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Trazos de dolor y el poder de la inocencia

Su rostro estaba cubierto por miles de partículas de vidrio, sus manos estaban empapadas de sangre, estaba desorientado por el fuerte sonido y de sus labios solo salían las palabras — “Por favor, no me dejes que me quede ciego, quiero ver a mi prometida con su vestido de novia”

Por: Nikole Duque Barón. 3.er semestre

El 12 de mayo de 1990, a las 4:15 de la tarde, el cielo se volvió gris para los ciudadanos de la localidad de Engativá, especialmente del barrio Quiriguá, donde el narcotráfico “El cartel de Medellín” se volvía apoderar de Colombia. En aquella época todos los bogotanos estaban aterrorizados por los llamados “Extraditables”, tanto era el miedo infringido por estas personas que algunos ciudadanos se negaban a salir de sus casas. Cada lugar podía ser afectado por los carros bomba que eran utilizados para combatir al gobierno colombiano.

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Álvaro Moreno, “Pato” para sus seres queridos, era un joven en ese entonces. Se despertó muy temprano ese 12 de mayo, hizo su rutina diaria, pero algo en él no era lo mismo. Se sentía incómodo, no era un hombre que creyera en energías o en corazonadas, aunque, desde las 4:00 a.m., hora en la que se levantó, tenía presentimiento extraño.

Su esposa, “Mona” como de cariño él le decía, le preparó el desayuno y en un par de minutos Álvaro se comió hasta la última borona. Lavó los platos que había utilizado, se puso su saco, se echó la bendición y salió de su casa. Al bajar las escaleras, su esposa, de un grito, le dijo que se devolviera.

– No te demores, recuerda que en la tarde vamos a abrir el negocio y necesito que me ayudes con la niña.

– Yo voy rápido y no me demoro, tampoco quiero estar mucho tiempo en la calle.

Al llegar a Corabastos, compró todo lo que necesitaba, pero esta vez lo hizo de una forma diferente. No era de costumbre escoger las frutas o verduras de primera mano. Los vendedores siempre trataban de ayudarle a escoger lo mejor que tenía, pero, aquel día de mayo Álvaro tomó la decisión de hacerlo solo, escogió lo primero que vio y lo empacó.

Los vendedores notaron que su comportamiento era inusual, como si tuviera miedo de algo. Don Alfonso, un señor de 61 años, se acercó a él y de una manera amable le tocó el hombro y le dijo…

– ¡Pato!, mijo, ¡qué le sucede, lo noto como raro!

– ¡No! Don Alfonso, me siento bien, solamente que tengo un poco de afán, ¡necesito llegar al negocio rápido para ayudarle a la Mona!

– Mijo, yo lo conozco a usted ¿qué le pasa algo?

– Pues… no le voy a mentir, sí me siento un poco extraño y la verdad, ¡no sé por qué!

– No se preocupe, mijo, seguramente sea el estrés. Tenga cuidado más bien, usted sabe que ahorita no se puede vivir tranquilo.

Las personas de esa zona le tenían cariño, ya que era un hombre bondadoso y justo. Todo el mundo lo conocía como un hombre que trataba de ayudar en lo que pudiera.

A eso de las 12 de la tarde se dirigió hacia su negocio que se encontraba en el barrio Quirigua. En su trayectoria de camino comenzó a pensar acerca del regalo del día de la madre. Quería obsequiarle a su mamá una serenata y una gran fiesta organizada por sus hermanos. También pensó en su esposa, él quería darle como regalo una cena especial en aquel lugar donde ella le confesó que serían padres. Todo estaba planeado para esa noche y, como era un sábado, se podía trasnochar.

Al bajarse del camión, le pidió al conductor que le dejara la mercancía en su negocio. Caminó por las cuadras más concurridas del barrio Quirigua buscando unas rosas para su esposa. Estas cuadras eran muy famosas debido a que era la zona comercial y, ya que era una fecha tan especial como el día de las madres, se podían observar algunas familias que se encontraban disfrutando. Al llegar a su local, su esposa notó que se encontraba agotado y un poco sudoroso.

– Álvaro, si quieres ve a la casa y te das una ducha.

– Termino de surtir y voy para la casa. Le dijo él.

– Tranquilo, yo termino aquí, ve a la casa y te cambias, trae el almuerzo de una vez.

Su casa quedaba en el barrio Bochica, no muy lejos del lugar donde se encontraba su negocio. Al llegar a su hogar, se recostó unos minutos para tomar descanso, pero se quedó dormido. Cuando despertó y miró el reloj, de un salto se levantó. Eran las 3:10 de la tarde, se organizó rápidamente y salió corriendo.

Unas pocas manzanas, antes de llegar a su negocio, se encontró con su hermana Rosario, quien trabajaba en el barrio de Quiriguá. Su conversación no duró demasiado, pues ella tenía que llegar a su puesto de trabajo, ya que se había escapado por un momento. Después de un beso en la mejilla como despedida, siguió caminando. El cielo se veía un poco oscuro, pero en algunos momentos salía el sol de una manera desbordante. Las calles eran las mismas, no había nada extraño a su alrededor.

Al llegar a su local, su hija de 7 años estaba jugando con unos carritos. La abrazó y la llevó hacia dentro para que pudieran almorzar tranquilamente; su esposa se encontraba un poco enojada por su demora, pero de varios besos que Álvaro le dio por todo su rostro, se le quitó su molestia. Bajaron la reja de su local y comenzaron a comer.

Al servir la primera cucharada de arroz, escucharon un fuerte sonido que hizo que todo se moviera dentro de su negocio.

– ¿Qué pasó?

Álvaro levantó la reja y en las calles escucha lo que la gente decía…

– ¡Una bomba acaba de explotar!

Salió corriendo, tratando de buscar a su hermana, ya que hace unos minutos atrás le había comentado que tenía que volver a su lugar de trabajo. Álvaro no dejaba de correr y, mientras observaba cómo, a 8 cuadras atrás de la explosión, ya se comenzaban a ver escombros. Los techos de los apartamentos se encontraban volteados, algunas paredes se habían desplomado y, al llegar al lugar, encontró cómo un joven aproximadamente de 23 años gritaba desesperadamente debido a que algunas esquirlas de vidrio habían caído en su cara. Álvaro trató de ayudarlo, pero al mirar su rostro se percató de que toda su piel se encontraba afectada, especialmente sus ojos.

– ¡Por favor!, no me dejes que me quede ciego, quiero ver a mi prometida con su vestido de novia

– Tranquilo muchacho, yo lo voy a ayudar, pero por favor no se toque la cara.

En cuestión de segundos ya se encontraban ambulancias, policías y bomberos. Álvaro le entregó a los paramédicos al joven, el cual rogaba por no quedar ciego. Pero las desgracias no terminaban ahí. Al mirar a su costado izquierdo, se encontró con una mujer que había salido volando por la explosión, la detalló completamente y notó que de su estómago brotaba una masa roja. Al acercarse, la masa que colgaba de ella era un bebé.

Miles de pensamientos pasaron por su cabeza, la impotencia y el dolor al sentir que gente vulnerable estaba perdiendo la vida a manos de personas que no sentían ni la más mínima empatía y responsabilidad de sus actos.

A su alrededor solo se podían escuchar lamentos. Esas calles llenas de personas trabajadoras o familias que querían pasar un buen momento se habían convertido en una tarde gris, ya que el humo oscureció por completo ese cielo del 12 de mayo. Encontró diferentes partencias que habían salido expulsadas por la detonación, entre ellas un carrito de juguete de color verde. Al recogerlo, se dio cuenta de que el nombre del niño estaba marcado en el carro “Hugo” y pensó cómo era posible que un ser tan inocente como lo era un niño se viera afectado por una guerra que no le pertenecía.

Abrumado por los pensamientos más negativos, siguió buscando a su hermana Rosario. En medio de los escombros podía ver la derrota que Colombia estaba viviendo y en cualquier momento el poder iba a terminar en manos de Pablo Escobar Gaviria, el nombre que muchos odiaban y otros amaban.

Al pasar por el local en el que trabajaba su hermana y al verlo destruido, aquella esperanza que se encontraba en el fondo de su corazón se esfumaba. Gladis, la jefa de Rosario, se encontraba en el suelo. Los paramédicos se hallaban con ella tratando de socorrerla por el fuerte impacto que tuvo, debido a que una de las mesas de metal que se encontraban en la entrada del local había golpeado su pecho dejándola inconsciente.

Al lado del cuerpo de Gladis se encontraba una mujer que él no podía reconocer muy bien. Todo su cuerpo se estremeció. Al pensar que podía ser su hermana, sentía cómo su corazón latía, sus manos sudaban, sus lágrimas caían como una fuente. Al acercarse, pudo notar que no era Rosario sino Cindy, una jovencita de apenas 19 años que por sus heridas era evidente que ya no se encontraba en este mundo. Era otro ser lastimado por este conflicto.

– ¡Álvaro! Era la voz de Rosario.

Los hermanos se abrazaron mostrando el verdadero amor que se puede tener por alguien. Entre lágrimas, daba gracias al cielo por tener con vida a su hermana.

– ¿Dónde estaba? Le dijo a Rosario con voz solloza.

– Me quedé comprando unas medias veladas, porque las mías se dañaron esta mañana al bajarme del bus.

– Usted no se imagina el susto que me dio, pensé que estaba muerta.

Al pasar las horas, Álvaro ayudó con lo que más pudo: trasladó a los heridos a los hospitales, les dio algunos alimentos a los paramédicos, bomberos y policías que se encontraban en el lugar y quienes evidenciaban en sus rostros profundo cansancio. Ese fatídico día, Álvaro también se percató de cómo los inocentes son sacrificados por la ceguera de quienes no conocen los límites del poder.

Hoy en día las calles del barrio Quirigua están intactas, como si lo sucedió el 12 de mayo de 1990 no hubiera pasado. Todo se reconstruyó. Ahora las personas transitan con tranquilidad y en algunas pequeñas partes de carrera 91 se ve un pequeño fragmento de la detonación de donde emerge un retrato doloroso de una época oscura en la historia de Colombia, donde el dolor y la tragedia son los testigos silenciosos de un pasado marcado por el poder desenfrenado y la violencia despiadada.

| Nota del editor *

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