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[Crónica] Por la cuarenta y cinco en veintidós: Recorriendo la Ruta del Sol

La Ruta del Sol es como se le conoce al recorrido por carretera que hay entre Bogotá y Santa Marta que atraviesa las regiones Andina y Caribe

Por Diego Reyes

Martes 19 de diciembre 2017

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7: 00 pm – 10:00 pm

Hacerlo era tan arriesgado como echar los dados, un carisellazo o seguir un camino en la oscuridad. Ahora no importaba, lo que más temíamos ya era una realidad. Dejados a orilla de la carretera en medio de montañas rocosas, bosque y potreros. Habíamos tenido que caminar al menos 1 hora bajo el crepúsculo que lentamente era devorado por la oscuridad. La Aventura apenas comenzaba.

  • ¿Y si pagamos un hotel barato para pasar la noche?
  • O si armamos las carpas en algún parque del pueblo?
  • Ya son las 7:00 pm, tengo hambre, comamos algo aquí mientras tanto…

Discutíamos con Andrés y Jhon frente a la concurrida panadería La Pola, en la entrada del municipio de Guaduas. Andrés cargaba un morral Wilson de más de un metro de alto que apenas le dejaba ver la cabeza viéndolo de espalda. John, con 1.60 de estatura, lastraba una vieja y desgastada maleta remendada que parecía ser más grande que él. Por último, reflejaba mi novatez con un morral de computador y una tula con agua, comida, zapatos y una chaqueta.

En cuclillas, y con las maletas como escudo, los tres veíamos pasar uno tras otro los buses llenos de deseos y felicidad decembrina que se detenían en el reductor de velocidad mientras se balanceaban de arriba a abajo.

Segundo Tráiler

Tras 10 minutos con los ojos atentamente en el tráfico de motos, autos, buses, camiones y containers, Andrés se levantó y dijo: – ¡Bueno muchachos, ahí viene el de nosotros, nos vamos para Santa Marta!

  • ¿En ese? pregunté.

Jhon: – claro, está perfecto para subirnos ¡Disimulen, disimulen, no den la cara! Andrés: – Ahí está parce, ¡Corra, corra! ¡Por el medio, por el medio pa´que no vea!

Más liviano llegué primero, y de un brinco estaba montado. John me siguió y se trepó rápidamente mientras veíamos como Andrés se retrasaba por el peso. ¡No se quede, corra, corra, ahí llega!

El tráiler aceleraba, la preocupación me invadía. En dos segundos mil pensamientos. “A Andrés no lo podemos dejar botado, a John no lo conozco, esto ya va rápido y si me tiro me mato, pero al menos no voy solo” … En fin.

La distancia entre Andrés y nosotros se aumentaba. Repentinamente, frunció las cejas, apretó dientes, agitó brazos y se echó un pique endemoniado. John le alcanzó a agarrar la mano. Suspiramos. Atrás, algunos habitantes miraban asombrados, otros abucheaban.

Luego de 10 minutos a bordo, quietos como estatuas, esperábamos que el tráiler saliera del pueblo. Poco a poco las luces se fueron extinguiendo, mientras la oscuridad y la brisa de la vegetación nos envolvían. Y ahí estábamos, sin consentimiento, ocultos por la malicia, montados en la incertidumbre de una tractomula que viajaba a la deriva, con 1000 caminos a diestra y siniestra. Lo único que importaba era que siguiera la Ruta principal, 45.

Tras un tiempo en la última parte del tráiler, con las piernas en péndulo, decidimos acercarnos a la cabina del chofer. Nos deslizamos como soldados en combate entre la polvorienta y contaminada carpa del largo tráiler que, a 70 kilómetros por hora, tomaba curvas y resaltos sin compasión. Luego de esquivar la mirada del conductor por los espejos y de lidiar con morrales de 10, 15 y 20 kilos por el entoldado de casi 2 metros de alto, logramos acostarnos en una hondonada.

Avanzamos varios kilómetros hasta una estación de servicio. Allí, el remolque se detuvo. Temerosos de una nueva desventura nos arrejuntamos uno junto al otro esperando no ser descubiertos. Escuchamos que el conductor pedía algo de comer. Pasaron los minutos y el vehículo no avanzaba.

En el carril de enfrente, un hombre con gorra se bajó de un trasporte similar, zumbó un machete mientras gritaba y perseguía a otra persona. Con piel de gallina recordaba aquellas lamentables imágenes de hinchas de equipos colombianos mutilados y asesinados en carretera por hinchadas rivales. Jhon y Andrés, más acostumbrados a escenas como esta empezaban a planear en caso de que nos abordaran. Tras unos minutos de zozobra el carguero continuó por la vía.

Viajábamos como la gran mayoría de hooligans en Colombia lo hacen. De hecho, los 3 habíamos sido parte de las barras bravas del Equipo Azul de la capital, Comandos Azules y Blue Rain, ellos, en mayor nivel. Diferencias: este era mi primer viaje en un remolque, estamos en el final de nuestras carreras, tampoco llevábamos armas ni intenciones de combatir, no íbamos a un partido de fútbol. En común: mugrientos, tatuajes, manillas e incienso para vender, indumentaria y marihuana.

Finalmente, allí íbamos. Tres viajeros que, como polizones, cubiertos por la oscuridad y una gruesa capa de mugre, rogábamos por; que él chófer no nos dejara en medio de la carretera a merced de la noche; que no girara por uno de los tantos desvíos del camino y que su destino nos dejara próximos la Ruta Nacional 45, también conocida como Ruta del Sol.

Continuará…..

| Nota del editor *

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