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[Crónica] Por la cuarenta y cinco en veintidós: Recorriendo la Ruta del Sol Parte VI

Finalmente nuestros viajeros llegaron a su destino, haber llegado hasta esta ciudad fue una aventura que estos tres amigos jamás olvidarán.

Por Diego Reyes

Sábado 23 de diciembre

Una amplia recepción protegida por una reja cautivó nuestra atención. H. casa familiar, una sencilla pero agradable posada a dos cuadras de la playa. Ubicada en pleno centro de Santa Marta, atendida por su propietaria, nos acogió. A la 1:00 am, luego de retirar la suciedad de nuestro cuerpo decidimos dar una vuelta por el malecón. Nos felicitamos, lo habíamos logrado.

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Amaneció. La fuerte brisa y el sonido del mar nos arrastraron a recorrer el paisaje de la ciudad más antigua de Colombia y la segunda de Sur América. Con poco tiempo y mucho por hacer solo nos detuvimos en el parque Santander. Nos encaminamos hacia el centro en busca de provisiones para la estadía en el Parque. Una olla, brandy, ron, whiskey y cerveza ocuparon las maletas de Jhon y Andrés. Yo me encargué del arroz, la fruta, el atún la granola las galletas y el pan integral.

Abastecidos, nos encaminamos hacia la plaza de mercado, donde tomaríamos el trasporte al parque Tayrona. Antes, caminamos por los peores rincones de la ciudad en busca de la Santa Marta Golden, variedad de cannabis única, de máxima calidad, según Andrés. Al no encontrarla decidieron comprar perico, forma de cocaína llamada clorhidrato de cocaína, consumida inhalada o inyectada.

Finalmente, tomamos el bus hacia el Parque Tayrona, ocupado por una buena cantidad de foráneos que hablaban portugués, inglés, francés y alemán. Transitamos por la base de una larga y verde cadena montañosa que formaba embelesadores paisajes. Minutos después el bus se detuvo, estábamos en la puerta de nuestro destino.

Rápidamente cumplimos el registro, pagamos la estadía y nos adentramos. El parque, con su propia carretera y ruta nos condujo por entre la selva hasta un pequeño campamento. Al menos un centenar de vehículos parqueados indicaba la época de festividades. A mano derecha, un curioso hotel de dos pisos con hoja de palma por techo nos sirvió de vestier.

Empezaba el recorrido. Cruzamos un arroyo surcado por un puente de madera y nos internamos junto a los caminantes en la selva tropical. Luego de 30 minutos transitados por entre el camino de madera y tierra se empezaba a divisar el paraíso. El mar, espumoso y azul hacía una combinación perfecta con el blanco de la arena y los múltiples verdes de la montaña. Todo esto bajo un sol de atardecer hacían del lugar un cuadro de la imaginación.

El objetivo estaba cumplido. Habíamos sorteado casi todo tipo de dificultades para poder llegar hasta aquel lugar. Todo era ya pasado. Ahora solo nos preocupaba el disfrutar al máximo uno de los destinos imperdibles de todo el continente y guardar la experiencia para la vida. De vuelta, regresaríamos a casa sentados, limpios sin ninguna preocupación el recorrido ya había sido hecho.

| Nota del editor *

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