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¿El ruido es sólo sonido?

Aunque se considere el ruido como inarticulado y sin sentido, muchas veces esa búsqueda insaciable de sentido y de conocimiento, es la misma que genera el ruido. En ocasiones, incluso es la abundancia de claridad su causa. La escritora nos da una perspectiva de lo que nos rodea a diario.

Por: Camila Andrea Corredor Lozano

Vivir en Bogotá es permanecer rodeado de ruido, opiniones e inmediatez. Pero sobre todo, ruido. No solo el causado por la cantidad de automóviles que circulan en las calles o por los gritos. Existe un ruido más tecnificado, menos reconocible, pero permanente en cada dinámica que tiene lugar en la ciudad.

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Aunque se considere el ruido como inarticulado y sin sentido, muchas veces esa búsqueda insaciable de sentido y de conocimiento, es la misma que genera el ruido. En ocasiones, incluso es la abundancia de claridad su causa. Aunque suene paradójico, tenemos claros ejemplos a nuestro alrededor. Los medios masivos de comunicación son una muestra perfecta, nos llenan de noticias nuevas cada minuto, existen centenares de ellos en el mundo y cada día categorizan más la información, según el interés de cada lector. A esto, sumemos las redes sociales, que son más significativas con el paso del tiempo, convirtiéndose en el centro de las relaciones del presente, donde cada ser humano tiene voz y merece ser escuchado.

Cada uno de esos escenarios, a los que se agregan los programas de televisión, las conversaciones informales, la academia y demás instituciones, se han convertido en un espacio donde se generan perspectivas, juicios de valor y aunque se niegue rotundamente, verdades absolutas, con apariencia de inocencia. Son escenarios de ruido.

Quizá esa sobreabundancia de conocimiento e información nos abruma. Ya no es tan claro lo que es imprescindible saber, porque todo es imprescindible, y porque no se puede saber todo. Así mismo, la utopía de la objetividad que nos venden a los comunicadores, como estetoscopio al médico y que actúa como paño de agua tibia a los consumidores de información, cada vez está más lejana, aunque resida como lema de todo medio masivo.

Allí es donde aparece el ruido, cada persona tiene, no solo una opinión sino infinidad de métodos para expresarla, incluyendo en ellos infamia, burlas y palabras grotescas. A su vez, los medios hegemónicos y distintos actores que intervienen con sus intereses en ellos, cumplen a cabalidad con su objetivo, que evidentemente no es informar sino adoctrinar. Logran que pensemos en lo que debemos pensar y cómo quieren que lo pensemos.

Aunque suene conspiratorio, es una verdad presente en la política, la industria, nuestra mirada al mundo, e incluso nuestras relaciones interpersonales. ¿Cómo lo logran? Fijando un enemigo común. Si eres ruso, tu enemigo debe ser Estados unidos. Si eres blanco, efectivamente la persona de color es tu enemiga. Debes ser de izquierda o derecha en política y odiar a tu contrario. Nombrar más ejemplos no es pertinente, pero sí dejar claro que existen. Tal vez porque el odio es una buena estrategia de venta, no solo de bienes, sino de ideas. Y porque el odio siempre va acompañado de ruido, de mucho ruido.

De esa manera, nuestros espacios y conversaciones comunes han dejado de ser la oportunidad para construir puentes entre nosotros y se han convertido en una simple propagación de ideas y riñas, que hemos adoptado de los espacios de ruido que frecuentamos. Así, nos convertimos en pregoneros, no solo de ruido, sino de odio. Por eso, es tan sencillo que en una ciudad como Bogotá, tan llena de información, se presenten cada día asesinatos de mujeres por ser mujeres, de barristas por ser barristas y de hombres y mujeres del común por defender sus ideas. Por eso también es tan común que las redes sociales estén llenas de comentarios hirientes debido a las diferencias, así como recibir un insulto por estar muy cerca a una persona en Transmilenio.

Esas son nuestras dinámicas de vida, quizá no de vida, sino de supervivencia, a las cuales nos acostumbramos y de las cuales incluso presumimos. Por eso somos una ciudad de ruido, porque sabemos consumirlo y comercializarlo, y porque aquí el odio ha sido la mejor estrategia de venta.

| Nota del editor *

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