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Temor en la 68: memorias de un asalto a mano a armada

Por Daniela Méndez Zamudio

“¡Camine al frente sin mirar atrás!”, dijo el hombre. Seguí la instrucción obediente, mientras los árboles a los que estaba acostumbrada parecían hacerse más frondosos y oscuros. Por un instante caminé mientras, tal vez por mi condición mental del momento, no podía ver nada; entonces sentí las lágrimas en mi rostro y se me hizo cada vez más difícil respirar. Al sufrir de síncope vasobagal, una condición médica por la que suelo desmayarme, asumí estos síntomas como los normales antes de perder la conciencia, lo que aumentó mi pánico.

Había salido del trabajo a las 9 de la noche, y tras pedirles la parada a varios buses que me podían llevar y que simplemente ignoraron mi señal, quedé atrapada en aquel paradero.

Yo trabajaba en el barrio Cedritos y vivía en la Calle 13 con Avenida Boyacá, y aunque el camino era largo, un SITP me acercaba a la Calle 26 con Avenida 68, casi al frente del Centro Comercial Plaza Claro. Mis opciones de paradero eran dos, frente al centro comercial, cerca de una zona verde poco iluminada, o debajo de un puente vehicular también muy oscuro, al que siempre le tuve miedo, así que esperaba mi bus en la zona verde.

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No tenía nada en especial en mente, pero tal vez estaba distraída, porque por momentos había personas a mi lado, y al voltear no encontraba nadie. Me sentía como en una película de suspenso, sobre todo cuando, ya estando sola, una mujer salió de la nada llorando y corriendo aferrada a su cartera café.

Seguía pensando en que toda la situación parecía irreal y sospechosa, pero no me atrevía a caminar hacia otro lugar, porque entre más tiempo pasaba menos personas rondaban por la zona.

Un hombre se había acercado a mí sin siquiera darme cuenta con el ánimo de hacerme conversación. Llevaba una chaqueta oscura de apariencia vieja, y era más bajo que el promedio, pensé que sería un acosador, así que respondí a sus preguntas con una serenidad y seriedad muy poco comunes de mi parte. Me preguntó por qué no había agarrado bus, y cuál estaba esperando, se ofreció a ayudarme a pararlos para que me pudiera ir, y yo empecé a rezar para que no se subiera a mi ruta, porque estaba muy acostumbrada al acoso callejero en esas épocas.

Dejé de prestarle atención, y cuando vi que mi bus pasaba estiré el brazo ya con desesperación, e incluso corrí porque pensé que pararía más adelante, pero el conductor no se detuvo y me dejó. Revisé el letrero del paradero varias veces para repasar que sí le correspondía la parada, y comprobé que estaba en lo correcto.

Imagen: Transmilenio

Por un momento pensé que el hombre de marras se había ido, pero entonces me sorprendió verlo frente a mí, justo debajo de la acera en plena Avenida 68. Recuerdo haber pensado en que lo podían atropellar, pero ya el flujo de vehículos era menor. En respuesta a mi sorpresa me dijo: “Mire lo que tengo aquí”. Seguí la instrucción y vi el brillo del puñal con el que me amenazaba medio cubierto por su chaqueta, y el reflejo del centro comercial se distorsionaba en el arma porque su mano temblaba. Yo permanecía serena, mirando fijamente al hombre mientras me hablaba, tenía la mente en blanco y sólo lo escuchaba repetir que le diera el celular y la plata, y que pensara en mi mamá, como si se me notara en la cara que era hija de madre soltera.

El año anterior había sido económicamente muy difícil para mi familia; cumplíamos 3 años en Bogotá y la poca estabilidad que habíamos logrado construir se había venido abajo en 6 meses, tiempo durante el cual cursé mi primer semestre en la universidad, que luego tuve que dejar pensando en que no volvería. Ya me habían robado dos celulares, mi mamá y yo estábamos desempleadas, y lo que nos faltaba en dinero nos sobraba en deudas.

Tras conseguir dinero prestado para una hoja de vida, conseguí un empleo que nos brindó a mí y a mi familia la estabilidad perdida. A los 10 días de haber sido contratada recomendé a mi mamá, y con dos sueldos mínimos pudimos salir adelante por 2 años y, finalmente, recuperarnos.

El camino no fue fácil, fueron varios los obstáculos a los que nos enfrentamos en el proceso. Fuimos contratadas en enero de 2020, tuvimos mucha suerte, pero en febrero mi nuevo celular, que irónicamente era de segunda, sufrió su primera y última caída, no se rompió la pantalla, pero no volvió a encender, y mi jefe me exigía estar pendiente de todos sus requerimientos, que trabajaba en un punto de venta diferente al mío.

Como mi mamá estaba empleada me podía prestar su teléfono, pues trabajaba manipulando alimentos frescos y no lo podía usar. Recuerdo con claridad aquel día cuando, mientras me preparaba para ir a trabajar, vi el teléfono en la cama y pensé: “que no se me vaya a olvidar”, y lo olvidé.

Con la misma serenidad con que mantenía la conversación, le expliqué al ladrón sobre el accidente con mi teléfono de segunda, cómo había olvidado el celular de mi mamá en la mañana y mi situación económica, pues en esos tiempos no alcanzaban los sueldos para tener dinero de diario, pero él insistió.

Todavía me impresiona la valentía con la que le hablaba al hombre que decía que estaba dispuesto a matarme si no le daba un celular que no tenía, llegó un punto en el que olvidé con quien estaba hablando y le respondí con el mismo tono de fastidio con el que le hablaba a mi mamá en mi época de adolescente grosera, y le dije que entonces me revisara, con un movimiento brusco de la maleta, lo que lo asustó más y provocó que empezara a regañarme con nerviosismo: “¡Quieta, quieta!”, me decía al tiempo que sacaba un poco más el puñal de su escondite: “¡la voy a matar, piense en su mamá!”. Después del susto, al ver que de nuevo estaba relajada, decidió dejarme ir, con la indicación de siempre, que me fuera sin mirar atrás.

Tras una corta caminata a ciegas, recuperé el sentido de la vista y me encontré justo frente a una de las entradas del centro comercial. Mi condición emocional permanecía igual, lloraba y respiraba con dificultad, entonces un guardia de seguridad se acercó y me preguntó qué me habían hecho, yo no podía pronunciar una palabra, intenté decirle que nada, pero el pánico, que se abstuvo de salir durante el intento de robo no me lo permitió.

Entonces el hombre, de unos 50 años, me llevó abrazada a la oficina de Claro; trataba de calmarme como si de un bebé se tratara, donde pidió ayuda para que me sirvieran agua, y un muchacho joven, también de seguridad lo hizo. Después de algunos tragos y de ayudarme a respirar con calma, pude explicarles la situación. El hombre mayor trató de revisar, con mucho cuidado y respeto, cabe decirlo, que realmente no tuviera ninguna herida, mientras el joven invalidó mi llanto con uno de esos comentarios sobre cómo las mujeres lloran por nada.

Image: Freepik

El hombre mayor notó que, aun cuando el llanto había cesado, yo seguía temblando de los nervios, y se ofreció a no dejarme ir sola, dijo que me llevaría a otro paradero y no se iría hasta que no agarrara un bus, pero primero quería esperar a que me sintiera más tranquila. No sabía cuánto tiempo había pasado, y empecé a preocuparme por el temor de verme como una loca dramática y sentí vergüenza, así supe que ya había vuelto en mí.

Desafortunadamente el joven vigilante de Claro se ofreció a llevarme. Salimos del centro comercial mientras me cuestionaba por haberme puesto tan mal con tan poco. El hombre me dejó en una esquina y señalando hacia una cuadra más adelante dijo: “ahí pasa su bus”. Entonces fui sola y estuve, nuevamente, un buen rato esperando en un paradero oscuro, con un nudo en la garganta y un tanto paranoica.

Imagen: Transmilenio

A eso de las 9:30 de la noche me encontraba de nuevo en el lugar de los hechos, así que fue natural mi sorpresa cuando al llegar a mi barrio encontré a mi mamá y a mi hermana esperándome en la iglesia donde me bajaba, pálidas y preocupadas pues eran más de las 12 de la noche.

Por decisiones de la empresa, en 2021 tuve que trabajar en el mismo centro comercial que una noche me vio llegar con el pánico más grande que he sentido jamás. Terminaba mi jornada a las 8 de la noche, y cada día tenía que esperar el bus en el puente al que antes tanto miedo le tuve.

| Nota del editor *

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