está trabajando en una empresa farmacéutica donde lleva la materia prima para hacer las presentaciones de medicinas complementarias de nutrición, y mi mamá cambió de trabajo a una empresa de pescadería, lo cual le favorece por su carrera como bacterióloga. Mi hermana mayor está en la universidad conmigo y lleva su tratamiento satisfactoriamente; mi hermana del medio está en segundo año de secundaria, tiene muchos amigos y es muy buena académicamente; mis hermanos menores están en middle school, uno en 8 y el otro en 6 y se han acostumbrado muy bien al ambiente. Afortunadamente nos vamos a mudar a una casa porque estamos viviendo en un apartamento bastante pequeño para nosotros 7. Nuestro proceso de asilo político todavía está en trámite.

Puede que la forma de salir de Colombia no haya sido la mejor, pero hoy en día nos sentimos felices de la nueva oportunidad. Sobre todo, somos agradecidos de tener la fortuna de estar vivos y en paz, cosas que muchas personas no logran en un país como Colombia. A veces nos quejamos de la vida, de lo aburrida y monótona que puede llegar a ser, pero no pensamos en lo afortunados y privilegiados que somos de tener una vida sin la muerte esperándonos en la esquina de nuestra casa.

| Nota del editor *

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