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Recordar es también vivir un poco… otra vez

Vía 

Realizado por Juan David Cárdenas Martín

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-Ese hueco es para mí ¿cierto?, ¿me van a matar? –No, eso es para otra persona. Acciones como estas eran realizadas por grupos subversivos como las FARC, que hacían cavar la tumba a cuyas personas no pagaran las conocidas vacunas. César Figueroa estuvo presente en varios asesinatos como este y confiesa que se arrepiente de corazón. Pero, ¿quién es César Figueroa?

César Figueroa es un hombre proveniente de Tocaima, Cundinamarca. Hijo de Carmenza Ávila y Delfín Figueroa, el mayor de 3 hermanos. Desmovilizado del frente 22 de las FARC en el norte de Cundinamarca, operado en Yacopí, la Palma, Caparrapi, la Peña y el Peñón. Su madre los abandonó cuando César tenía solo 4 años, por razones que ellos mismos desconocen. Estudió hasta segundo de bachillerato y decidió desistir del estudio, para poder trabajar y conseguir alimento, tanto para él como para sus hermanos y su papá.

“Mi papá nunca nos enseñó cosas malas”. Aunque la familia de César era una familia humilde con pocos recursos económicos, obtuvieron buenos principios. Su padre, cabeza de hogar y madre de los tres hijos por obligación, supo dejarles valores importantes ante la vida, con palabras directas: “Si usted quiere dinero, trabaje, porque acá no se le regala nada a nadie”. Esta frase que suena a regaño, era el valor que verdaderamente se le tiene que dar a las cosas, es por eso que César, con 15 años cumplidos, decidió buscar nuevos rumbos y empezar a trabajar. Tres años pasaron, con 18 años y junto a un amigo, se aventuraron por conocer la tierra de las oportunidades de trabajo colombiano, Bogotá. En la capital colombiana, logró trabajar en el sector de la construcción como ayudante de obras. Allí, consiguió aprender los oficios de latonería y pintura.

Después de estar radicado temporalmente en Bogotá por más de tres años, decidió tomar un camino distinto, una decisión que marcaría su futuro, sin conocer lo que el destino ya le había escrito. Lastimosamente, no de la mejor forma, con pocas alegrías y sí con muchos sufrimientos. Cobrando, matando, huyendo.

César Figueroa decidió reclutarse para el ejército colombiano un 23 de febrero de 1993, en el batallón de infantería No.21 Batalla Pantano de Vargas situado en Granada, Meta. Como soldado del Ejército Nacional de Colombia decidió servir a la patria en el monte con la contraguerrilla. En un día rutinario, caminando por las carreteras de Granada él se encontró una esclava (pulsera de oro), el teniente al mando de César se enamoró del objeto de oro y decidió a toda costa arrebatarle su pulsera. Dio órdenes a compañeros de César para que lo golpearan y le quitaran su pertenencia, pero él nunca cedió.

“Pero mi teniente, esta esclava yo me la encontré, es mía” le decía César a su teniente. “Y un día mi teniente me pegó tan duro, que no tuve más remedio que cargarle el fusil”. Aunque César lo hizo para defenderse ante tanto abuso, en ese momento todo cambió, la acción para protegerse lo llevó a la cárcel. Los días en prisión para César no fueron fáciles, aunque él no estaba acostumbrado a una cama suave, comida caliente y estar acompañado, no le fue difícil ese estilo de vida. Pero saber que el costo de su libertad fuera tener una pulsera deseada por un teniente, sí lo atormentaba. Para cualquier ser humano la libertad es un derecho y para César no existía la libertad, se la habían arrebatado injustamente y la iba a recuperar sin medir consecuencias.

“Yo lo dejo salir pero no se me vaya a volar”, fueron las palabras de un Primero del Ejército y amigo de César quien había pedido su traslado a Tolemaida (CENAE: Centro Nacional de Entrenamiento), para que cumpliera su sentencia de preso con servicio social al ejército. En su primer día en Tolemaida, el 29 de octubre de 1993, el Primero al mando decidió ponerlo a trabajar. Lo mandó a hacer aseo al rancho de tropa y fue en ese momento, cuando César vio la ocasión perfecta para escapar y recuperar su tan anhelada libertad, sin importarle la desilusión que le causaría al Primero, quien le había brindado su confianza y lo defraudó.

Cesar sabía que si se dejaba atrapar no volvería a saber de la libertad. “Yo entré a la guerrilla un 2 de noviembre de 1993, porque no vi otra salida”. Él no encontró otro camino diferente que esconderse del ejército con la Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, en el frente 43 del Meta que operaba en San José de Guaviare, Piñalito, lejanías. Como su pasado en el ejército había sido de reservista, César dirigía un grupo de jóvenes de edades entre 18 y 22 años aproximadamente y hacía cumplir labores como cobrar extorsiones o vacunas, secuestrar, recoger leña en el monte, arreglar fusiles, hacer ejercicio y hacer poste (en la guerrilla se le dice poste a la persona encargada de vigilar la zona).

Según César, para extorsionar a una persona debían decir: “Mire sumercé, nosotros somos las FARC, sabemos que usted es una persona adinerada, así que necesitamos que usted mensualmente nos pague un impuesto”. Este impuesto no se cobraba a cualquier persona, siempre estas vacunas tenían que ser canceladas por las personas con más recursos económicos, en pocas palabras, ricos. “Nosotros, primero, le decimos tres veces, si a la tercera no colabora con la vacuna, lo secuestramos”.  César lideraba estos actos delincuenciales junto con sus “pupilos” y hacían valer su autoridad y el miedo, para conseguir el dinero del campesino adinerado de la región.

Nadie tiene la vida comprada, pero de igual manera, ninguna persona por importante que sea puede decidir cuándo y de qué manera morir. Pero lastimosamente, en este país no se toma en cuenta ese importante valor y derecho como ser humano.

“Me arrepiento de haberle quitado la vida a personas que no se lo merecían, uno no es un Dios para hacer eso” César, en muchas ocasiones y desgraciadamente, como él mismo lo dice, mató a personas inocentes que simplemente trabajaban con sus tierras y su único pecado era ser exitosos en lo que hacían y por ende, tener dinero. César mataba también a las personas porque tenía una sospecha (desconocía si era verdad o mentira), no importaba, aun así, por sospecha, tenía que matar, mataba a la persona que supuestamente brindaba información al ejército o los paramilitares de la guerrilla y no recuerda el número exacto de personajes asesinados, sin embargo, afirma que fueron muchos. Aunque no todos fueron de su autoría, simplemente él daba la orden a otro soldado para ejecutar la acción.

Existían varias formas de terminar con la vida de las personas, pero la más usual era obligarlos a hacer un hueco, como lo ordenaba César “haga un hueco de tanto por tanto. – Es para matarme ¿verdad?- No, eso es para otra persona, para usted no es” una vez que ya se haya cavado, se le obligaba a pararse en frente del hueco y se fusilaba a la persona sin piedad con dos disparos en la frente (tenían que ser dos; ante todo la seguridad) y caía derecho a la fosa, se tapaba y listo. Seguramente las personas que cavaban el hueco ya conocían su triste y rápido final, no importaba si le decían lo contrario, ya sabían lo que iba a suceder; primero vendrá la muerte psicológica y, en seguida, tras disparos, la muerte física.

“En esa época era hasta chévere estar en la guerrilla” dice César, por simples razones. Él podía salir al pueblo sin miedo a morir o que lo atraparan los paras.

“Es mi vida o la de él” en cada enfrentamiento entre la guerrilla, los paramilitares y el ejército, César vivía con miedo porque sabía que en cualquier momento podía morir por una bala. Sí sufrían bajas, pero no tantas como las que sufrían los paramilitares, ya que estos eran muy desordenados al momento de enfrentarse, la guerrilla llegó a matar hasta 150 soldados paramilitares en un combate, los que se encontraban vivos, en la mayoría de los casos, con el tiempo terminaban sirviendo a las Fuerzas Armadas o de lo contrario, simplemente cavaban su propio hueco.

Por esos días, César entró a las fuerzas armadas escapando de la justicia y buscando una fuente de dinero, pero a diferencia de César, muchos jóvenes lo hacen buscando venganza, no lo hacen por los $200.000 mensuales que prometen, sino por vengar la muerte de algún familiar o amigo. “El que entra a la guerrilla entra engañado, nunca me pagaron lo prometido” durante el tiempo que estuvo César en la guerrilla nunca recibió un solo centavo ni un aumento de sueldo por parte de sus cabecillas, él recibía todo; los camuflados, las prestobarbas, la comida. ¿Y que ganaban? El dinero que sí veían, era el del campesino extorsionado.

¡Mátelos!, esta era la palabra más usada, ¿pero para qué? En muchas empresas nacionales para poder ascender de cargo se deben cumplir ciertos requisitos, pero en la guerrilla es diferente, para llegar a tener un puesto respetable como comandante o teniente, es necesario pasar ciertas pruebas, como lo dice César “para poder subir al poder, uno tiene que matar a la mamá, al papá, a los hermanos o a los hijos” y sí, si han habido personas capaces de hacer eso.

“Amigos: Dios y lo que hay en el bolsillo”, César, durante el tiempo que estuvo en la guerrilla, simplemente fue un buen compañero y logró fuertes lazos con soldados, los mismos que vio morir en enfrentamientos, y lo único que podía hacer era seguir disparando y dejar los cuerpos de los compañeros ya muertos, tirados, pues si iba a auxiliarlos lo más probable era que resultara muerto “claro que dolía, pero era mi vida y primero estoy yo” aclara César.

El 23 de octubre del 2003, a 10 días de cumplir 10 años de estar vinculado en la guerrilla, César le dio nuevamente un giro a su vida para el bien propio y de su familia, se desmovilizó. “yo no tenía nada, estaba aburrido y no quería seguir con esto”. Él estaba junto con su familia en Bogotá, en el barrio Arborizadora Alta, cumpliendo órdenes de sus comandantes. Es por eso que se presentó en la base militar más cercana, habló con un teniente y le informó lo deseado, preguntó cuál sería el debido proceso para la desmovilización, diciéndole “si usted me recoge hoy mismo, hoy mismo me voy”. Sin más preámbulos, fue remitido al Ministerio de Defensa Nacional, al Programa de Atención Humanitaria al Desmovilizado (Comando General de Militares de Colombia), oficina donde atienden a la persona en proceso de desmovilización, es la ya nombrada oficina 304 ubicada en la carrera 10 número 27-51. Allí a César lo interrogaron con más de 2 mil preguntas como ¿de qué frente viene?, ¿quién era su comandante?, etc., el Ejército Nacional para poder asegurarse de que la información sustraída por César era cierta, tenía que mentir. “Ellos me decían que el frente 22 operaba en Valledupar, pero mentira, allá no operaba, porque yo si sabía de donde a dónde estaba el frente 22. Lo hacían para saber qué tanto uno conocía”.

Después del debido interrogatorio con las fuerzas militares, César pasó a tener seguridad por parte del estado, donde le brindaron vivienda y sustento económico; César y su familia vivían en la carrera 4 con calle 22, en el edificio Torres Blancas, piso 12, al frente de la reconocida Universidad Jorge Tadeo Lozano. Ellos tenían comida, estudio e ingresos mensuales aproximados a $537.000 al desmovilizado y $180.000 por esposa e hijos (tres hijos en 2003). César llegó a recibir un apoyo económico total de $1.237.000. Este proceso tuvo una duración de dos años desde el momento que la persona se desmovilizara, temporalmente hablando hasta la salida de Álvaro Uribe de la Presidencia de República de Colombia.

“Santos nos perjudicó”. Después de la salida de Álvaro Uribe Vélez y la llegada de Juan Manuel Santos a la presidencia en 2006, las cosas empezaron a empeorar para César y para cientos de personas desmovilizadas. El argumento que expone Figueroa es totalmente razonable y discutible, ya que Uribe brindaba garantías a las personas desmovilizadas de los grupos subversivos y por el contrario, con las presencia de Juan Manuel Santos, esas garantías se fueron desapareciendo poco a poco hasta terminar en nada. “sin mentirle, la mayoría está delinquiendo otra vez” -pero ¿por qué? “imagínese un pelao que haya entrado a la guerrilla a los 12 años, él no tiene estudio, nada. Se desmovilizó a los 25 años, y si no se le dan las garantías, volverá a hacer lo único que sabe, coger armas y matar personas” relata César. Aunque a diferencia de muchos, César no piensa igual, él prefiere a su familia que el monte y la delincuencia.

Hay días en los que la familia de César solo come arroz, son días difíciles, sin embargo, aún sigue recibiendo invitaciones a delinquir, a ganar dinero de manera fácil mediante vacunas, extorsiones, amenazas o secuestros “yo tengo amigos que me dicen; vamos a darle otra vez al negocio, vamos” pero el negocio ya no va dirigido a personas adineradas, ahora es peor, cualquiera que tenga su negocio por pequeño que sea, lo extorsionan con $50.000 o $100.000, eso no importa. Realizan lo que mejor saben hacer, lo que sabe hacer César, pero por amor a su familia y a Dios en busca de perdón, no ha querido.

César, como guerrillero desmovilizado, está vinculado al programa de reparación de victimas (creada por el artículo 54 de la ley 975 de 2005) que consiste en abordar cinco medidas indispensables, individual, colectiva, material, moral y simbólica, según la Unidad para la Atención y Reparación de Víctimas. César asiste cada domingo a la cadena radial Caracol Radio, ubicada en la carrera 7 número 67 en Chapinero, Bogotá, y participa en diferentes actividades como ligar madera por medio día, pero sin ninguna retribución monetaria. Hablar al público durante 4 horas, exponiendo su caso por radio, hasta completar 80 horas obligatorias. Y además le es asignada una cita con un psicólogo cada mes, revisan su proceso a la reintegración, visitan a su familia, quienes de igual manera son observados. ”Ellos lo visitan a uno para ver cómo esta, si pelea con los hijos, si pelea con la mujer”.

“Gracias a ella he podido salir adelante, ella es mi compañera, mi amiga, mi mamá. Ella ha estado en las buenas y en las malas, pero más en las malas” con lágrimas en los ojos César pronunciaba estas palabras dedicadas a su mujer, Ana Lucia Casas, quien ha soportado, junto a su marido, las consecuencias que traen consigo la desmovilización. Ella lo ha acompañado por 12 años enfrentando las diferentes adversidades, como la falta de recursos económicos, días sin poder comer, inestabilidad laboral; cuya única fuente de dinero más segura en ocasiones, es recolectar chatarra por las calles. Ana Lucia y César, junto con sus seis hijos, conforman una familia de 8 personas; cuatro varones y 2 mujeres, lo particular de la relación entre Ana y César es que solo un hijo (6 años) de los seis de la familia, es de ellos dos. Cesar tiene un par de gemelos de 15 años y otro más de 13, quienes están apadrinados en una fundación llamada Padres Capuchinos, ubicada en Sibaté, Cundinamarca, y la función que cumple es brindar techo, comida y educación a niños con padres de escasos recursos económicos como César, mientras que Ana Lucia tiene dos niñas; una de 15 años y otra de 14 recién cumplidos. Viven en arrendamiento en la casa de un familiar por parte de César.

César Figueroa es una persona consiente de los actos que ha cometido a lo largo de su vida, está completamente arrepentido de las acciones realizadas en su pasado que generaron dolor en cientos de familias. César es una persona que se destaca por el modo de enfrentar la realidad cotidiana que lo aqueja, es un hombre que se le mide a cualquier tipo de trabajo, sin importarle el grado de complejidad, ese es César, un hombre colombianamente hablando “echado pa’lante” que reconoce su pasado, pero aun así lo enfrenta con categoría y responsabilidad.

 

| Nota del editor *

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