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Memorias de una mama

Antes de abrir el sobre que Stella minutos le había entregado, él trato de recrear una conversación más relajada para bajar la tensión que normalmente se sentía entre paciente y doctor, para así continuar con preguntas relevantes en cuanto al examen: "¿Cuándo tomaron este examen?, ¿Es un examen de control?, ¿Alguien en su familia ha sufrido de cáncer?, ¿Ha hecho sus chequeos de control durante los últimos años?, hasta que finalmente abrió el sobre con la noticia que cambiaría la de vida de la familia Bulop por el siguiente año.

Por Shary Vanessa Buitrago Lopez

Era 17 de diciembre de 2015, el ambiente decembrino se sentía más que otros días, pues ese día era el segundo de la novena y el plan para la familia Bulop, como lo era todos los años, era terminar la jornada rezando la novena en la noche. Aquella mañana todos iba como de costumbre, pues todos se habían levantado temprano para llegar a sus trabajos: mientras la hija mayor de la familia, Mafe, fue la primera en salir de casa para ir a trabajar en el norte de la ciudad en un almacén, su madre, Stella se dirigía a una cita médica de rutina para revisar los resultados de un examen. En casa quedaron Vanessa, la hija menor de la familia, junto a su padre y esposo de Stella, Gonzalo, quien ese día iniciaría un poco más tarde que al resto de los de la familia.

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Difícilmente en los días de diciembre se piensa en algo diferente a la navidad o año nuevo y Stella no era la excepción. Esa mañana la rutina para ella tenía una pequeña parada con su médico, todo antes de continuar con la ruta hacia su trabajo. La lectura de una mamografía que era normal en mujeres con más de 45 años y que Stella ya había hecho por más de años, no tenía ninguna novedad para ella esa mañana de diciembre. La consulta inició con un amable doctor, quién parecía estar contagiado por la misma emoción propia de la época. La cita transcurría de forma común y las preguntas de rutina fueron de la premonición a la noticia que venía.

Poco después de que el doctor abriera el sobre y un silencio sepulcral inundara el consultorio, los gestos de confusión del doctor no hicieron dudar a Stella de que algo no estaba bien. Por al menos tres minutos el doctor analizo minuciosamente cada parte del documento, hasta que finalmente alzó la vista del papel y sin mucha sensibilidad dijo lo que nadie esperaba: “hay una masa en el seno izquierdo y para serle sincero, no tengo buen presentimiento”. La noticia paralizó todo en su mente. Nunca se espera que las cosas malas lleguen a la vida y menos en navidad.

Salir de ese consultorio era irreal para Stella. El ruido de pacientes y doctores en el pasillo era distante a comparación de todas las dudas que atacaban sus pensamientos. Era como si un día soleado hubiese pasado a ser en segundos en el día con más tormentas. Stella no sabía qué esperar o cómo sobrellevarlo, pero con certeza sabía que decirle a su familia iba a ser su mejor refugio. La primera llamada fue a Gonzalo, su esposo, quien fue su mejor apoyo mientras ella se derrumbaba al otro lado de la línea contándole lo que con cada palabra se hacía más real. Tan pronto acabo la llamada Gonzalo llegó hasta donde estaba Stella y solo con su compañía, Stella sintió el mejor consuelo y fortaleza para afrontar lo que venía.

Un nuevo año
El año inició con los meses más agitados para Stella, pues ya era común para ella asistir a diferentes radiografías, exámenes de sangre y constantes visitas al oncólogo, pues desde que la biopsia había confirmado la existencia de una masa maligna, ahora era un doctor especialista quien trataba a Stella y fue quién le dio nombre a la condición de Stella: ella ahora se unía a las cifras de mujeres con Cáncer de mama.


La carrera contra el tiempo era crucial para la salud de Stella. Cada estudio que hacían ayudaba a crear la ruta para tratar el cáncer. Era aún una etapa muy temprana y la edad y vitalidad fueron factores clave para que el oncólogo determinará que la ruta a tomar iba a iniciar con la cirugía de extracción del nódulo, que aún era de 3mm de radio, para luego iniciar sesiones de radioterapia y finalizar con un tratamiento de medicamentos por al menos cinco años.

El 25 de febrero de 2016, luego del ajetreo de los estudios médicos, finalmente llegó el día de la cirugía. Muy temprano en la mañana Stella tuvo que llegar a la clínica, con la compañía de Gonzalo y los nervios de su primera cirugía. Un día nublado, con un frío que rompe huesos y una delgada aguja entrando a la piel de Stella para canalizarla, no daban los mejores ánimos para entrar a cirugía. La preparación prequirúrgica transcurría con normalidad hasta que un último procedimiento antes de la una de la tarde, hora programada para la cirugía, fue la premonición para que Stella sospechara que ese era el inicio de un camino muy doloroso.


El cirujano inició haciendo delgadas líneas con un marcador en el seno derecho de Stella. Líneas sin aparente orden y que imitaban una costura descontinua, iban marcando el recorrido que el bisturí debía llevar en la cirugía. Una última marca en el costado derecho del seno dio la dirección para que una enfermera con un elemento similar a una pistola, desde la mandíbula de Stella, incrustara una fina varilla en medio del seno, para hacer más exacta la posición del nódulo dentro de él. Procedimiento doloroso que le dio la entrada al quirófano.


Algunas voces en la lejanía y un leve olor a látex fueron las primeras sensaciones de Stella al despertar de la anestesia. Con éxito el nódulo había sido extraído y para evitar el riesgo de metástasis, con el habían sido extraídos los ganglios axilares que se encontraban más cerca al seno. Un poco aturdida se despertó de la cirugía que terminó poco después de las tres de la tarde, pero la tranquilidad de que todo salió como se esperaba, hizo más llevadero el dolor para Stella.


A un mes de la cirugía ya la vida de Stella se había normalizado y su regreso al trabajo había mejorado el semblante de alguien que estuvo por más de dos semanas acostada en una cama. Eran notorios los cambios en su cuerpo, las cicatrices habían disminuido su longitud, pero el tamaño del seno derecho era evidentemente más pequeño que el izquierdo, lo cual no fue un problema para Stella, pues ella aun lo veía como una cicatriz de guerra.


Las visitas al médico aun eran necesarias y en esa ocasión la patología confirmó lo que la biopsia había mostrado meses antes: era cáncer. No era noticia nueva, pero lo que más sorprendió en esa cita fue el cambio de planes del doctor. El tipo de cáncer que detectaron en el nódulo era uno invasivo y la necesidad de evitar una posible metástasis hizo que se decidiera que Stella iba a recibir quimioterapia, para luego iniciar unas sesiones de radioterapia y así finalizar con un medicamento. Las quimioterapias no habían sido siquiera contempladas como posibles consecuencias para Stella y su familia.

El nuevo camino
El tres de mayo de 2016 Stella tuvo su primera quimioterapia. La primera sesión inició a las 8 de la mañana en una sala llena de sillas de cuerina reclinables que junto a ellas tenían una pequeña silla de plástico para los acompañantes de los pacientes. Una enfermera amable se encargó de Stella ese día. Mientras iba haciendo preguntas sobre el proceso de Stella, destapaba una pequeña bolsa recién salida de una nevera que contenía un líquido rojo y que finalmente puso en un atril porta sueros. Delicadamente la enfermera tomo la mano izquierda de Stella para ingresar una delgada aguja por su vena más visible y así iniciar el tratamiento. Un espeso y frío liquido entraba por una delgada vena en la mano izquierda de Stella y así poco a poco sentía el mismo frío extenderse por el resto de su cuerpo.

Una sensación incomoda que al cabo de dos horas se detuvo y así Stella empezó a sentir una leve sensación de calor que inició en sus pies y que volvió a extenderse lentamente en el resto de su cuerpo, pero que al llegar a su cuello produjo unas ganas intensas de vomitar, haciendo que Stella expulsara lo poco que ese día había desayunado antes de la sesión. Una mañana convertida en infierno donde las ganas de vomitar, un intenso dolor de cabeza y un evidente desaliento, hicieron a Stella pensar en sacar la aguja de su mano para que todas las reacciones de su cuerpo se detuvieran, pero fue hasta las dos de la tarde que terminó su primera sesión.


Al llegar a casa lo único que quería hacer era buscar una habitación sin ninguna entrada de luz y una cama en la que pudiera dormir muchas horas seguidas. El dolor era insoportable en todo su cuerpo y las ganas de vomitar era incesables. Todo dentro de ella ardía y los medicamentos que le habían recetado solo minimizaban el dolor, pero no quitaban una de las peores sensaciones que alguna vez ella había sentido. Con los días todo iba mejorando y poco a poco se acostumbraba a la necesidad de su cuerpo de dormir la mayor parte del día y de tomar una pastilla antes de comer que evitaba que vomitara todo lo que comía. Cosas mínimas que hacían más llevadera su nueva rutina.


Una de las cosas que más marcó la semana, fue su final, pues aquel fin de semana se celebraba el día de la madre, un día donde la familia de Stella y ella sentían la necesidad de celebrar más que en años anteriores. A los ojos de su familia, ella era la mejor madre y mujer del mundo y así tanto apoyo de su familia hizo que Stella tomará una decisión importante. Una realidad inevitable, que ahora era parte de la familia Bulop y fue así como Stella decidió no posponer un futuro inminente y cortar su cabello a la altura de sus hombros el día de la madre.

Al cabo de dos semanas iniciaron nuevamente los exámenes de control para evaluar la condición de Stella antes de la segunda sesión. Poco a poco ella trataba de retomar la rutina, pero los cambios de su cuerpo eran una limitación evidente y no solo ella lo había notado, pues los exámenes mostraban el mismo nivel de debilidad, lo cual evitaba que ella retomara su vida y que tomara la segunda sesión que estaba programada a tres semanas de la primera.


Finalmente, a un mes de la primera sesión pudo tomar la segunda quimioterapia. El mismo procedimiento se repetía. La molesta sensación durante casi todo un día y la constante sensación de cansancio no eran algo ajeno en esa ocasión para Stella. La primera semana había tenido la misma rutina, pero los cambios de un desgaste en su cuerpo eran cada vez más evidentes. La falta de costumbre de ver su cabello corto en un espejo hizo que un día Stella se detuviera a analizar cada parte de su cuerpo. La delgadez de su cara ahora era mucho más pronunciada bajo sus pómulos y su cuerpo tenía ahora menos kilos que hacían que los huesos en su clavícula fueran mas visibles, sin embargo, el cambio que mas afectó a Stella fue el de su cabello. Ella empezó a levantar su cabello desde su cien y un enorme espacio de piel se asomaba.


Un cabello en extremo abundante, de color negro y con las ondas más definidas que alguien tenía en la familia, era como el de Stella. Con dolor lo había cortado, pero luego de su segunda sesión no pensó que la caída de este iba a ser más notorio. Había optado por quitar las sábanas blancas de su cama, pues siempre que se levantaba de ella, pequeños cabellos que asemejaban un estampado negro se quedaban pegados en su almohada. Siempre que comía pequeños cabellos de su frente caían en su comida y le quitaban todas las ganas de seguir comiendo. Todo era señal de que dejarlo ya no era opción y así a casi a dos meses de su primera quimioterapia, en compañía de sus hijas y en una peluquería, Stella elimino todo rastro visible de cabello en su cabeza.


Asimilar verse en su espejo sin cabello, sin cejas y sin pestañas no había sido nada fácil para Stella. A veces a solas miraba su reflejo mientras lagrimas escurrían en su rostro por no poder reconocer a la mujer frente a ella, pero poco a poco el maquillaje y las pañoletas se convirtieron en sus aliados. La preocupación por lavar una abundante cabellera había sido reemplazada por la necesidad de escoger el color de pañoleta que mejor combinara con sus atuendos y el maquillaje ahora era un gran reto en el que disfrutaba explorar para que se viera lo más natural posible.


Dieciséis quimioterapias programadas, cuatro rojas y catorce blancas. Las rojas, las de mayor intensidad, terminaron en Julio. Las blancas, que aunque de mayor cantidad y con los mismos efectos adversos pero en menor proporción, hicieron a Stella sentir una extrema necesidad de dormir todos los viernes de tres meses, después de cada sesión. Todo un arduo proceso que Stella superó en octubre y que le dio un nuevo respiro a su vida.

A punto de finalizar
Tan pronto como Stella terminó el proceso de quimioterapia, no tardaron los médicos en iniciar nuevamente los estudios para evaluar su condición y así iniciar el proceso de radioterapia. La debilidad de los pacientes luego de estas sesiones químicas era evidente en la mayoría de ellos y Stella no era la excepción, sin embargo, su condición era estable y apta para iniciar cuanto antes el proceso de radioterapia. Así, la última semana de octubre Stella tuvo su primera sesión.


La radioterapia utiliza partículas u ondas de alta energía, tales como los rayos X o rayos de electrones, que a través de un dispositivo que asimila la forma de un láser, ingresan pequeñas partículas radioactivas a la zona en donde el cáncer se radico. En el caso de Stella ya no había rastro evidente de células malignas, sin embargo, el propósito de llevar a cabo este proceso era evitar la futura reaparición o metástasis de este tipo de masas, por eso en este procedimiento no solo se mataban células cancerígenas, sino también se alteraba la reproducción temporal de células en la zona para que estas no tuvieran posibilidad de crecer con rastros malignos.


Al igual que las quimioterapias, a Stella le fueron programadas dieciséis sesiones de radioterapia que debían ser tomadas cuatro veces seguidas por semana. Estas sesiones no fueron tan difíciles para Stella, pues los síntomas adversos y el dolor eran muy mínimos, por eso tomó las sesiones de lunes a jueves todas las tardes después de trabajar, pues su estado era mucho mejor y ya había retomado su rutina laboral. La única marca que se hizo más notoria con los días fue una gran mancha negra que cubría la mayor parte de seno y axila en el lado izquierdo de su cuerpo.


Al cabo de cuatro semanas Stella terminó las sesiones de radioterapias y pronto inició con los exámenes de control nuevamente. Radiografía de mama, hemograma, contraste, examen de sangre, ecografía pélvica y muchos otros exámenes fueron a los que Stella tuvo que someterse nuevamente a un paso de finalizar el proceso. Dos semanas de estudios constantes que permitieron a Stella y a su familia recibir una de las noticias más importantes: ya no había rastro alguno de cáncer y Stella había concluido con éxito el tratamiento.


Hoy
Han pasado siete años desde que Stella concluyó la parte más crítica del tratamiento. Desde allí continua con los exámenes de control cada seis meses y visita al oncólogo cada tres, esto con la intención de monitorear su estado y verificar que el tratamiento de medicamento, que consiste en una pastilla diaria, está disminuyendo la producción de estrógeno en las mamas para evitar la producción de tumores que necesitan de esta hormona para reproducirse.


Stella continúa trabajando y es habitual para ella incentivar y participar en actividades que promueven el autoexamen como método de detención temprana. Hace más de un año su hija menor y ella decidieron cortar su cabello y donarlo a personas que atraviesan por el proceso de quimioterapia. Los rastros del tratamiento aún son evidentes pues ahora no soporta usar sostenes con varilla, su seno izquierdo es más pequeño en proporción al derecho, su visión disminuyó y ahora usa lentes, las venas en su brazo izquierdo aún se ven como hilos duros bajo su piel y el tamaño y cantidad de lunares ahora es mucho mayor. Aunque todo esto recuerdan a Stella uno de los momentos más difíciles de su vida, ella los atesora como rastros de una guerra que no perdió.

| Nota del editor *

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