Escucha nuestras emisoras: 🔊 AUDIO EN VIVO |

Escucha nuestras emisoras: 🔈 BOGOTÁ 1430 AM | 🔈 CUNDINAMARCA 1580 AM | 🔈 TOLIMA 870 AM | 🔈 SOACHA | 🔈 NEIVA | 🔈 SOLO MÚSICA

[Crítica] Nosferatu: desde ya, una de las obras maestras del terror

Pocos personajes tan icónicos y tan numerosamente representados en la historia del cine como los vampiros, glamurosos personajes que occidente ha ido adornando con elegancia victoriana como en Entrevista con el vampiro (1994), describiéndolos como caminantes de la noche en su errante existencia.

- Patrocinado -

Los vampiros han estado presentes en narrativas adolescentes y series que combinan a diestra y siniestra cuanta leyenda se encuentran como en las películas de Crepúsculo (2008), o en dramas infantiles como en Hotel Transylvania (2012), o convirtiendo a estos seres sobrenaturales en elementos de acción como en Inframundo (2003), o Van Helsing: El cazador de monstruos (2004).

Son innumerables las películas que toman a estos seres como punto de partida para contar historias y son, aún cada vez menos, las cintas que lo hacen con calidad o riesgo como la interesante El conde (2023), la entretenida Abigail (2024), la hilarante y exagerada Renfield (2023) o una buena sorpresa del cine canadiense como Joven vampiro busca (2024), por nombrar lanzamientos recientes.

Es inevitable no referirse a las tres grandes películas que aluden a este personaje. La primera cinta de terror de la historia y un icono en todo sentido para el séptimo arte fue Nosferatu (1922), dirigida por Friedrich Wilhelm Murnau, de los precursores del impresionismo alemán. Le siguió Nosferatu the vampyre (1976) del legendario director Werner Herzog. Cierra la romántica y elegante Drácula, de Bram Stokerpel (1992) dirigida por el gran Francis Ford Coppola.

Nosferatu (2024) de la mano de uno de los mejores directores de su generación, el estadounidense Robert Eggers, que dirige tal vez, una de las joyas del cine contemporáneo, que retoma respetuosamente estéticas de estos tres grandes directores, reconstruyendo con su visión su apuesta propia de un icono del cine universal.

Esto no es un remake, es una nueva construcción desde los elementos estéticos característicos de la forma de las anteriores películas, como también desarrollada estilísticamente desde el impresionismo alemán, hasta la marca Eggers que se ha ido consolidando en su corta pero contundente filmografía que tiene en su historial cintas como la impactante La bruja (2015), la inquietante El faro (2019), la injustamente subvalorada pero una joya El hombre del norte (2022), y Nosferatu (2024).

Nosferatu arranca con Hellen Hutter, interpretada por una maravillosa Lily Rose Depp, quebrada y con cada vez menos pedazos, lo que le va entregando tantos elementos a la película, como su imponente montaje y atención al detalle desde la dirección de arte de Paul Ghirardani, la música de Robin Carolan que se impone en cada escena, y la belleza de la luz y sombras que estiliza la oscuridad como vehículo de la maldad y le da carácter y poder desde la dirección de fotografía de Jarin Blaschke.

Thomas Hutter (Nicholas Hoult), es un hombre enamorado y con afán de ofrecerle algo más que un techo a su prometida, pero cae en la avaricia y se enfrenta al dolor físico y mental de la culpa, que Eggers recrea maravillosamente con los primeros planos de sus ojos y el reflejo de su miedo por lo desconocido.

El afligido Friedrich Harding (Aaron Taylor-Johnson) que a mi parecer sería una de sus mejores interpretaciones, habla mucho de Robert Eggers y su buena dirección, llevando a cada personaje a su mejor punto, para que continúe con un sutil, pero continuo clímax en su tercer acto, como lo hizo en El hombre del norte, elaborando un ritmo que suma al desarrollo de la historia, pero aún más, al conflicto interno de cada personaje.  

Probablemente, la oscuridad de cada personaje, como en (Herr Knock), interpretado por el inglés Simon McBurney, que intenta ser el vasallo más fiel del Conde Orlok (Bill Skarsgård), recrea toda esa sed de poder, no desde el sentimiento, sino desde la ambición más primaria y simple como la suerte o la providencia.

Esa oscuridad también se refleja desde la adquisición de conocimiento y su ego en el Profesor Albin Eberhart Von Franz, interpretado por el siempre maravilloso Willem Dafoe. Estos personajes muestran su entorno con cámaras fijas, que giran desde su eje todo el tiempo, causando atmósferas inquietantes en su alrededor, y esa sensación de desolación y profunda soledad.

En Nosferatu solo las imágenes que conducen a representaciones de poder tienen movimiento, cuando se narra desde alguno de sus personajes, logrando que el espectador tenga temor inconsciente cuando siempre está en pantalla el Conde Orlok o Drácula en otros textos.

El actor sueco Bill Skarsgård deja para mí, uno de los puntos más altos de la película, siendo toda maravillosa. El personaje del Conde Orlok no es el típico vampiro, sino nada más y nada menos que el caminante de la noche más afín de la leyenda, ya que fue Vlad Tepes, Ex príncipe de Valaquia o para sus enemigos, Vlad el empalador.

Eggers no dejó nada al azar ni mucho menos el característico mostacho del Conde, que en cada pintura y texto histórico lo lució. Esto hace que Nosferatu no solo hable del vampiro más importante de la historia conocida, sino que construye plenamente su personaje, sus motivaciones, su dolor y su maldición con un Bill Skarsgård excepcional, que, recrea un vampiro desgastado por la maldición de su eternidad y desfigurado por no poder amar ni siquiera lo que fue.

Nosferatu logra desde algo conocido, una poesía macabra que hipnotiza desde su valor estético y narrativo, en donde el terror se impregna sutilmente con erotismo en una amalgama de poder visual que lleva de la mano al espectador, pero al mismo tiempo lo agarra del cuello mostrándole lo maldito y lo profano, haciendo de esta oscura belleza, algo desconcertante.

Una joya que sin duda el cine necesita tanto como a su director, que le hace resistencia a las historias y las producciones efectistas que solo buscan vender boletas sin ofrecer experiencias estéticas. Directores como Robert Eggers saben que pueden ofrecer ambas, con respeto al espectador y a los grandes maestros que lo antecedieron. ¡Salud!

| Nota del editor *

Si usted tiene algo para decir sobre esta publicación, escriba un correo a: jorge.perez@uniminuto.edu

Otros contenidos

Contenidos populares